Cuando lo ví por primera vez, tenía siete años.
Mi cabello estaba enredado y mi ropa estaba húmeda por la lluvia. Creo que incluso mis piernas estaban temblando y trataba de darme calor abrazándome a mí mismo. Estaba caminando a casa, me molestaba tener agua cayendo sobre mi rostro pero no quería apresurar el paso. No quería llegar a casa realmente.
Caminaba mirando directamente al suelo, creyendo que de esa forma tampoco nadie me miraría a mí; era algo que solía funcionar. Nadie me miraba realmente, a menos que a alguien le interesara burlarse de mí. Sólo de esa forma lograba llamar la atención, siendo vulnerable, siendo un chiste público con el que podías reírte un rato.
No era nada, estaba acostumbrado a sentirme humillado. Nadie me miraba como a un ser humano. Nadie hablaba conmigo. Nadie se acercaba a mí. Nadie me tocaba. No había nadie. Nadie. Yo no era nadie.
Sentía que mi garganta comenzaba a picar, amenazándome con llorar. No hice nada para contener el llanto, daba igual. Era normal. Era cotidiano, de cualquier forma nadie en el mundo lo notaría. Entonces comencé a llorar, ni siquiera me molesté por hacerlo en silencio. Lloraba ruidosamente, casi como si estuviera pidiendo ayuda. Pero nadie me ayudó. Caminé diez minutos y nadie ni siquiera me miró, pero seguí llorando.
Estaba cerca de casa. Comencé a escuchar susurros y sentí miradas sobre mí. Un grupo de niños un par de años mayores que yo me estaba mirando, juzgándome. No comprendí si juzgaban mi forma de llorar o mi apariencia, quizás ambos. Ignoré que me miraban. Seguí caminando sin levantar la mirada una sola vez, miraba mis zapatos grises y desgastados. Hasta que chocaron con algo, con otros zapatos.
Eran zapatos negros y relucientes. Levanté la mirada por primera vez en todo el camino, y enseguida sentí el calor que llevaba una hora buscando dentro de mí cuerpo; había una persona allí. Una persona me estaba mirando, por primera vez, una persona me miraba sin ojos burlones. Era un niño, y ese niño me miraba con una sonrisa gentil en el rostro.
Fue la primera vez que lo ví. Sus ojos eran del café más claro que haya visto y brillaban como el cielo que miraba antes de dormir. Su cabello era oscuro, largo y deslumbrante. Sus labios eran tan rosas como sus mejillas, y su mirada era amable. Su mirada era increíblemente dulce, increíblemente cálida. Tenía puesto el mismo uniforme que yo, lucía como un miembro de la realeza. Era una ola de calor andando en un cuerpo pequeño y delgado. En una de sus manos, sostenía una sombrilla roja con la que se protegía de la lluvia.
Me habló. Dijo "Hola, ¿te encuentras bien?" Olvidé cómo hablar. Olvidé lo que era respirar, olvidé cómo usar mi cuerpo. Sólo logré asentir con la cabeza en respuesta. Y él rió; su risa era suave, delicada y melodiosa. No había una sola partícula de burla en ella. Después sonrió, con los ojos muy abiertos y las mejillas rojas.
Volvió a hablarme, sin disgusto o maldad. Dijo "Soy Edward. ¿Necesitas que te acompañe a casa? ¿Vives cerca? ¿Cómo te llamas?"
Estaba estático, ¿por qué este niño, que era tan brillante y apuesto como un príncipe, quería acompañarme a casa? Abrí los ojos como nunca en mi vida, completamente hipnotizado por su dulzura y calidez. Sólo pude decir "Vivo en la siguiente calle. Me llamo Elliot."
Me sonrió de vuelta y volvió a hablar "Yo también. Podemos llegar juntos, si tú quieres." Asentí con la cabeza. Él también asintió. Se acercó a mí y tomó mi mano. Era la primera vez que alguien me tocaba sin intención de lastimarme en dos años.
Caminamos juntos, me cubrió con su sombrilla. Cuando llegamos a la calle en la que vivíamos, volvió a hablar "¿Dónde está tu casa, Elliot?" Me encogí. Señalé el final de la calle y él me sonrió cerrando los ojos en respuesta. Le sonreí con miedo. Pero sonreí de verdad. Creo que esa fue la primera vez que sonreí desde que existo en este mundo.
Caminamos hasta llegar al final de la calle. Lo dirigí hasta casa. Mi casa era pequeña, gris y descuidada. Parecía que nadie vivía allí desde hace años. Las ventanas estaban cubiertas de papel y las plantas junto a la puerta estaban muertas. Sentí vergüenza, y miré a Ed con miedo. Pero él no parecía querer burlarse de mí, no tenía una expresión de desagrado. Me sonrió. Me miró y me alborotó el cabello. Y habló por última vez "Gracias por dejarme acompañarte, Elliot. Come bien y haz tus deberes, ¡espero podamos vernos después!"
Le sonreí. Mis mejillas se sentían calientes, y mi pecho también. Corrí dentro de casa y me arrojé al sofá.
Ese día lo ví por primera vez. Había conocido a un ángel de verdad.
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when I saw him
RomanceDónde Elliot había pasado toda una vida amando a Edward. O tal vez más de una. O una historia cliché más sobre dos muchachos enamorados. Portada. Leda y el cisne.