Prólogo

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21 de Agosto, 6:08 pm.

Siempre he pensado que la rutina es aburrida, un tanto monótona diría yo; ¿qué tiene de divertido hacer lo mismo todos los días?. Todos los días a la misma hora tomo el tren de las 6:08pm, nada parece ser interesante aquí. El abuelito que se sienta al lado mío va todos los días a cenar con su pareja al cementerio —ojalá mi vejez no sea tan depresiva como la de este anciano, pienso para mis adentros—, la señora que se sienta al frente de mí a esta hora, va a buscar a sus niños a la escuela o probablemente a alguna actividad extraprogramática, y yo vuelvo a mi casa luego de un largo día de universidad en el que sólo me arrepiento cada vez más de mis decisiones.

Mientras voy en el metro me gusta tejer a crochet, siento que es una buena forma de relajarme y dejar fluir mi creatividad. Esa es la razón por la  que mi rutina del metro siempre es la misma; me siento en el puesto que siempre opto tomar y coloco mi bolso bajo el asiento mientras busco algún tejido que ande trayendo. Sin embargo, esta vez, al alzar la mirada y acomodarme en el respaldo del asiento, veo algo inusual a dos puestos a la izquierda frente a mí, más bien, a alguien inusual; el lugar que corresponde a la señora que vende pañuelos ha sido ocupado por otra persona. Luego de tres meses de viajar en este tren lleno de ancianos y yo, una adolescente de 18 años con complejo de anciana, sucede algo interesante. Ahí estás tú, sentada, agarrando tu libro con el ceño fruncido.  Siempre me he preguntado cómo es que las personas pueden encontrar más interesante leer a Platón antes que a Alice Kellen, ¿cómo va a ser más divertido leer párrafos sin sentido intentando descifrar la tormentosa vida de todos antes que emocionarse por un romance de enemies to lovers?

¿Quién eres?, ¿por qué estás en este vagón? ¿por qué tomaste el lugar de la señora que vende pañuelos?. Si no fuera cobarde me acercaría a ti y te haría un millón de preguntas, pero creo que me conformo con observarte desde acá e inventarte nombres, imaginarme tu voz o ver la manera en la que te sumerges en tu libro y la forma en la que tu cabello se ve tan destrozado por la brisa que hay fuera de la estación. Me conformo con anotar cada libro que lees en el caso de que llegásemos a hablar, y me conformo con crear mil escenas hipotéticas en mi cerebro de cómo me gustaría que fuese nuestra primera conversación.

Te veo en el vagónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora