Como empezó

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Había empezado.

Sabía qué, pero no sabía exactamente cómo o dónde, tan solo sabía que había empezado. La humanidad siempre había pensado que una invasión al planeta ocurriría tarde o temprano, había cientos, tal vez miles, de películas que trataban el tema. Cada película abordando un tipo diferente extraterrestre, un tipo diferente de invasión, aunque todas concordaban en que la humanidad se uniría para luchar y saldrían adelante victoriosos. 

La humanidad era más poderosa que cualquier otra especie en el universo. Y aun así, nadie podía decir el preciso momento en que había empezado.

Nadie se había dado cuenta en qué momento exacto había empezado todo puntualmente, para cuando lo descubrieron ya les llevaban ventaja y las posibilidades parecían empezar a inclinarse hacia los desconocidos. Pero eso no significaba jamás que fueran a caer sin pelear, o eso era lo que repetía Rasa Sabaku, su padre, una y otra vez.

Acomodó un mechón de su cabello rubio mientras pensaba en que no sabía nada más sobre el tema, o no muy específicamente. Su padre era un militar de alto rango que toda la vida los había entrenado a ella y a Kankuro para una posible guerra entre naciones. Eso sin saber que la guerra se desataría con una especie invasora y no entre países. Por eso a pesar de apenas tener 17 años ella sabía cómo seguir rastros, cómo sobrevivir en el bosque, cómo defenderse en una pelea y cómo usar un arma, aunque nunca hubiera necesitado disparar una.

Pero con cada día, semana y mes que iba pasando sabía que los humanos se reducían más y más. O los humanos puros, si es que podía llegar a usarse tal definición. Ese era el principal motivo por el cual el enemigo había ganado tanto terreno antes de ser descubiertos y empezar a tratar de repelerlos.

Las películas habían mostrado muchos tipos de extraterrestres, de múltiples colores, formas y tamaños. Pero ninguno se parecía a esos, tampoco al método de invasión que habían empleado, nadie sabía su apariencia con exactitud. Lo que sabían era que se veían igual que los humanos, físicamente no había ningún cambio visible, más allá de un ligero halo plateado en el iris, rodeando la pupila y que a veces pasaba desapercibido según las condiciones lumínicas.

La especulación inicial era que tomaban la forma del humano al que estaban reemplazando, pero su padre le dijo que tras agarrar un par de prisioneros descubrieron que no era así. Yura, un vecino de toda la vida y compañero en el mismo comando militar de su padre, fue reemplazado por los invasores y en su lugar ya no había un hombre malgeniado de pocas palabras sino un algo que era amable y hasta le había ofrecido galletas recién horneadas a ella y sus hermanos con una sonrisa.

Su padre lo había capturado, había dado el primer movimiento antes que fueran ellos los siguientes en ser asesinados y cambiados por una versión sonriente. Ese fue el día en el que al menos su padre, y el equipo que dirigía, descubrieron que no es que sustituyeran al humano por un ser con su misma forma. 

El hombre que habían atrapado era Yura por completo, todas las cicatrices de las guerras del pasado seguían en su cuerpo, los tatuajes hechos en su juventud y cuya tinta ya estaba descolorida por el paso del tiempo estaban allí plasmados en su piel. No había ningún cambio físico en el hombre más allá del halo plateado en los ojos.

Era el mismo cuerpo, pero le cambiaban el cerebro, o algo así. Era algo lo que le metían a la cabeza a los humanos y los modificaba por completo. Pero tampoco había una herida o marca que revelara que les habían abierto la cabeza, únicamente una pequeña cicatriz en la parte trasera de la nuca que fácilmente podía ser escondida con el cuello de una camisa o cubierta con el cabello. 

Por eso fue tan difícil descubrirlos desde el principio y haberse dado cuenta de lo que estaba pasando, notar que la disminución de los crímenes, de las amenazas de guerra y de las muertes por hambre o desnutrición no eran porque la humanidad mágicamente hubiese decidido pensar en el prójimo. 

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