1. La leyenda

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Las leyendas siempre me parecieron historias inverosímiles, en cambio, mis vecinos eran supersticiosos y vivían asustados por la leyenda de la casa del bosque, de tal manera que evitaban acercarse a ella.
             Sorprendentemente, la leyenda se había extendido hasta los pueblos más lejanos, y si la memoria no me falla, sería así:

Una joven, de larga y negra melena como  la propia noche, se había suicidado en aquella casa tras ser abandonada por el hombre que amaba. Ese maldito se había fugado con una muchacha más hermosa que ella. La mujer se odió tanto a sí misma que llegó hasta el punto de morir por ello.
Con tan mala suerte que, además, su    
comportamiento había enfurecido a la diosa del amor propio, quien la condenó a seguir sufriendo en esa casa para siempre. Su alma se había fusionado con las hiedras que cubrían las paredes de la  fachada y a partir de ese día, las rosas rojas habían tornado a un color negro igual que el de su cabello.
Aquel suceso dejó una advertencia para los habitantes del lugar: «Debes amarte si encuentras la casa cubierta de hiedras con rosas negras o sufrirás un maleficio».

             Una historia macabra, ¿verdad?, propia de un pueblo como el mío, Moraña, por algo el apodo de nuestra amada Galicia es «Terra de Meigas».

Un día de primavera, en la escuela se burlaron de mí por llevar gafas. Siempre fui buena para aguantar las ganas de llorar en público, así que no notaron que me habían destrozado la autoestima.
             Al salir del colegio, caminé por el bosque para llegar antes a mi casa, quería llorar en mi habitación, pero escuché un llanto y lo seguí preocupada.

¡Ante mis ojos estaba la casa de la leyenda! Estaba cubierta de hiedras con rosas negras. Me daba escalofríos que fuera idéntica a la de las habladurías, ¿debía irme o no? La curiosidad fue superior a la duda y me acerqué para observarla con más detalle.

 Me daba escalofríos que fuera idéntica a la de las habladurías, ¿debía irme o no? La curiosidad fue superior a la duda y me acerqué para observarla con más detalle

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            Grité un «hola» para romper el silencio aterrador del lugar y asegurarme de que no había nadie más ahí. Entonces, entendí por qué en las películas de terror siempre gritaban «hola»; estaba siendo ese estúpido personaje que tantas veces había criticado.
            Una de las rosas negras llamó mi atención y acaricié uno de sus pétalos. De repente, escuché un ruido detrás y me asusté, aparté la mano de golpe y me pinché con una de las espinas.
            Detrás de mí no había nada, estaba sola. Puse los ojos en blanco ante mi cobardía y me fui a mi casa con rapidez, quería desinfectarme.

 Puse los ojos en blanco ante mi cobardía y me fui a mi casa con rapidez, quería desinfectarme

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La rosa negra y el amor propio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora