Latido

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Hacía tiempo que había avanzado la tarde, el cielo tenía ahora las tonalidades rojizas del ocaso, pero ella no se había percatado de esto. Se sentía terrible y el llanto no había parado desde que volvió; ahogaba el llanto con la almohada, sus manos apretaban fuertemente las sabanas. Su cuarto estaba hecho un desastre. Sus libros esparcidos por el suelo junto a varios de sus muñecos. Oyó su puerta abrirse y alguien entrar a su habitación, levanto su cabeza encontrándose con sus ojos, esos azules ojos cuyo brillo de preocupación y tristeza le hicieron volver a ocultarse en la almohada.

Paseo su vista por la habitación, observando todo el desorden hecho, solo pudo pensar en que eso era mejor que lo que ella hizo aquel día. Una rápida lagrima se escapo por el contorno de sus ojos al oírla sollozar. Se sentó junto a ella. Acarició su cabeza suavemente tratando de no desordenar a un más su corta cabellera y así estuvieron en silencio un largo rato.

—Quiero estar sola—Su voz, apenas un susurro ronco de tanto haber llorado—.

—No, no quieres—reprendió gentilmente—Así que no creas que voy a dejarte, si quieres llorar hazlo, estaré despierta toda la noche si es necesario—no podía, no quería dejarla sola sabiendo que por lo que pasaba ella ya la había sentido—.

—Por favor—pidió—estoy bien, solo déjame sola—poso su mirada en la de la otra, sus ojos rojos e hinchados apretaron el corazón de su acompañante; siempre había sido tierna, adorable, amable con ella y hasta cierto punto era inocente, por eso el verla así de destrozada le hacía doler el pecho ante el peso que sentía—.

—Sabes, cuando—su voz se quebró pero no dejo de mirarla, reafirme su vista aún más. Las lagrimas caían pero no le importaba, no era la primera vez que la veía llorar y en ese momento, sentía que lloraba por ambas—...cuando mi madre murió, yo hubiese deseado tener a alguien que me acompañara, créeme que me hubiese gustado conocerte antes, sé que no soy la mejor amiga, suelo tratarte mal—sintió la mano de su amiga sobre la suya, trazando círculos sobre el dorso de su mano—, pero siempre estás ahí cuando te necesito, así que no pienso dejarte sola—.

La miro fijamente por un momento. Se recostó nuevamente, dándole la espalda. Tal vez se estuviese comportando mal con ella, pero no sabía qué hacer ni que sentir. A su espalda Chloé sonrió ligeramente. De momento, Sabrina sintió como la abrazaba y la traía hacía ella, colocando su cabeza entre su pecho, oyendo el sonido de su corazón, estaba calmado, pero de un retumbar que denotaba preocupación por ella. No quiso moverse, se sentía relajada; nuevas lagrimas caían, solo que estas eran de melancolía, recordando que su madre solía hacer lo mismo cuando ella se sentía mal.

—¿Sabes?, acabo de recordar algo—trato de levantar la cabeza para mirarla pero Chloé se lo impidió—.

—¿Qué?—dejo escapar un pequeño bostezo; el sonido de su corazón era realmente agradable—.

—Recuerdo que la primera vez que te vi llorar me sentí mal, estábamos en primaria ¿recuerdas? Me pediste que te abrazara y te dejara escuchar mi corazón, fue una petición extraña, pero luego de que lo hice me dijiste que por alguna razón siempre que tu madre lo hacía te sentías mejor y que conmigo era igual—Sabrina recordó el momento y sonrió ampliamente. Comenzó a llorar nuevamente, sola que ya no tan desconsoladamente y Chloé solo sonreía—.

Sin darse cuenta fueron quedándose dormidas en esa posición, Chloé acostada sobre la cama y Sabrina con su cabeza puesta sobre el pecho de Chloé. Su padre había entrado a su habitación, preocupado por su hija. Sabrina había salido de la iglesia donde se velaba a su madre en medio de la ceremonia y no la había visto regresar. Respiro más tranquilo al verla así, dormida, se veía tan tranquila y pacífica; salió de su habitación sin hacer ruido dejándolas descansar.

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