Los días pasaban, fui el más repudiado de todos, no podía culpar a los taches, las alas rotas, ni las caritas felices, era su forma de decir que necesitaban a alguien más débil o ellos serían los siguientes, ¿y quién mejor que un color gris, sin símbolo que lo persigue la nube gris? Los círculos rojos no me dejaban en paz.
—¿Te imaginas que la mancha en blanco termine siendo un signo de exclamación?
—¡Estará muerto!
A lo lejos escuché a dos círculos rojos conversar. Hace poco se había unido a los símbolos uno interesante; algunos signos que estaban con interrogación pasaban a ser de exclamación, pedían ser llamados como tal, pero nadie les hacía caso, fueron otro objeto de burla para los demás. Fui de los pocos que al conversar los trataba como signos de exclamación, pero al provenir de mí lo tomaban como un insulto y se alejaban de mí. Desde ese día todos pasan de mí lo que provocó que mis pasos se hicieran débiles y la mayor parte del tiempo me paseara con una nube gris en mi rostro; no me impide ver mi alrededor, pero está allí para atormentarme cada segundo, para recordarme que siempre seré menos que los demás.
Mientras mis emociones no me rebasaran la nube gris me dejaría ver con la suficiente claridad para seguir por el camino de tierra que me indica mi destino. A veces me sentía mal, mi camino estaba completamente hecho de tierra, lodo y unas pocas piedras. Aunque a veces me sentía afortunado, los caminos de algunos estaban llenos de espinas, en unos pocos había muros que los retrasaban y en otros había animales que los hacían detenerse. Por su puesto, los de bandeja de plata y cobre caminaban sobre cemento, mientras que los de oro sobre una alfombra. Pero todos sus caminos tenían algo especial, en cambio el mío solo tenía piedras, tierra o lodo.
Mi respiración comenzó a hacerse entrecortada. Miré hacia al frente, ahora la mayoría caminaba con alguien en quien apoyarse, caminaban y solo hacían eso, decididos a encontrar su destino.
Soy observador, el rechazo que sufren las alas rotas me hacía quebrar, había días en los que algunas se abrazaban a sí mismas, otras entraban en pánico cuando algún círculo rojo las tocaba, se ponían tan mal que comenzaban a gritar, así que los soles y las mariposas las ayudaban. Poco después llegaron nuevos símbolos —y a mi parecer los más extraños e intrigantes—: monedas. Normalmente eran amables o reservadas, no le hacían mal a nadie, pero una vez un ala rota entró en pánico, a las horas siguientes su cuerpo yacía en el camino de una moneda.
—¡Hey! Nube gris.
Una moneda me interceptó, lo observé intrigado, las veces que me llamaban era para golpearme o burlarse de mí, aunque esta vez su voz no sonaba amenazadora.
—¿No tienes amigos?
Negué ante la pregunta de otra moneda que la acompañaba. Sus miradas por un instante se volvieron maliciosas —al menos juré haber visto eso—.
—¿No te sientes mal? Siempre tan solo.
—Exacto, mira, todos avanzan con rapidez, mientras tú sigues aquí; parado sin saber ni qué eres.
Hablaban señalando el camino de los demás. Mi mirada se perdió en el infinito y ellos regresaron a sus caminos. Por un instante lo analicé, todos me estaban dejando atrás, y por más que algunas veces quería rebasarlos ellos lograban pasar al lado de mí, o me tiraban para dejarme por días en el lodo.
¿Cómo podía cambiar las cosas? Si no sabía hacia dónde o cómo cambiarlas, muchos taches lograron convertirse en círculos rojos, pero lejos de eso todos estaban decididos a seguir por su camino, a morir, a quedarse con los golpes de su pasado, a dejar la herida abierta, pero si querían podían cambiarlo, yo en cambio no. Solo sería una triste nube gris vagando por su camino hasta encontrar el final. Me sentí fatal.
Mi vista se vio obstruida por la nube, todos se reían de mí, me deseaban el mal, esperaban con ansias el día que esta nube acabe con lo poco que queda de mí. La nube comenzó a soltar gotas que me dejaban empapado por completo, al igual que la tierra de mi camino. Mi visión se obstruyó por completo, no me dejaba ver hacia dónde iba o lo que hacía, solo escuchaba voces gritar: "¡cuidado!". Pero nadie fue capaz de ayudarme. Un grito salió desde mi interior, a la vez que una tormenta eléctrica de la nube gris. Seguido de eso caí al suelo, la nube comenzó a disiparse dejándome observar con más claridad, entonces la vergüenza se apoderó de mí, deseé jamás haber salido de esa nube gris para ver el desastre que causé, caminos de personas ajenas a mí terminaron mojados y destrozados, al igual que compañeros míos terminaron en el suelo; heridos. No me había dado cuenta del caos que podía crear al dejar que la nube tomara control de mis acciones, haciendo que sin querer destruyera a las demás personas.
—¡Eres un inútil!
—¡Mi camino quedó arruinado!
—¡Nunca te bastó con lo que eras, tenías que llamar la atención!
—¡Lo único que haces es arruinar todo!
Gritos, quejas y sollozos que provenían de todos los que compartí alguna vez una sonrisa, un saludo, una ayuda, todos creían lo mismo de mí; que era una completa basura. Arrastrando mis pies regresé a mi camino, mientras pasaba por los caminos destruidos y compañeros heridos les susurraba un "lo lamento". Nunca fui agresivo, eran actos que repudiaba, pero esta vez yo había provocado un desastre sin darme cuenta.
—Ni yo he llegado tan lejos, mancha en blanco.
Una bandeja de oro se acercó para decirme eso, y después volvió a su camino. En mi camino busqué la piedra más grande y allí me senté, observé por varios días a los heridos, me lanzaban miradas intimidantes, cada cierto tiempo me acercaba a ellos para preguntarles:
—¿Puedo ayudarte? De verdad lo lamento.
Como el sentimiento de culpabilidad era tan grande la nube se hacía más densa por segundos, eso los asustaba, se alejaban varios pasos de mí y me respondían:
—¡No! ¡Largo, no queremos más problemas!
Así que regresaba a la misma piedra para volver a observarlos. Un ala rota siempre me observaba, ella había sido la más afectada, plantaba flores para distraerse, sus plantas le daban vida a ella y su camino, incluso se estaba convirtiendo en una mariposa, pero por mi culpa arruiné todo y volvió a ser un ala rota. Cada vez que sentía su mirada fija en mí volteaba para confirmarlo, pero retiraba mi mirada, estaba tan avergonzado con ella que no podía retener su mirada ni un segundo. A pesar de todo, era la única que no me ofendía ni me tiraba miradas amenazantes. Entonces un día se acercó a mí, así que junté valentía.
—¿Por qué nunca me dices nada? Cometí un grave error, ni siquiera puedo mirarte por lo avergonzado que estoy.
Le dije sin poder mirarla directamente por la pena que sentía.
Era un ala rota muy interesante pues no era rosa, era morada, eso me causaba intriga ya que una vez escuché que se ligaba la muerte al color morado.
—¿Qué consigo si te insulto? Eso no hará que mi jardín vuelva a creer, ni que mis alas rotas se conviertan en una mariposa. Si nos pasamos nuestro camino insultando y haciendo sentir mal a los demás por sus errores no viviríamos, no lograríamos encontrar nuestra felicidad. En vez de eso deberíamos alegrarnos ya que de la experiencia podemos conseguir fortaleza para futuras caídas. Es por eso, que vengo a darte mi perdón para liberarnos a ambos.
Alcé la cabeza, sorprendido, nunca me imaginé que alguien me diría algo así. Pasé mis días con gente que lo único que hacían era hacerme sentir mal y tirarme al suelo para hacerme ver que no era afortunado como ellos. En vez juntar mi fuerza para volverme alguien mejor me dejé llevar haciendo que muchos más terminaran metidos en mi problema. Posé mi vista en sus alas rotas que parecían moverse un poco para convertirla en una mariposa. Ahora veo la diferencia entre esta ala rota y yo. Ella también sufre, pero decidió transformar ese dolor en un motor para seguir avanzando, que dejarlo almacenarse para un día explotar y arrasar con todo.