La psicóloga más chingona de todas

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¿Cómo es que le confieren a una adolescente de 17 años la responsabilidad de decidir sobre su vida?, debería existir un manual para padres y educadores que les enseñara que no estamos lo suficientemente preparados para eso. Lo peor es que en la preparatoria, aun sabiendo que faltan todavía unos meses para esa terrible decisión te obligan a escoger un área final que te encamine hacia lo que quieres estudiar. Hablo por mí al menos, escoger una carrera para estudiar ha sido uno de los más grandes dilemas de mi vida, aún ahora no se si hice lo correcto o si pude haber tomado un camino mejor en esos momentos, mi elección en realidad tampoco es que haya sido basada en un análisis muy profundo, más bien fue algo sencillo pero que en su momento me pareció atinado. Yo una desentendida de la sociedad, sus usos y costumbres, quería entender a las personas, por qué hacían lo que hacían, que los orillaba a comportarse de tal o cual manera, luego entonces la solución fue bastante obvia, psicología.

Nunca pensé que esa decisión repercutiría de forma drástica en mi vida y mucho menos que ya de entrada me llevaría a discutir con quienes en ese momento eran las dos personas más importantes para mí.

—¿Estás loca Melisa? ¿acaso planeas morir de hambre? ¿sabes si quiera de que trabajan los psicólogos? —mi madre no era precisamente la persona más sutil del mundo y cuando algo respecto a mi vida no le parecía no dudaba ni un momento en externarlo, hasta cierto punto entendía su molestia. Mi papá había estudiado Filosofía y Letras, y salvo un par de empleos temporales que tomo como maestro en escuelas de paga, nunca fue capaz de fungir como un verdadero sostén de familia, era ella quien se encargaba siempre de hacer rendir la quincena y llevarnos a fin de mes con comida en el refrigerador, por tanto, era ella a quien una le rendía cuentas. Seguro que esperaba que siguiera sus pasos y terminara convirtiéndome en educadora, o que escogiera una profesión rentable como medicina o derecho, pero a veces las cosas son como son y a esa edad las decisiones de una pesan mucho más que las opiniones de todos los demás.

—Pues sí ma, es lo que me gusta —discutir con mi mamá ha sido siempre en mi vida como jugar al squash, lanzas la bola y esta regresa más rápido y con mucha más fuerza de lo que tú la lanzaste.

—¿Pero cómo te va a gustar si nunca haz conocido a un psicólogo? —dijo ella sagazmente.

—Mi orientadora vocacional es psicóloga y es muy buena, además he leído los libros que tenía mi papá sobre Freud y el psicoanálisis —en realidad la orientadora vocacional solo se había presentado una vez frente a la clase y después no la habíamos vuelto a ver más que degustando su café en la sala de profesores, pero era una respuesta valida por el momento. Aunque mi madre pareció omitir esa parte por completo.

—Tenía que ser tu padre el del mal ejemplo —mis padres, aunque se llevaban cordialmente, no se tenían en la mejor estima el uno del otro, así que su reacción fue hasta cierto punto natural.

—Pero no es por él, es por mí, con él ni siquiera lo he comentado, no puedo creer que no me apoyes en esto.

—No es que no te apoye hija, solo no quiero que te vaya mal en la vida —los padres en general siempre quieren esto para nosotros, aunque en su afán por asegurarse de eso pareciera que no se dan cuenta de la sobreprotección que intentan imponernos.

—No te preocupes ma, me va a ir bien, voy a ser la Psicologa Melisa, la psicóloga más chingona de todas —mi mamá soltó una carcajada de alegría como hacía tiempo que no le escuchaba.

—Ay chiquilla cabrona, ojalá que sí.

Al final termino apoyándome a regañadientes. El siguiente obstáculo por llamarlo de alguna forma fue Jorge, no es que no lo hubiésemos hablado antes, pero al parecer él nunca se tomó en serio mis comentarios respecto a la psicología, esa fue una de las partes que más me dolió de nuestra relación. Que tus padres no te apoyen es entendible, no te comprenden, y a esa edad son probablemente las personas que menos te conocen, pero que tu novio no lo haga es terrible, es la persona en la que más confías, la que sabe cosas que ni siquiera tu mejor amiga conoce, eso es algo que desconcierta a cualquiera.

—Pero pensé que entrarías a Publicidad para estar conmigo.

—O sea sí me gustan mucho los anuncios y todo, pero no sé ni madres de diseño, ni de nada, además todos ahí son súper fresas —y era verdad, lo del diseño y lo de la gente fresa, pensaba que si a duras penas y había logrado encajar en la prepa con mi grupo de amigas, como iba a hacerlo con un montón de chicas que diariamente se súper producían como si sus calificaciones dependieran de eso.

—Yo te puedo enseñar —dijo en un tono que para mí estaba a medio camino entre la amabilidad y la obligación.

—Sí pero no quiero, quiero estudiar psicología —me parecía increíble pensar que no pudiera entender lo que yo quería, sobre todo cuando era una decisión que en poco o nada lo afectaba a él.

—¿Y entonces ya no estaremos juntos? —fue entonces cuando comencé a vislumbrar un poco al chico inseguro que tenía por novio, hasta entonces para mí siempre había sido el chico cool, el universitario, el que sabe de música y puede hacer lo que sea porque no tiene que rendirles cuenta a sus padres

—O sea Jorge, psicología queda como a 20 minutos de tu escuela, podemos vernos diario —aunque yo ya no estaba muy segura de si quería verlo diario.

—Pero si entras a Publicidad podríamos estar juntos todo el día —Jorge parecía no querer soltar el tema y yo no estaba de humor para discutir, sobre todo considerando que era un día festivo.

—Ay bye contigo, neta que no entiendes nada.

Eso sucedió un 1ro de enero en la entrada de mi casa, le cerré a Jorge la puerta en la cara y subí a mi habitación, estuvo tocando el timbre un par de veces, pero no salí a abrir, por suerte mi mamá estaba visitando a una de sus amigas, sino seguro me habría obligado a abrirle. Oficialmente fue el peor inicio de año de mi adolescencia. A los pocos días las cosas se calmaron un poco, Jorge fingió que entendía y aprobaba mi decisión, yo acepte su forzada resignación. No volvimos a hablar del tema durante todo el mes, nos pasábamos las tardes viendo una copia a buena calidad de El Retorno del Rey que habíamos conseguido y jugando juegos de mesa, ambos regresábamos a clases en febrero, el para su sexto semestre de publicidad y yo para mi último semestre de preparatoria. Me preguntaba si extrañaría el colegio cuando ya no estuviera ahí, pero nunca logre generar un sentimiento de nostalgia al respecto.

En febrero saque mi ficha para ingreso a la universidad, no había vuelta atrás, iba a convertirme en psicóloga, la mejor.

Rimel de MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora