De viaje en viaje

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Llevaba un mes y medio en Soto del Real. Ya me estaba habituando a la cárcel, a las celdas, al patio, incluso a la comida. Tenía mis cosas en orden y mi galería era tranquila.

De repente, empecé a oír ruido por todas partes. «¡Mierda! ¡Registro!». Mi celda era la segunda de la galería, la 302. No pude hacer nada: mi puerta se abrió y los funcionarios de prisiones entraron, me apartaron y comenzaron a revolverlo todo.

—Vaya, vaya, Herrera —dijo uno de los funcionarios con voz sarcástica—. Un móvil. ¡Qué sorpresa más agradable! —sonreía y se jactaba con sus compañeros de su hallazgo.

—¿Por qué tienes esto, Herrera? —dijo otro carcelero desde detrás de mí justo antes de darme una colleja—. Habrá que informar...

—...

—¿No dices nada, pichón? —añadió el tercer funcionario—. Ya estás en el módulo de aislamiento. La junta penitenciaria te va a mandar directito a otra cárcel —cerró los ojos y respiró de forma profunda, como si estuviera en el campo respirando en medio de la naturaleza. Se le veía disfrutar de mi miseria.

—Tengo una condena de seis años. Solo lo uso para hablar con mi mujer. No es nada malo.

—¡Que te calles, Herrera! Te dejamos solito para que reflexiones —me llevé otra colleja—. Quien violenta la ley debe pagar —justo antes de salir me miró y, a continuación, observó todas mis cosas tiradas por el suelo y pisoteadas, tras lo cual añadió—: Limpia esta pocilga. Cuando te vayas, lo quiero todo como la patena.

Con este, que seguramente me tocaría, llevaba cuatro traslados en un año. Que te cambiaran de cárcel era una faena. Cuando llegas, te tiras una semana a pelo. Además, en aislamiento poco te pueden ayudar los demás. Si no te toca gente solidaria, te puedes tirar una semana entera comiendo techo.

Es como entrar de cero en la cárcel y revivir toda la mierda que ya has vivido antes. Una verdadera pesadilla, por no hablar del viaje del infierno en cunda que te comías.

Para más inri, el teléfono ni siquiera era mío. Le debía un favor al Bombilla, el preso de la celda de al lado, y me pidió que se lo devolviera. Solo tenía que recoger el móvil que tenía un preso de otra galería que salía conmigo al patio y dárselo a él. Por lo visto, el Bombilla le había pagado con un giro postal a sus familiares. Solo tenía que hacer la entrega. En la cárcel, cuando tienes una deuda con alguien, tienes que pagarla; por eso siempre es mejor no deberle nada a nadie.

Tuve la mala suerte del control aleatorio y encima me tocaría pagarle el móvil al Bombilla y, además, me comería un marrón disciplinario, que sin duda iba a llevarme al interior de una cunda.


                                                                                       ***


Como era de esperar, la junta penitenciaria fue mal: me comunicaron que me trasladaban de cárcel. Me mandaban a Estremera. No sabía cuándo sería la próxima cunda, pero sí que iría en ella.

Por lo menos, Estremera era una cárcel más nueva. Me habían dicho en el patio que estaba mejor acondicionada que Soto. Poco consuelo para mí, volver a hacerte a una cárcel era una tarea ardua y poco recomendable.

Por supuesto, le tuve que pagar el móvil. La culpa era mía por no habérselo dado directamente por el carro según llegué del patio. Le diría a mi familia que le hiciera un giro postal al hermano del Bombilla y asunto arreglado.

Historias de la cárcelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora