Una gran bestia lo perseguía, corría a gran velocidad pero no sentía ni el menor síntoma de cansancio. Aquella parecía acecharlo desde la oscuridad, el bosque era frondoso y desconocido y eso lo hacía dudar acerca del camino que recorría, pero aun así no se detuvo. Cayó en un gran charco de lodo, el pegajoso mar negro se incrementaba en cuanto él intentaba levantarse. Lloró con impotencia sabiendo que pronto sería capturado. Se recostó en la víspera de su muerte y solo la encontró a ella.
-¿Por qué temes? Nadie te persigue.
Su cabello plateado caía hasta su cadera, sus ojos parecían retazos de pinturas acuarelas y, aunque sostenía una espada alargada de color bronce, la curvatura de su cuerpo lo hizo olvidar el miedo y lo trasladó a un extraño éxtasis, como el producido por las nubes en el mediodía.
-¿Quién eres? ¿Cómo es que no te caes junto a mí? -Dijo, tratando de estabilizar sus movimientos. Era una tarea compleja, se sentía como un pez en una sartén repleta de aceite. Perdido entre la transición de vida a muerte, de pez a pescado
-Soy un ángel y he venido por ti.
Estas palabras lo tranquilizaban, pero no quiso confiar plenamente en aquel ángel, los ojos de aquella maravillosa criatura lo llenaban de una mortífera duda. La figura angelical lo calmaba, como sabiéndose escuchada, daba varias vueltas sobre él, levitando, casi tocando con la punta de los pies el barro debajo de ella. El cuero cubría la punta de los dedos y luego se entrelazaba con la piel buscando la entrepierna. El bamboleo de la pequeña falda lo mantenía embelesado y a su vez lo destruía. ¿Cuál era aquella extraña sensación entre el placer y la muerte, qué era aquella figura que quería poseer? No lo sabía, pero no importaba. Ahora se hundía poco a poco y aquel rostro solo lo miraba sin expresión.
-Sálvame, me perderé en las fauces de la muerte si no haces nada, diré a tu creador que has fallado y seguramente liberará su furia contra ti.
-Tienes razón, si te dejo morir ahora habré fallado. Pero me has dado una buena impresión y he deseado verte morir mientras me inmiscuyo en tus ideas humanas.
-¿Qué clase de ángel eres? -Preguntó, probando por primera vez el fluido que lo abrazaba.
-Un ángel como pocos, uno de los más piadosos. – Él no quiso seguir hablando. Todas sus fuerzas se concentraban en nadar en esa superficie que se hacía cada vez más espesa, mientras veía los pies de ángel pasear cerca de su rostro, siguiendo siempre la misma ruta. Maldijo a toda su especie y le deseó sufrimiento eterno. Mientras el líquido negro se metía por sus conductos respiratorios vio como el bosque se secaba, los pájaros negros volaban e inundaban la penumbra con un ruido ensordecedor, el ángel se detenía y acercaba a su rostro. Con la última fuerza evitó verla a los ojos y las ramas sin hojas le dieron una sensación de paz.
Su cuerpo se sumergía lentamente en un entorno cristalino, el combustible de sus pulmones se agotaba y su cuerpo confundido daba señales de alerta. Movió todos sus músculos buscando una improbable salida, la desesperación era como un yunque; abría la boca en busca de oxígeno y solo conseguía un poco más de muerte. Ahora estaba acostumbrado a ella, quizá le esperaba un camino de eterna agonía, llorar quizá era lo más prudente, pero las gotas sin sal se perderían como las estrellas en el cielo diurno.
Tosía y escupía a su azul asesino, mientras intentaba tomar el oxígeno que manaba de playa. Lo primero que veía era el rostro precioso del ángel frente a él. Esta se alejó sabiéndose observada y se sentó unos metros lejos de él. Construyendo un pensamiento iracundo de muerte, se dirigió a ella:
-¿Dónde estoy? ¿He muerto de nuevo? – El ángel no contestó, veía hacia adelante como tratando de encontrar un pequeño hoyo en la inmensidad del horizonte púrpura que los arropaba. Él odiaba la silueta de aquella extraña cosa. Se acostó en la incomodidad de no saberse respondido, mientras la noche se apoderaba del cielo y el sueño, de él.
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Memento Finis
FantasyUn "ángel" y un humano comparten algo de amor en la víspera de la muerte