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Decir que San había entrado en pánico era no hacerle justicia a la verdad. La palabra pánico se quedaba pequeña a la hora de describir lo que estaba experimentando en ese momento de pulso acelerado y temblor en las manos. Apenas leyó los mensajes de MinGi, como si el teléfono de repente quemara su piel, lo arrojó sobre la cama (porque incluso estando asustado no era tan idiota como para romperlo contra el suelo) y soltó un chillido agudo de miedo que probablemente el mayor desde la puerta podría haber escuchado, cayendo en la cuenta de la gravedad de la situación. Dios, acabo de masturbarme pensando en él y ahora está aquí, ¿qué hago ahora? No cabía dentro de sí por la sorpresa, y tampoco entendía por qué rayos su hermana se empeñaba tanto en juntarlo con MinGi hasta el punto de pedirle que fuera a hacerle compañía. ¿En serio era tan ingenua como para no notar el interés que San sentía por el pelinegro? ¿En serio era tan dulce como para enviar al chico de niñero para su hermanito enfermo? ¿O se había dado cuenta de todo y estaba tratando de probarlo? No, Joy nunca haría algo así, a San le constaba eso. Su hermana lo adoraba tanto que quería a toda cosa que se llevara bien con MinGi, esa era la única explicación lógica. Y había visto la oportunidad al hacer que el mayor lo cuidara mientras se sentía mal, seguramente pensaba que con eso los dos se volverían cercanos porque sabía cuánto adoraba San ser mimado cuando estaba enfermo. Si fuese cualquier otro ser humano estaría muy agradecido y lo disfrutaría, pero se trataba de Song MinGi... nada bueno podía salir de eso.

Escuchaba el sonido del móvil vibrando sobre la cama, probablemente era MinGi mandando más mensajes para que lo dejara pasar. Se obligó a serenarse respirando profundo, cerrando los ojos con fuerza como si así pudiera evadir la vergüenza de ver a los ojos al chico por el que acababa de correrse, aunque no estaba teniendo éxito. Tengo que calmarme, se decía mientras se golpeaba la cabeza repetidas veces, si estoy tranquilo no notará nada y problema resuelto. Antes de que pudiera reaccionar del todo y decirle a su cuerpo que fuera hasta la puerta, sus piernas ya se encontraban bajando las escaleras llevándolo por cuenta propia hacia la entrada, como si tuvieran vida propia y quisieran correr al encuentro del mayor, o mejor dicho, como si su cuerpo entero supiera lo que él quería pero no se atrevía a admitir en voz alta. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando se le pasó por la cabeza la posibilidad de que incluso sus hormonas pudieran reconocer que se trataba del pelinegro de sus fantasías y entendieran el efecto que tenía MinGi sobre él. Tengo que calmarme para no delatarme solo, ¡tengo que calmarme!, gritaba en su interior. Se repetía una y otra vez que necesitaba relajarse para no lucir sospechoso frente al mayor, pero aun así cuando tomó el picaporte con la mano temblorosa sentía las orejas calientes. ¡Acababa de tener un orgasmo en la ducha al imaginarse que el chico lo masturbaba, rayos! ¡Era completamente humillante! Abre la estúpida puerta, se ordenó, suspirando exageradamente antes de finalmente hacerlo.

—Ya era hora —bufó MinGi a modo de saludo—. Llevo siglos aquí.

—Lo siento, hyung, estaba dándome un baño —se excusó—. Pero no hacía falta que vin-

— ¿Me vas a dejar pasar o no? —preguntó el mayor, tan imperturbable como siempre—. Si te quedas afuera con el pelo mojado no te curarás.

—Ni siquiera hace frío —se quejó en un murmullo, pero igualmente se hizo a un lado para que MinGi pudiera entrar y recién entonces reparó en la bolsa de plástico que traía el chico—. ¿Qué tienes ahí?

—Medicina y comida chatarra —contestó MinGi, ofreciéndole la bolsa una vez que cerró la puerta—. Toma. Sí, sí hacía falta —se apresuró a decir antes de que San pudiera protestar—, sólo tómalo y cállate.

Obediente (intimidado en realidad), San aceptó la bolsa que MinGi le estaba entregando, tomándola con algo de timidez para inmediatamente abrirla y ver qué tenía dentro. Ibuprofeno, aspirinas, un jarabe, hojas de menta, un termómetro, paños húmedos y saquitos de té a simple vista. Revolviendo un poco más encontró muchas golosinas: caramelos, chocolates, gomitas, galletas. Una sensación a medio camino entre la ternura y la pena lo golpeó fuerte en el pecho porque se sentía incapaz de aceptar todo eso. Ese acto tan tonto como traerle un montón de cosas que no necesitaba nada más porque estaba con un poco de temperatura le hizo ver a MinGi con algo más que las hormonas, y las famosas mariposas en el estómago (o lo que fuese ese extraño cosquilleo cálido en su vientre) lo hicieron sentirse demasiado confundido porque lo último que quería era comenzar a sentirse como el adolescente tonto que era frente al pelinegro. Por este motivo negó con la cabeza e intentó devolverle la bolsa a MinGi.

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⏰ Última actualización: Oct 20, 2023 ⏰

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𝐃𝐎𝐍'𝐓 𝐓𝐄𝐋𝐋 𝐍𝐎𝐎𝐍𝐀. ⟬MinSan⟭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora