2- 17

55 4 0
                                    


-¿Te acuerdas?

Horacio y Volkov estaban tumbados en la cama. Llevaban bastante rato despiertos, pero aquella mañana de julio estaba siendo especialmente calurosa y ninguno de los dos había tomado la iniciativa de salir de cama todavía. Era domingo, y uno de los pocos días desde hacía meses que ambos tenían fiesta, así que tenía sentido aprovechar las horas que pudieran estar juntos sin pensar en nada más que la compañía del otro. La luz del Sol entraba a la habitación que ambos compartían a través de la persiana medio bajada, lo justo para que corriera un poco de aire sin que entrase demasiado calor. En la esquina de la habitación habían puesto un ventilador, pero no era de mucha ayuda.

Volkov, que estaba más despierto, se había incorporado un poco y leía una novela modernista rusa que le había mandado Nikolai recostado en el cabezal de la cama. Vestía un pantalón corto de pijama oscuro, las gafas que usaba para leer, y a unos metros de la cama, tirada en el suelo, tenía la camiseta. Se la había quitado una de las múltiples veces que se había despertado durante la noche a causa del calor.

Horacio, tumbado de lado junto a él, estaba más amodorrado. Llevaba un pantalón corto y una camiseta colorida a la que él mismo había cortado las mangas para convertirla en una de tirantes, y se había hecho un pequeño moñito con la cresta para que le diera menos calor. A Volkov siempre le hacía mucha gracia ese peinado y se negaba a que lo probase con él. Se había acurrucado al lado de su pareja, y este le acariciaba el costado mientras no tenía que pasar la página. Horacio no hubiera podido pedir más. Nunca se hubiera imaginado esta escena, ni en sus mejores fantasías.

-¿Te acuerdas? -repitió, al darse cuenta de que Volkov estaba tan concentrado en la lectura que no le había oído. Esta vez alzó la vista del libro y le miró.

-¿De qué?

-De cuando te llamé y viniste.

Volkov alzó una ceja, confundido.

-Hache, vengo siempre que me llamas, no sé a qué te refieres.

Horacio sonrió, divertido. Negó con la cabeza y se incorporó un poco para estar a su altura.

-No... De la que viniste a Los Santos. Te llamé y viniste desde Rusia. Porque te lo pedí -apoyó la cabeza en el hombro de Volkov-. Mira que hace años, pero aún me acuerdo de lo nervioso que estaba antes de llamarte, no sabía si me lo ibas a coger. No sabía ni si todavía usabas ese número. Pero sí que lo cogiste. Y sí que viniste. Y luego cuando nos vimos también estaba nervioso, no sabía qué coño hacías en el yate aquel con la barba de mierda que llevabas, hasta los camareros se rieron de ti...

Volkov dejó escapar una carcajada.

-Estaba de incógnito, hombre...

-Estabas feísimo -se rió Horacio-. Pero al final te quedaste. No sé cómo te convencí, pero logré que te quedases aquí.

Volkov cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama. Se quitó las gafas, las dejó sobre el libro, y giró un poco para abrazar a Horacio, atrayéndole un poco entre sus brazos.

-No es por quitarte mérito, pero no fue difícil... -dejó escapar un largo suspiro- Creo que desde el momento que vi tu nombre en la pantalla del móvil supe que haría lo que me pidieras. Aunque no supiera cómo decírtelo, ya entonces había algo.. Algo que me quería hacer estar contigo.

Horacio sonrió y le dio un suave beso en los labios.

-Te quiero, Uve.

-Y yo a tí, Horacio -le devolvió el beso, acariciándole las mejillas con ternura, y luego apoyó la cabeza en el pecho del moreno.

Horacio le rodeó los hombros con un brazo, y con la mano libre entrelazó los dedos con los de Volkov, dirigiendo la mirada a las alianzas que ambos llevaban desde hacía tiempo. Sonrió para sí mismo y cerró los ojos, acariciando la mano del otro con el pulgar.

Cuando le había llamado, ahora hacía ya varios años, no se imaginaba que podría llegar a estar tan feliz. Pero ahí estaba, un domingo de Julio, con el amor de su vida entre los brazos, sin más preocupaciones que pensar qué iban a desayunar esa mañana cuando salieran de la cama. Sintiéndose querido, protegido, a salvo, entre las paredes de la casa de Horacio que ahora era su hogar. En la calle, unos vecinos tenían puesta música en la terraza.

Just a perfect day

And then later, when it gets dark we go home

Just a perfect day

Feed animals in the zoo

Then later, a movie too and then home

Oh it's such a perfect day

I'm glad I spent it with you

Oh such a perfect day


Horacio dejó un tierno beso en la frente de Volkov, que sonrió, y cerró los ojos apoyando la cabeza contra la del otro. Era el día más perfecto que se hubiera podido imaginar.

Volkacio One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora