El soldado judío (R)

43 8 23
                                    

Alemania 1945

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Alemania 1945

Su maleta pesaba, pero no más que la carga de su alma. Aquella mirada vacía, ese cuerpo delgado y el frío en los huesos... No le pertenecían.

A Ilse le robaron todo.

Robaron la sonrisa pícara que guardaba mil travesuras. Robaron la paz que sólo las manos de su madre podían darle. Robaron las miradas cómplices que nunca se dieron con su pequeña hermana. Robaron los consejos que su padre desde niño quiso brindarle... Robaron su identidad.

Ni de su propia vida era dueña, pero había algo que ella no cedería.

Moriría a su manera; por eso estaba allí, en la puerta del hombre que vestía uniforme de soldado Nazi, pero que nunca olvidó sus raíces judías.

Reposó su maleta en el piso y se quedó parada con la mano en el aire, indecisa.

Para su sorpresa, la puerta se abrió mostrando al joven oficial con un lápiz y papel en mano.

—¿Ilse? —preguntó. La chica tambaleó, y se acercó rápido para sostenerla de la cintura—. Te tengo, te tengo.

Estaba a punto de desmayarse, así que la tomó en brazos y la depositó sobre la cama improvisada de aquella cabaña.

—Ya no... no soporto más —susurró la chica—. No a... aguanto para nada más.

—Lo sé, pero ya falta poco. Las fuerzas aliadas van ganando minuto a minuto. Es cuestión de tiempo para que Alemania sea completamente liberada.

—¿Es oficial?

—Es oficial —afirmó el soldado acariciando con ternura el cabello de Ilse.

—Pero, ¿qué sentido tiene ya? Mi familia no está... conmigo.

El joven se sentó a un lado de la chica.

—Sobre eso... espera un segundo —comentó buscando algo en los bolsillos de su uniforme—. Se habrá caído cuando te traje, ya regreso.

Ilse entendió que se refería al papel. Aprovechando que el soldado se había alejado, revisó la mesa de luz para tomar el arma y acabar con todo de una buena vez.

—Papá, mamá, hermanita... perdón.

—Primero debes comer o te enfermarás otra... —La bandeja de desayuno que el joven traía se cayó de sus manos al ver la desesperante escena de la chica.

—Ilse... pequeña, por favor. No lo hagas. Podemos hablar, ¿sí?

Sostenía temblorosa el arma sobre su sien, pero la mirada era firme. Estaba decidida a hacerlo.

—¡¿Por qué?! ¡¿Para qué?! —cuestionó llorando.

—Porque si alguien debe morir aquí, ese soy yo. Se lo debo a tu padre, a mi patria y a mi fe. Ilse... por favor.

Cuentos para AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora