La luna es especial y rotunda; le tienes miedo o no. Depende de lo que hay a tu alrededor y en tus pensamientos al contemplarla.
Para mí, hace mucho tiempo que genera un terror constante. Un terror que vuelve mi cuerpo tembloroso, mis ojos paranoicos y mi mente ansiosa.
Ya no me encuentro tras los barrotes de aquella mazmorra, pero la puerta de la habitación es igual de impenetrable. Increíble el frío en mis huesos, a pesar de estar todo cerrado y sin permitir una mísera corriente de aire. Lo único que cargo es mi vestido que se siente como ropa interior por la fina tela.
Un ventiluz ubicado arriba de los ventanales sin persianas ni barrotes, pero sellado con una poderosa fuerza oscura, es mi suerte para saber en qué momento del día estoy viviendo.
Tengo hambre, pero no puedo comer cuando necesito. Me lo permite después de alimentarse con mi sangre.
Estoy sucia, con sangre seca en mi cuello que llega a mi pecho. Le gusta verme así de indefensa, temerosa y frágil. ¡Es un maldito sádico!
Quiero dormir, pero el estado de alerta constante no hace más que mantener mis ojos exageradamente abiertos.
El príncipe Nandru se ha encargado de dejarme como la miseria misma; me animo a decir que más abajo.
Ya no recuerdo quién fui, no sé quién soy, y no quiero imaginar quién seré.
La luna desaparece del único lugar donde puede verse. Se ha llevado la luz consigo. Ajena a mi sufrimiento, mis lamentos nocturnos y pensamientos quebrados. Al mismo tiempo, se encienden todas las velas de la habitación, solas y en un parpadeo.
Comienzan a aparecer sombras que salen de una pared y se desvanecen en la otra. Juegan con el movimiento de las pequeñas llamas.
Gritan, lloran y suplican. Igual que yo...
—¡Basta! ¡Por favor! —Imploro.
Es la misma tortura, una y otra vez.
—Mihaela, ¡Mihaela! —Me llaman.
Trato de ignorarlas tanto como puedo, pero el aspecto macabro del ambiente es perturbador. La única iluminación proviene de las velas, y a duras penas diviso mi propia silueta.
Evito mirar el suelo, porque es tan oscuro que me convenzo de estar parada sobre el mismísimo abismo.
Tapo mis oídos y grito con todas mis fuerzas hasta quedar sin aliento ni voz.
Siento mi cuerpo desvanecerse. Estoy exhausta. Cuando decido ceder ante el cansancio, Nandru aparece para tomarme en brazos.
—Detalles, cariño. Detalles... —dice, mientras observa todo en la habitación.
Tomo aquello como una amenaza de que puedo pasarlo mucho peor, si así lo desea, y me desmayo.
Observo el ventiluz y sé que es de día. Veo algunas nubes pasar, pero no he visto ningún ave. Es como si supieran que el castillo alberga a un ser, magia y entes retorcidamente oscuros.
No hay espejos en la habitación. Él me conoce y sabe que soy capaz de hacer cualquier cosa a estas alturas.
Llevo mis inquietas manos y toco suavemente mi rostro. Me obligo a cerrar los ojos y guio mis dedos por toda la piel; como si fueran pinceles dibujando sobre un perfecto lienzo de lino en mi mente. De repente, logro percibir mi rostro en acuarelas.
Poca pintura y mucha agua.
—Poca piel y muchos huesos. —Susurro.
Al final, tengo dos enemigos: el príncipe endemoniado y mi propia mente.
Y es en estos momentos donde recuerdo a mi madre con sus advertencias. Al hombre cazador que perdió su vida intentando que escapara.
Culpa, culpa y más culpa.
Agarré mi cabeza con ambas manos. Ya no tengo ni dignidad, pero no le permitiré romperme la poca cordura que creo tener.
Durante el día me esfuerzo por ser valiente, es cuando siento menos miedo.
Noto que corre sangre fresca de mi cuello, y limpio mis dedos húmedos del líquido espeso en la pared.
La imagen de mi rostro en acuarelas regresa más viva que nunca. Mi mente, que siempre traiciona, recuerda cómo funcionar y me regala una idea.
Los pinceles, la pintura y el lienzo de lino.
Mis dedos, la sangre y la pared.
Con ayuda de la luz solar, visualizo y pinto mi rostro y cabello.
Un rato después, está listo y detallado.
Me alejo un poco y noto que hay algo inusual: el rostro pintado está sonriendo. Toco mis labios suavemente y me doy cuenta que también estoy sonriendo.
Entonces elijo creer.
Elijo creer que no es sangre manchando una pared.
Elijo creer que es un espejo devolviendo mi reflejo.
Elijo creer que es una imagen fiel de mi rostro.
Elijo creer en la esperanza.
Elijo creer que sobreviviré.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos para Alba
RandomLa muerte debe ser una de mis musas, así que no te sorprendas si te topas con ella entre mis letras. ¿Es miedo? ¿Obsesión? No lo sé, pero siempre está seduciéndome para que la nombre. Sé curioso/a y "escucha" las particulares voces e historias que t...