1. La fuga

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No, no y no. No podía estar muerto, pero él se lo buscó. Fue en defensa propia.

Me repetí a mí misma una y otra vez. Estaba asustada, los nervios recorrían mi piel impidiendo que me moviera, solo podía ver el cuerpo de Eduardo tirado en el suelo mientras la sangre correteaba por el suelo.

—Fue un accidente —murmuré para mí, porque tal vez, si lo escuchaba en voz alta podría creer lo que acababa de pasar.

Me aparté de él rápidamente dando vueltas por el pasillo con las manos en la cabeza sin saber qué hacer. El pánico se apoderó de mí e inmediatamente fui hasta mi habitación para coger mi maleta dejándola encima de la cama, la abrí para echar mi ropa, no me paré en seleccionarla, solo cogí lo primero que vi. Después la cerré y agarré mi preciada guitarra para irme de la ciudad. Cogí las llaves de mi coche de la mesita de la entrada, giré el pomo de la puerta, esperé unos segundos analizando un momento lo que había ocurrido, pero el miedo hizo que avanzara cerrando la puerta después. Bajé al garaje, fui en busca de mi coche mientras el sonido de las ruedas de la maleta al deslizarse por el suelo me acompañaba. Abrí el maletero del coche dejando la maleta y la guitarra en el asiento de atrás. Cuando me senté, respiré hondo para tranquilizarme, me miré en el espejo para arreglarme el cabello y maquillarme escondiendo el golpe en mi rostro. Tenía el labio partido, pero no podía hacer mucho por él. Cuando me sentí preparada para arrancar no dudé en hacerlo, no quería permanecer ni un segundo más en este lugar.

No sabía a donde ir, pero conduciría lo más lejos que pudiera. Lloré en silencio, no podía creer que fuera una de esas mujeres que se dejaban pegar por su novio, pero era lo único que tenía, creía que me amaba, además, yo podía ser una persona muy intensa, sin embargo, por mucho que hiciera cualquier cosa para mantenerlo contento, no había manera. No podía vivir en esa situación, hasta que ocurrió lo inevitable cuando me cansé de que me levantara la mano.

La rabia que sentí en ese momento provocó que empezará a darle golpes al volante.

Después de un rato conduciendo decidí parar a por agua y algo para comer. Tenía el depósito vacío. Entré a la tienda mientras me rellenaban el depósito. Compré una botella de dos litros de agua, junto a unas chocolatinas, patatas fritas, un refresco y un sándwich. Esperé la cola para pagar, fue rápida, no había mucha gente, saludé al dependiente con una sonrisa, cogí una barra de chicle y pagué.

Fui hasta mi coche para continuar la marcha, quería llegar rápido a cualquier pueblo, puesto que era de noche y no me gustaba conducir tan tarde. Puse un poco de música para relajarme y olvidar lo que había pasado mientras le daba un mordisco a mi sándwich de pavo, de repente, algo se me atravesó en la carretera, logrando que impactara con él. Parecía ser un perro, pero era muy grande para serlo, al frenar el coche me enojé al ver como se me había caído el sándwich en mis piernas, pero salí rápidamente para buscar lo que había atropellado, no lo encontré. Sin embargo, pude ver como una persona desnuda corría hacia el interior del monte. Pestañeé a la velocidad de la luz para asegurarme de que no eran alucinaciones mías, al perderlo de vista, me acerqué al capó del coche, el cual tenía un golpe. Había atropellado a algo, pero no estaba segura qué era. No esperé mucho más tiempo porque tenía la extraña sensación de que en cualquier momento saldría una bestia de la nada y me comería viva. Por ese motivo odiaba ver películas de miedo, porque te hacían pensar cosas que no existían.

No lo pensé más, me subí al coche y conduje rápido para llegar al pueblo. Me estacioné cerca de un hotel, necesitaba descansar y no quería hacerlo en el interior de mi coche. No quería gastar mucho dinero, pero solo lo haría esta noche.

Pedí una habitación sin problemas, subí por el ascensor hasta el segundo piso y cuando el ascensor se detuvo, abriendo las puertas indicando que había llegado a mi planta, salí y me acerqué a la puerta que me correspondía. Al entrar dejé la tarjeta electrónica sujetada a un dispositivo en la pared para que las luces estuvieran encendidas. Después, dejé la maleta a un lado y la guitarra encima de la cama. Entré al cuarto de baño, me quedé mirando en el espejo. El rímel se me había corrido, los ojos los tenía rojos de tanto llorar, mi cabello rubio estaba hecho un asco. Solté un suspiro, me lavé la cara, y poco después busqué una tijera para cortarme el cabello. Amaba mi cabello largo, pero por el momento quería deshacerme de él, pensé que ya me crecería para intentar alentarme.

Conociendo a la bestia #3 En AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora