Abrázame, envuélveme tan fuerte entre tus brazos que poco a poco quede faltante de oxígeno en mis pulmones; bésame, acaricia mis labios tan suave y dulcemente, que los sienta como el propio algodón de azúcar. Acaricia mi piel con tus lindas manos, quémame con la punta de tus dedos, que sienta que ya no pueda más. Mátame, apuñalame tan fuerte el corazón, hasta que pueda sentir ese típico fluido rojo y caliente derramándose lentamente por lo suave y blanca que es mi piel. Aduéñate de mí, nombrame de tu propiedad, y mantenme contigo, tanto que no pueda escapar, haz lo que se te plazca conmigo. Al fin y al cabo, sólo soy un objeto, con el cual, tú sólo puedes jugar, nadie más que tú, porque yo sé que soy de tu propiedad, porque yo siempre he tenido un nombre; y ese es el tuyo.