Capítulo 4

33 3 2
                                    

El Número 12 de Grimmauld Place, Harry Explota.

Narra Harry

-Que es la Orden del…? -pregunte.

-¡Aquí no, muchacho! -gruñó Moody-. ¡Espera a que estemos dentro!

Moody nos arrebató el trozo de pergamino y le prendió fuego con
la punta de la varita.

Mientras las llamas devoraban el mensaje, que cayó flotando al suelo, volvió a mirar las casas que había a su alrededor.

Estaban delante del número 11; miró a la izquierda y vio el número 10; a la
derecha, sin embargo, estaba el número 13.

-Pero ¿dónde está…?

-Piensa en lo que acabas de memorizar- me recordó Lupin con serenidad.

Lily me tomo la mano y me sonrió, ambos lo pensamos, y en cuanto llegué a las palabras número 12 de Grimmauld Place, una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas.

Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino.

Nos quedamos mirándola, boquiabiertos.

El equipo de música del número
once seguía sonando.

Por lo visto, los muggles que había dentro no habían notado nada.

-Vamos, deprisa -gruñó Moody, empujándome por la espalda.

Ambos subimos los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos
de la puerta que acababa de materializarse.

La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de serpiente retorcida.

No había cerradura ni buzón.

Lupin sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta.

Oímos unos fuertes ruidos metálicos y algo que sonaba como una cadena.

La puerta se abrió con un chirrido.

-Entren, rápido- nos susurró Lupin-, pero no se alejen demasiado y no toquen nada.

Cruzamos el umbral y nos sumergimos en la casi total oscuridad del vestíbulo.

Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado.

Mire hacia atrás y vi a los otros, que iban en fila detrás de nosotros; Lupin y Tonks llevaban nuestros baúles y las jaulas de Hedwig y Black.

Moody estaba de pie en el último escalón soltando las bolas de luz que el apagador había robado de las farolas: volvieron volando a sus bombillas y la plaza se iluminó, momentáneamente, con una luz naranja; entonces Moody entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo volvió a ser total.

-Por aquí…

Nos dio unos golpecitos en la cabeza a Lily y a mi con la varita; esta vez sentía que algo caliente me goteaba por la espalda y comprendí que el encantamiento desilusionador había terminado.

-Ahora quédense todos quietos mientras pongo un poco de luz aquí dentro- susurró Moody.

Los murmullos de los demás me producían una extraña aprensión; era como si acabaran de entrar en la casa de alguien que estaba a punto de morir.

Oí un débil silbido, y entonces unas anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante, sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo techo colgaba una lámpara de cristal cubierta de telarañas y en cuyas paredes lucían retratos ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos.

Mellizos Potter en la Orden del Fénix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora