ἐπεισόδιον I

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Salió a pasear sobre las once de la noche. El frío viento se introducía por las mangas de la oscura sudadera. Dio una calada al cigarrillo mientras cambiaba la canción que escuchaba a través de sus cascos. Expiró el humo entre dientes. Revisó tras un par de minutos más la hora. Pasadas las doce menos cuarto, se encaminó de regreso a casa y con paso torpe y lento, llegó a casa pronto.

En silencio abrió la puerta con las llaves que guardaba en el bolsillo. Para su no sorpresa sus padres estaban en el salón pese a la hora viendo una de sus series televisivas. Tras saludar y desear buenas noches subió a su cuarto. La habitación era bastante amplia. Se quitó la sudadera, luego la camiseta, y con rápidos movimientos se despojó del resto del ropaje cambiándolo por su usual pijama azul oscuro. Se tumbó sobre su cama mal hecha, nunca la hacía realmente. Paseó su mano izquierda bajo la camiseta acariciando la zona abdominal, mientras con la derecha revisaba el teléfono y contestaba brevemente a algún que otro mensaje. Tras unos minutos, se durmió. Su insomnio ocasional no se hizo presente aquella noche.

Sobre las nueve un estruendo lo despertó enfureciéndolo. Abrió los ojos, pesados y cansados, buscando el origen de tanto revuelo. Evidentemente era su señora madre -así le decía él para mofarse inocentemente de ella- siguió sus movimientos lentamente, hasta que ésta abrió las cortinas de par en par y la ventana del cuarto sin dudar. Revisó el celular: las nueve y ocho de la mañana. Domingo: origen de todo. Su madre lo levantaba temprano para desayunar en familia, asearse, arreglarse e ir a misa. Con un suspiro de fastidio se levanta y estira las sábanas como un amago de hacer la cama. Pasea su mano derecha por su cabellera, removiéndola y volviendo a suspirar, se apresura a bajar. Las tostadas ya estaban preparadas junto a su Cola-Cao frío. También había un par de magdalenas en el centro, como siempre. Su padre se sentó frente a él y su madre junto a su marido. Desayunó en silencio, una viena y dos magdalenas con su bebida.

-¿Vas a echar la matrícula este año de nuevo?-preguntó su padre.

-No tengo claro que estudiar aún, pero lo pensaré para septiembre.

-Llevas ya tres años perdidos. - le recordó su madre.

-Lo sé, de este año no pasa. -sentenció mordiendo la última magdalena.

-Sino, harás derecho. -decretó su padre.

Su corazón se aceleró en cuestión de segundos.

-Tu padre y yo hemos estado hablando, y creemos que lo más conveniente es que no desperdicies más tiempo y estudies algo, por tu futuro, aunque no te guste. -bebió la madre un sorbo de la taza de café.

Adriel hizo una mueca meneando la cabeza. Se mordió el labio inferior para aguantar las ganas de contestar. Miles de palabras e ideas recorrían su mente buscando traspasar sus labios de manera violenta, pero sabía cómo acabaría todo.

-Está bien, si no encuentro nada mejor hasta septiembre, estudiaré lo que queráis, prometido. -se arrepentiría de ello, por supuesto.

Sus padres sonrieron satisfechos por la respuesta y tras una breve conversación sobre los planes del día recogieron la mesa y se dispusieron a cambiarse.

Subió las escaleras a zancadas y entrando en su cuarto, cerró la puerta sin energías. Abrió el armario y sacó un traje de chaqueta negro. Colocándoselo se miró en el espejo. No le convencía la chaqueta, hacía mucha calor, así que optó por unos pantalones de pinza ajustados a sus tobillos de cuadros negros y blancos, una camisa blanca remangada hasta los codos y unas deportivas blancas a juego. De uno de sus cajones sacó una cadena fina plateada, al igual que su pendiente de la oreja izquierda en forma de cruz. Se abrochó y desabrochó los primeros botones en varias ocasiones. Resoplando volvía a mirarse esperanzado en que el tiempo pasara lo más rápido posible. Una hora de misa no le agradaba. A decir verdad, nada de lo católico o creyente le agradaba. A pesar de haber pasado gran parte de su vida en un centro católico, cristiano y apostólico, era ateo. Muy ateo. Al principio sí creía, por supuesto, durante muchos años participó voluntariamente en la mayor parte de festivales y actos religiosos; sin embargo, conforme crecía, el mundo de rosa se volvía negro, cuestionando el por qué de tantas cosas inhumanas en este mundo. Si Dios tenía tanto poder, tanto nos quería ¿por qué permite tales atrocidades? Porque no había nadie arriba cuidando del ser humano. Es la mejor conclusión que sacó.

ἡ ἀγάπηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora