Pasado de Elizabeth, la banshee:
Yo, nací en la tierra de las banshee, crecí allí, pero, por suerte, no morí allí, hubiera sido un desperdicio pasar toda mi vida en ese sitio en lo único que querían de mí era pasar mis días llena de envidia e inferioridad, el espíritu de magia negra Morte, el ser que se podía decir que es el dios del inframundo, recolectó suficiente energía negativa de los muertos y así, como todas las demás de mi especie nací, mis primeros recuerdos son salir de un viejo y polvoriento árbol con sabor a ceniza en la boca y los pies de una anciana mujer, que me cogió. Esa mujer era una mujer respetada en todo el territorio, era la antigua jefa, la supervisora, ella cuidaba a las banshee hasta que ya son capaces de caminar por su cuenta y luego nos deja a nuestra suerte.
Yo fui una niña curiosa, cosa que las otras hadas de la muerte detestaban a más no poder, se podía decir que yo fui una niña problemática porque no tenía la misma mentalidad que las demás. Siempre me soltaban “Siendo así no vas a llegar a ninguna parte”, “Cuando crezcas aprenderás como es el mundo en realidad”, esas palabras eran ruido para mí en ese entonces, yo seguía aferrada a mis ideales felices que a las otras les disgustaban tanto.
Cuando crecí un poco me enseñaron mi deber como banshee, debía atraer la muerte, viajar por todos los frondosos bosques, atraer a los que son destinados a morir y llevar su alma fuera de este mundo, puede ser horrible, pero a mí me pareció de alguna manera algo especial, para mí, era como acompañar a alguien en un viaje importante, formaba un papel importante en un momento importante en la vida de una persona, era una emisora de la muerte, ¿y qué? Les daré a todas esas personas el mejor viaje de su vida. Con esa idea en mente crecí entre el silencio y el suelo de ceniza.
—¡Oye, oye, antigua jefa! ¿Por qué las personas lloran cuando alguien cercano a ellos muere?— le pregunté un día después de las enseñanzas.
—Oh…esa es una pregunta muy interesante, pero ninguna de nosotras tiene la respuesta. Nuestros sentimientos son incapaces de sentir un dolor así, ya que ninguna de nosotras tiene familia.
—¿No somos todas nosotras una familia?
La supervisora rio, yo no sabía que era lo divertido de la pregunta.
—Ni en los años que vive un espíritu nos consideraremos las unas a las otras una familia, tenlo en la cabeza para no hacer ninguna trastada— contestó, feliz de ver mi desilusión.
—¿Perdona?— la voz más armónica que había escuchado en mi vida apareció al otro lado de la puerta, fue como música para mis oídos.
La supervisora le dio permiso para entrar. Abrí mis ojos más de los que ellos podían y me quedé inmóvil. Un hada había entrado a la sala con una niña de más o menos la misma edad que yo. La niña se escondió detrás de su madre, la madre sonrió y miró a la supervisora, empezaron a hablar de algo de lo cual no me enteré, estaba anonadada admirando a la mujer que acababa de entrar, sus colores eran los más vivos que había visto en mi vida, su pelo anaranjado parecía tener vida propia y se mecía en el aire con brillo, a mis ojos era enorme, y su ropa era demasiado llamativa y colorida para mis ojos, también tenía una cara hermosa, en comparación con la antigua jefa. Noté que la niña, que parecía una copia en miniatura de su madre, me miraba con cara de pocos amigos, yo la saludé con la mano y ella me sacó la lengua y puso una expresión de asco, la sonrisa se me fue de la cara en un pestañeo.
Vi que la gran mujer se iba y yo, sin darme cuenta, extendí mi brazo hacia ella, la supervisora me cogió el brazo con tanta fuerza que casi me retorcía de dolor, la madre y la hija se giraron hacia mí, la niña no sé giró a verme y apoyó más en su madre, me caí de rodillas cuando los imponentes ojos de la madre se clavaron en mí, por un momento me dieron mucho miedo, tenía una expresión demasiado seria y parecía que estaba admirando la basura más repugnante de su vida, un escarabajo aplastado. Casi se me escapa una lágrima, pero en el último momento la mujer cambió de expresión y me miró con ojos amables. Y se fueron, no sé si me alivié y me entristecí.
—¿¡Qué crees que estabas intentando hacer Ayanashi Elizabeth!?— me chilló la supervisora con una cólera que no se podía medir con solo números.
Entonces sí lloré, de un tirón me liberé del agarre de la vieja y me cubrí la cabeza con los brazos, sentía que había hecho el peor pecado posible y me iban a ejecutar de inmediato. La supervisora espiró con fuerza y elevó mi cara con el mango de su guadaña, un tesoro casi legendario.
—Creo que en ti vi admiración por nuestras enemigas, por todas esas hadas estamos condenadas a la desgracia, son nuestra peor pesadilla, ¿entiendes, que no te vea yo volver a mirar así a otro tipo de hadas?— me amenazó a gritos y yo empecé a asentir muy deprisa, como diciéndole que acabara ya de una vez.
Me regañó durante más tiempo, diciendo cosas groseras sobre mí y expresando odio hacia todas las hadas, cuando se le secó la garganta retiró el mando de su guadaña de mi barbilla y yo me golpeé la cara contra el suelo.
—¡Vete, eres la última persona que quiero ver ahora mismo!— dijo sin pena alguna y yo salí corriendo, obediente.
Al día siguiente desperté en el árbol en el que nací, el único espacio personal que tenía cada banshee, me desperté más tarde de la cuenta, mi cabeza no paraba de repetir los gritos de la supervisora una y otra vez, los cuales me mantenían despierta, hasta que el sueño dominó a mis pensamientos pasaron unas buenas horas.
El lugar estaba como usual, silencio y una tensión tan fina como una rama seca, la supervisora debería estar en su casa y algunas hadas correteaban sin saber qué hacer, igual que yo. No tenía clases de adiestramiento, y no sabía lo que se supone que debía de hacer en un día libre, recordé lo que dijo la supervisora de que todas las hadas de la muerte nunca se considerarían las unas a las otras familia y eso me volvió a poner triste, supongo que eso era lo correcto.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por algo brillante en el suelo, una especie de polvo que a simple vista sabes que era algo mágico. Al instante, supe de quien era, las hadas que vi ayer. Miré a mi alrededor para comprobar que no había nadie cerca de mí y comencé a seguir el polvo. En ese momento no me cuestioné absolutamente nada, estaba guiada por pura curiosidad, mi corazón martilleaba violento dentro de mí, no había visto todavía el mundo exterior, no pensé en que pudiera haber ninguna consecuencia, solo quería salir del mundo incoloro y conocer el mundo en el que vivían otros, un mundo lleno de conocimiento, un mundo lleno de color, un mundo lleno de sabiduría, un mundo en el que la palabra muerte no es pronunciada frecuentemente, un mundo desconocido para mí.
Al seguir el polvo, llegué a una especie de portal rodeado de ramas negras, el alrededor parecía totalmente calcinado, me sentía en el lugar espantoso de algún cuento, con el pensamiento suplicando libertad crucé el portal.
Después de ver un destello de luz de todos los colores existentes abrí los ojos y me encontré con suelo verde suave, árboles llenos de vida que tenían hojas en sus copas y entre sus ramas, pájaros azules, naranjas y de otros colores brillantes y formas, eso sí era un sitio de cuento de hadas, lo típico sería ponerme a saltar y a cantar, me dieron ganas de hacerlo incluso, pero caí en la cuenta de que no me sabía ninguna canción. Bajé la cabeza a mis pies un poco entristecida. En lugar de cantar empecé a dar pasos pequeños y empecé a tararear una melodía inventada.
El bosque empezaba a ser muy denso, pero no me cansaba de él, cada vez que volteaba la cabeza y miraba para otro lado veía algo nuevo, una flor nueva, un ser nuevo, un color nuevo. No ponía ninguna expresión, estaba demasiado asombrada para ponerme a pensar algo de cada cosa que veía. Me puse a pensar en mi tierra, en lo poco que había allí, lo triste que era estar allí, ¿de verdad el derecho de estar en un lugar bonito o tus sentimientos depende de la raza en que naces? Las preguntas tan complicadas nunca van a tener una respuesta clara.
Me encontré con una montaña de rocas, me pregunté por qué está ahí, me acerqué y puse mis manos en las rocas, estaban frías. Comencé a rodearlas, pero era una pared inmensa y no parecía haber ninguna apertura. La pared era muy alta y yo no sabía levitar muy bien todavía. La única opción era trepar y ver lo que había al otro lado, me parecía una locura, pero yo escalaba muchos árboles en la tierra de las banshee y era bastante ágil.
Con preocupación me agarré a una roca, y empecé a trepar, fue más sencillo de lo que pensaba, las rocas eran resbaladizas y sentía los brazos pesados por la fuerza, pero sin que yo me diera cuenta ya estaba en la cima, me agarré a la rama de un árbol para bajar por él, pero la rama se rompió y caí al suelo verde, sacudí mi vestido y me incorporé, las hadas de la muerte estamos, de alguna manera, estábamos acostumbradas al dolor.
Continué caminando como antes, despacio y con cautela, observando el alrededor, me pregunto si debería apuntar cada cosa que vea en algún sitio…Sin darme cuenta del frente de repente sentí como algo poderoso más adelante, doblé la esquina corriendo y me encontré protección mágica, había escuchado de magia poderosa que algunas criaturas superiores poseían, ese debía de ser un hechizo de alto rango. Me acerqué y toqué la barrera, sentí como mi piel escocía y se quemaba sin dejar marca alguna, seguí con la mano en la barrera un poco más y luego la aparté despacio, después, no caí en la cuenta de para qué servía esa barrera en cuanto la vi, para separar la tierra de las hadas de la muerte de todas las demás, ¿tan peligrosas éramos? ¿Tanto les disgustábamos a las demás hadas? Con esos pensamientos en mente y el alma vacía me dispuse a cruzar la barrera, si tanto no quieren que esté con ellos, ahí me verán, para su desgracia, creo que empezaba a entender por qué la supervisora odiaba a las demás hadas, bueno, en general, la supervisora odiaba todo lo que se moviese. Antes de que yo pudiera notarlo, estaba al otro lado de la barrera, era una barrera gris, seguramente hecha de algún material letal para las hadas corrientes, pero no para las hadas de la muerte. Continué mi camino, me estaba empezando a cansar, ¿cuán lejos estaba el resto del mundo exterior de la tierra de las banshee? Siguió el suelo verde suave hasta el horizonte, empecé a correr, como si estuviera siendo perseguida, con los ojos cerrados, tenía demasiados pensamientos en la cabeza como para mirar con placer el alrededor, sabiendo que en pocas horas volveré a ver el paisaje de ceniza.
Me sobresalté y abrí los ojos como platos antes de caerme en una superficie rugosa, me quejé en silencio. Vi que mis rodillas estaban rojas en mi grisácea y translúcida piel, ese dolor era como si nada para mí. En vez de centrarme en mis heridas sentí alivio y júbilo, había llegado a unas escaleras ligeramente agrietadas, no deberían utilizarse muy a menudo, estaban polvorientas y feas, estaban muertas. Subí por ellas y el aire por fin olía de forma diferente a madera fresca, olía a especias, olía dulce, olía a vida.
Los tejados de algunos edificios de veían al fondo, de colores brillantes como el verde, rosa o morado, me adentré un poco más en la zona de las otras hadas para observar desde lejos, era simplemente bonito, pero lo que lo hacía bonito era lo vivaz y colorido que era.
Escuché las voces de niños y al instante me escondí entre la vegetación, la verdad es que las flores de cerca olían fatal. Los niños estaban cogidos de la mano dando círculos y cantando una canción, seguro que esa canción no era la única que se conocían. Después de que terminaran de cantar se tiraron al suelo de espaldas, podía sentir la calidez de cada niño hada, mi piel no emitía ni calor ni frío, era un poco desagradable.
Los niños se reían en el suelo…”Reír”, la palabra resonó en mi cabeza casi un centenar de veces, intenté recordar la última vez que había reído, probablemente no lo había hecho en toda su vida. Los niños ahora hablaban, algunos dibujaban, vaya…parece ser que me había topado con un parque, al fondo se podía ver el comienzo de una calle y edificios demasiado coloridos para lo que estaba acostumbrada.
Volví mi atención a los niños, analizaba todas sus acciones, escuchaba todo lo que decían, su comportamiento me parecía extraño en algunas ocasiones, un niño pequeñísimo se cayó y al instante se puso a llorar, ¿llorar por una caía? Eso era como si te acariciara una pluma, supongo que esa era una diferencia, las otras hadas eran débiles y yo era fuerte, era una guerrera. También parecían hablar mucho de su futuro, tenían grandes esperanzas, conque así es como piensa la gente que nace en un mundo lleno de vida. Al final el cielo se tornó rosado y anaranjado y yo seguía allí, cuando me di cuenta de lo tarde que era me acusé a mí misma de mi torpeza, caminé de cuclillas hasta la salida y corrí de vuelta.
La tierra de las banshee seguía igual que cuando me fui, como si la hubieran congelado en el tiempo, sentí una desconocida sensación de melancolía en mi interior al ver el suelo de ceniza, el cielo nublado y los árboles podridos: envidia. Ellos disfrutaban cada día y yo me merecía estar aquí, sola, más sola que nadie, eso solo tenía un nombre: injusticia.
Al final, mis escapadas a las tierras de las otras hadas se terminaron haciendo una rutina, quizá mi subconsciente las necesitaba para algo, casi todos los días, antes de las enseñanzas y después me escapaba sin que nadie se cuestionara mi presencia, me terminé haciendo al camino que me había parecido duro al principio. Me escondía detrás de las luminosas flores y me ponía a observar o a, simplemente, escuchar.
No sé si podría decir que aprendí de ellos, solo que reflexioné un montón sobre…todo en general. Ellos realmente se llevaban bien, y la única manera de que la gente se lleven bien entre ellos es que todos colaboren en llevarse bien, si una de las partes no tiene la iniciativa de llevarse bien con los demás, no hay manera de que os llevéis bien. A las hadas de la muerte les daba lo mismo la amistad, pero yo creo que es porque no han visto cómo es la amistad, es cálida, es amable, el problema es que cuando la tienes y la pierdes, como te has acostumbrado a ella, ya no puedes vivir sin ella, un dolor que no nunca tendré porque nunca tendré amigos, bueno, las almas que llevaré al otro lado pueden ser mis amigos, soy un hada de la muerte amigable.
Entre ellas, las hadas eran solidarias, o por lo menos los niños, aunque también, se pegaban y se gritaban, la primera vez que vi a alguno de los niños pelear me quedé paralizada, recordé a la supervisora gritándome, sentía que me estaban gritando a mí y me tuve que ir de inmediato. Entonces las cosas bonitas no son perfectas siempre, pensé. Al otro día volví a mi escondite y vi que los niños se estaban reconciliando, se habían perdonado los unos a los otros, al final, la pelea sirvió para estrellar sus lazos de amistad, sus alas batían y soltaban brillitos, era repugnante, ver su alegría era enfermizo y como no podía soportar mi batalla interior me fui al bosque, por lo menos los animalitos no me hacían sentir como una bruja malvada y sin corazón.
Parecía ser que el territorio que yo espiaba formaba parte de la tierra de las hadas de cristal, había muchísimos tipos de hadas, también se encargaban de mantener el orden de distintas cosas alrededor del mundo, como nosotras con los muertos, en realidad, éramos muy similares en muchos aspectos, y, si nos lo permitieran, todas las hadas seríamos iguales de felices, da igual a qué campo perteneciéramos y qué oficio realizáramos. Yo podría estar allí, en aquel parque, con algunas otras hadas, cantando mientras dábamos vueltas cogiéndonos de la mano, riendo y a veces llorando, y todo eso no es posible, porque las banshee somos hadas de la muerte.
Habían pasado unos tres meses desde que empezaron mis escapadas, de verdad se había convertido en una rutina, ese día, es el día en el que se perdió todo, es el día en el que yo iba a caer en lo más bajo, es el día en el que me iba a convertir en un pedazo de basura que no le importaba a nadie, era el día en el que me iba a convertir en una traidora y era el día en el que me sentía la persona más sola de todas. Actué de manera tan ingenua que a día de hoy no sé por qué actué así, supongo que quería comprobar mis ideales de que todas las hadas podíamos ser iguales, pero me equivocaba por completo.
Estaba detrás de mi arbusto como siempre, escuchando con los ojos cerrados a la gente y jugando con algunos mechones de mi pelo y escuché un sonido cerca de mí, me sobresalté, cuando solían pasar cosas así yo me escondía dentro del arbusto aguantando el horrible olor a flores y después me salía, pero ese día, me levanté y cogí el objeto con el que jugaban, ellos lo llamaban “pelota”. Escuché una exclamación ahogada a mi espalda, yo bajé la pelota manifestando un pequeño torbellino gris, estaba como hecho de fantasmas, a mí que parecía bonito. La pelota bajo y la cogí entre mis manos.
—¿Es tuya no? Toma— le tendí la pelota, le dediqué una sonrisa amable, aunque mi tono sonaba un poco apagado.
El niño hada se me quedó mirando, sus ojos estaban desorbitados y gritaban auxilio, sus extremidades temblaban y se quedó sin habla, mi sonrisa se fue poco a poco.
Era bonito, pero su cara desfigurada por su miedo irracional era terrible.
—Toma…tú pelo-
—No la quiero si la ha tocado una vergüenza como tú, la has ensuciado ¡BANSHEEEEEEEEEE! ¡HAY UNA BANSHEE!— el niño gritó, seguramente su grito se escuchó en toda la zona.
Muchas personas vinieron a donde estaba el niño y todas esas hadas de cristal mis miraron con unos ojos carentes de compasión y los niños pequeños me miraban con terror.
Algunas hadas salieron corriendo, supongo que a avisar al gobernante de la zona y las demás personas empezaron a decir tantas cosas al mismo tiempo que me empezaron a marear, lo único que tuve claro fue que, ninguna de sus palabras era amable o de consuelo. Me sentí pequeña, me sentí atacada. Caí de rodillas y retrocedí como pude, me tapé la cara con la pelota de los niños.
—Por favor…deteneos…deteneos de una vez…por favor…— rogué en una voz tan baja que nadie me escuchó, de todas formas, no me iban a escuchar ni, aunque les pagase.
Escuché ruido también en la cuidad, de gente alarmada, ¿me castigarían si me el gobernador me encuentra? ¿Me harán daño? Los ciudadanos corrían y escuché pasos que cada vez se escuchaban más cerca. Entre las personas que me rodeaban y me insultaban y amenazaban salió un grupo de una quincena de personas vestidas con el mismo atuendo. Todos miraban para abajo y no podía distinguir muy bien sus facciones, aparte de por mi ataque de nervios, menos uno, un hombre de aspecto seguro y tan delicado como lo sería un elfo, pero con una mirada que irradiaba desdén y asco.
—Vaya, vaya, vaya… Parece que una chiquilla nos ha salido traviesa, lo que no pareces saber es que las personas siempre son castigadas por hacer trastadas, aunque no sé si considerarte persona si quiera— dijo el hombre con una voz mucho más grave de la que creía que tenía, parecía amable, pero conmigo no.
De su espalda sacó el mango de un candelabro, pero el candelabro en vez de tener velas tenía trozos de cristal que nada más verlos cortaban. El hombre lo alzó justo debajo de mí y me encogí todavía más sobre mí misma, mi cara debía ser un cuadro de lo que es el verdadero terror. ¿De verdad iba a morir allí? Ladeé la cabeza de lado a lado lentamente, suplicándole con la mirada y empecé a llorar y mi corazón se agitaba descontrolado.
—Uno...dos…tres…— empezó a enumerar el hombre a la vez que quitaba los dedos del mango del candelabro, como si así pudiera alargar mi sufrimiento.
El mango del candelabro de cristal estaba sostenido por solamente dos dedos. El hombre estaba por decir el número cuatro y que el candelabro cayera sobre mí de una vez. Y ahí, es cuando sucedió el problema más gordo, como si no pudiera empeorar el problema más de lo que ya estaba. En ese entonces grité, el agudísimo grito que solamente poseen las hadas de la muerte para anunciar la muerte, una habilidad digna para que el rival sintiera miedo.
—¡AAAAAAAAAH!— yo ni siquiera se lo ordené a mi alma, ni siquiera era necesario, y ni siquiera era capaz de hacerlo todavía, sin embargo, grité.
Al hombre de aspecto amable le empezaron a sangrar los oídos y se tapó las orejas mientras soltaba alaridos de dolor; el candelabro cayó fuera de mi alcance, así que salí ilesa, aunque ojalá me hubieran hecho algo de daño, así por lo menos las hadas de cristal estarían contentísimas. Todos se cayeron al suelo como piezas de dominó detrás del chico del candelabro, las hadas se retorcían y se quejaban por el dolor, su alma se estaba comprimiendo y gritaba ser liberada de la cárcel llamada cuerpo. De alguna manera, el panorama de todas aquellas hadas en el suelo llenas de dolor y miedo hacia mí me hizo algo feliz, me sentía poderosa, me sentía imponente.
Noté un líquido caliente cayendo de mis mejillas, ya no lloraba agua, ahora lloraba sangre, había un extraño viento alrededor mío que hacía que mi pelo se meciera, empecé a gritar más fuerte hasta que se me secó la garganta.
A los minutos de parar de gritar vi el panorama otra vez y esta vez me horroricé de mí misma y me arrepentí de inmediato de haber disfrutado de eso. Bajé la vista a la pelota y sangre procedente de mis lágrimas cayeron sobre la pelota. “Tú…¡Tú has causado todo esto!”, pensé llena de furia, aunque de nada servía echarle la culpa a la pelota, la culpa la tenía yo y solo yo, si no hubiera estado aquí, si no me hubieran encontrado, si no hubiera recogido la pelota…un choque eléctrico recorrió mi cuerpo, yo solo intenté ser amable, yo no le hice daño a nadie, yo no hice nada malo, yo…no soy culpable del todo, entonces, ¿la culpa también es de las otras hadas? “Por supuesto”, me contestó una voz interna. Pero sin duda, yo seguía creyendo que la culpa era mía. Pero las otras hadas también son malvadas, quisieron matar a alguien inocente como yo, entonces son malas también, como las hadas de la muerte. Pero las hadas de la muerte no son malas del todo, solo hacen su trabajo, su propósito como especie, ¿por qué las odiaban tanto?
—Yo…no me merecía esto. Ojalá…ojalá pudiera ser como ellas— susurré con la garganta ardiendo mientras mi alma se teñía de envidia.
Escuché pasos detrás de mí y me volví, asustada. Era la supervisora con varias banshees más a sus lados. Al verla me encogí otra vez, pero me sorprendí al escuchar sus palabras.
—No te veía por ningún lado, Ayanashi Elizabeth, parece que vamos a tener una charla muy larga tú y yo. Dejemos esto para más tarde.— dijo después de un suspiro la vieja jefa y se dio la vuelta, esperado a que la siguiera.
Fui tras ella y las otras hadas de la muerte me cogieron de los brazos y me pusieron delante de la supervisora, para no perderme de vista.
En la tierra de las banshee tuve una conversación privada con la supervisora en su casa. Durante el camino no pensé en absolutamente nada, me sentía vacía, me sentía de una forma que no había sentido antes en mi vida, supongo que había dado por hecho que me esperaba lo peor. La supervisora descargó toda su ira allí, empezó a enumerar todos mis errores y a gritarme como una histérica, yo le tuve que contar toda la verdad, todo lo que había hecho en estos tres meses. La supervisora parecía que echaba humo por la cabeza mientras yo, con un tono melancólico le contaba todo. Al final, anunciaron que sí hubo muertos en mi ataque de nervios, murieron unas veinte hadas, eso fue la gota que colmó el vaso para la vieja jefa.
—¡Y después de todas esas travesuras en contra de tu especie, además ahora eres una criminal, has desobedecido la ley, Elizabeth! Imperdonable, ¡absolutamente imperdonable!— chilló mientras movía los brazos y acercaba su cara a la mía, como si así le tendría más miedo, sin embargo no sentía nada, no pensaba nada.
—Perdón…
Claro, ahora era una persona horrible y una vergüenza, ¿y qué? Yo no hice nada malo, no me merezco nada malo, odio todo esto, lo odio tanto.
—¿Perdón?… ¿¡Perdón!? No consigues absolutamente nada con disculparte. Por dios, que sepas que no vas a salir libre de esta, te va a caer una sentencia, ¡una sentencia para que veas la mierda que eres Ayanashi Elizabeth! —dio un golpe a la pared— Tu sentencia se anunciará mañana.
Y con eso se fue y me dejó ahí, sola con mi batalla interior, agradecí que esa vieja loca se fuera de una vez, me dolía la cabeza de escucharla.
Cerré los puños con fuerza, maldiciendo la injusticia y a mi especie, definitivamente comenzaba a odiar mi especie, pero no a odiarme a mí misma porque yo sé que tengo toda la razón del universo, en este universo gris, yo soy la mancha más oscura.
Era el día siguiente, el día en el que mi castigo. No sabía cómo sentirme, supongo que estaba indignada, pero ahora mismo yo era una mezcla de almas inexpresiva. Me miré en uno de los espejos de los miles que tenía la supervisora, parecía el reflejo del aburrimiento, mis ojos no tenían brillo, parecía que estaba muerta, incluso más que otras hadas de la muerte, supongo que ahora había adquirido el carácter que las otras querían cuando era más pequeña, el de una muerta viviente que trabajaría como una melancólica esclava y con todo el odio de las otras hadas a mis espaldas.
En la negociación de mi castigo se encontraban la supervisora y las banshees en las que ella más confiaba, yo estaba la última en su lista de confianza, frente a ella se encontraban hadas de cristal, yo me coloqué de pie entre los dos grupos, era incómodo que yo fuera el centro de atención de todos, bajé la cabeza para no mirar directamente los ojos de nadie.
Los dos grupos empezaron a hablar entre sí, la supervisora pareció darles la razón a las hadas de cristal en todo momento, la miré con odio, se suponía que ella odiaba a las hadas, pero ahora me odiaba más a mí. Parece ser que mi grito sí provocó algunos muertos, entre ellos el hombre del candelabro de cristal, estaba demasiado desanimada para saltar de alegría y al mismo tiempo llorar de culpabilidad por tener esa clase de pensamientos tan locos, ya no era la que era antes, la Elizabeth de antes a muerto y ahora soy una persona nueva, no sé si esto es mejor o peor.
—Muy bien Elizabeth— dijo la supervisora con la voz firme.
Me sobresaltó, ¿habían acabado ya?
—Ya se ha decidido tu castigo, seguirás recibiendo adiestramiento como hada porque es tu obligación, pero pasarás el resto de tu vida en una celda en las profundidades y serás siempre vigilada, ¿entendido? Bien, ya nos podemos retirar.
Todos se levantaron y se fueron y yo me quedé ahí plantada en la sala, justo igual que ayer, no tenía ni ánimo para reír, estaba agotada y sola, estaba…desesperada. El futuro para mí era negro, ni siquiera el presente se salvaba, todo era oscuro, no había luz al final del túnel para mí, ni un hilo de esperanza al que me pudiera aferrar hasta que se me cayeran las manos.
Me quedé todo el día allí pensando en todo, empecé a llorar arrodillada en una esquina de la sala, había tantas emociones en mi cabeza que era imposible manejarlas todas, no me podía decir a mí misma “Tú puedes”, o “Saldrás de esta, no te preocupes, no todo está perdido”, porque eran engaños, también me maldije a mí misma por mi idiotez, ¿pero, cómo sabía yo que todo iba a acabar tan mal? Me llevé las manos a la cara.
—Si solo pudiera ser como ellas, si solo…pudiera haber sido como ellas— murmuré al aire con la voz distorsionada por el llanto.
Miré el cielo cubierto de nubes, había visto ese escenario todos los días de mi vida y me pregunté si algún día podría ver el cielo despejado de nuevo. Hoy tenía diecisiete años y mañana cumplía años, mañana era el día en el que terminaba mi adiestramiento y mañana me iban a encarcelar, la verdad me sentía vacía, había tenido los mismos sentimientos y pensamientos durante toda mi vida, odiaba levantarme por las mañanas y encontrarme en el mismo sitio de siempre, con las mismas batallas de siempre y con el mismo miedo todos los días, cada día era una tortura.
Pasaba mis días sola con la cabeza entre las rodillas y pensando en todo, la única tarea que hacía de vez en cuando era pasearme por la ceniza mientras las miradas se clavaban en mí, muchas reflejaban desdén y repulsión y al final terminaba por correr y esconderme.
Como si las cosas no se pudieran poner peor con mi relación con las otras hadas descubrí que las hadas se caracterizan por un trastorno de dualidad, podrían ser las criaturas más amables de Whyster, pero al mismo tiempo estar carentes de cordura y ser hasta más crueles que las hadas de la muerte. Al descubrir esto mi furia aumentó más de lo que creía, ellas también eran malas, hacían desastres y masacres y seducían a otras criaturas para que los acompañaran en sus macabros experimentos, ¿y las banshee éramos las malas? Quería darle un puñetazo en la cara a todas las hadas que existieran, me consolaba a mí misma pensando que no podía hacer nada al respecto y volvía a pensar en otras cosas, como el entrenamiento, pero ellas volvían a aparecer en mi mente.
Me volví una de las mejores banshee de mi edad, como para aislarme de mis pensamientos solo entrenaba me volví una total experta, no recibía cumplidos, pero eso era lo que menos me importaba.
Era por la noche, la noche antes de mi decimoctavo cumpleaños, mi corazón golpeaba mi interior con violencia y temblaba. Ya había tenido muchas conversaciones internas sobre esto, pero jamás habían acabado bien. ¿De verdad iba a permitir que me encerraran? Me daba miedo de solo pensarlo. No, eso no puede ser así, no quiero, no quiero…Me empecé a secar las lágrimas que empezaban a salir de mis ojos, eran rojas. Una extraña determinación que no había sentido antes me invadió, no iba a dejar que decidieran mi futuro, era una persona inocente, una víctima.
Sonreí con un plan espléndido en mi cabeza, le iba a enseñar una elección a todas las hadas y a la supervisora, como la buena delincuente que soy desde pequeña.
Saqué la guadaña más oscura que aquella noche, mi objeto más preciado, la acaricié y sentí lo frío que era el mango. La alcé y me corté a mí misma por la mitad, ahora era un espectro. Corrí el camino que no había recorrido desde hace años, el de mis escapadas, crucé el portal sin antes mirar a mi espalda.
—Lamentable— susurré y entré al portal.
Ahora estaba al otro lado, pero en vez de seguir el camino me metí en medio del bosque y empecé a correr, el hechizo dudará bastante, así que no tenía que preocuparme por si alguien me veía. Corrí y corrí, mirando el cielo estrellado y sintiendo el aire frío en mi piel translúcida, grité de alegría, era libre, sentía que podía comerme el mundo, estaba segurísima de que nadie me encontraría aquí, me sentía más feliz que en toda mi vida, solo que no era muy buena mostrando mis emociones.
Amaneció, yo no sabía dónde estaba y ya era totalmente visible para todo el mundo. Mis piernas me gritaban basta y yo caí de rodillas, no sentía los pies. En el horizonte se veían edificios de ladrillos de piedra alargados y muy bonitos de ver. Me quedé allí sentada un montón de tiempo. ¿Y ahora qué? La pregunta apareció en mi mente y yo no sabía cómo reaccionar a ella, me quedé en blanco.
—Solo tienes que buscar una nueva forma de vivir— una nueva voz apareció, saqué la guadaña en busca de esa persona.
Me giré, detrás de mí apareció una pequeña niña con un lindo vestido y con el cabello morado, sonreía, pero no había que confiar en las sonrisas.
—Vamos, vamos…yo solo he venido aquí para pedirte algo, no tienes nada que hacer, ¿me equivoco?— inquirió la niña, sentía que una extraña energía la rodeaba, una energía demasiado poderosa para ser una magia común y corriente, por su hedor, algún tipo de magia negra.
—Mentira, tengo que huir, eso es lo que tengo que hacer ahora— contesté cortante.
—¿Ni siquiera vas a escucharme?— me quedé expectante ante su pregunta, me daba curiosidad— Te lo contaré pues. Me he dado cuenta de que tú y yo tenemos pasados bastante similares y me gustaría apoyarte. Soy la reina de un sitio, con un futuro muy prometedor.
Me quedé inmóvil, de alguna manera me interesó la oferta.
—¿Quieres algo de mí?
—Que me acompañes, solo pido eso, soy honesta. Tú trabajarás conmigo y te daré libertad y todo lo que necesites, soy una reina, puedo hacer cualquier cosa.
Apreté los labios, me obligaba a rechazarlo, pero pienso que lo rechazo voy a estar preguntándome toda mi vida qué hubiera pasado si hubiese aceptado, yo nunca olvido.
—¿Sabes qué? Probaré, pero como me estés mintiendo tu cabeza volará.
—¡Yaaaay! Juntas nos apoyaremos y le daremos una salvación a gente como nosotras.
—Una pregunta, ¿Quién te contó sobre mí?
La reina se quedó pensando un rato.
—Un amigo mío un poco peculiar.
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Dos solitarios
FantasyHistoria de dos personajes de mi primera novela, una banshee y un íncubo que se oponen a las normas de sus razas y se enfrentan a un oscuro destino.