Capitulo XIII

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¡¡¡Barranca-Yaco!!!

El fuego que por tanto tiempo abrasó la Albania, se apagó ya. Se ha limpiado toda la sangre roja,

y las lágrimas de nuestros hijos han sido enjugadas. Ahora nos atamos con el lazo de la federación

y de la amistad.

Colden's History of six nations


El vencedor de la Ciudadela ha empujado fuera de los confines de la República los últimos sostenedores del sistema unitario. Las mechas de los cañones están apagadas y las pisadas de los caballos han dejado de turbar el silencio de la Pampa. Facundo ha vuelto a San Juan, y desbandado su ejército, no sin devolver en efectos de Tucumán las sumas arrancadas por la violencia a los ciudadanos. ¿Qué queda por hacer? La paz es ahora la condición normal de la República, como lo había sido antes un estado perpetuo de oscilación y de guerra.

Las conquistas de Quiroga habían terminado por destruir todo sentimiento de independencia en las provincias, toda regularidad en la administración. El nombre de Facundo llenaba el vacío de las leyes, la libertad y el espíritu de ciudad habían dejado de existir, y los caudillos de provincias reasumídose en uno general, para una porción de la República. Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis, reposaban más bien que se movían, bajo la influencia de Quiroga. Lo diré todo de una vez: el federalismo había desaparecido con los unitarios, y la fusión unitaria más completa acababa de obrarse en el interior de la República en la persona del vencedor. Así, pues, la organización unitaria que Rivadavia había querido dar a la República y que había ocasionado la lucha, venía realizándose desde el interior; a no ser que para poner en duda este hecho concibamos que puede existir federación de ciudades que han perdido toda espontaneidad y están a merced de un caudillo. Pero no obstante la decepción de las palabras usuales, los hechos son tan claros, que ninguna duda dejan. Facundo habla en Tucumán con desprecio de la soñada federación; propone a sus amigos que se fijen para Presidente de la República en un provinciano; indica para candidato al Dr. D. José Santos Ortiz, ex-gobernador de San Luis, su amigo y secretario. "No es gaucho bruto como yo: es doctor y hombre de bien", dice, "Sobre todo, el hombre que sabe hacer justicia a sus enemigos, merece toda confianza".

Como se ve, en Facundo después de haber derrotado a los unitarios y dispersado a los doctores, reaparece su primera idea antes de haber entrado en la lucha, su decisión por la Presidencia y su convencimiento de la necesidad de poner orden en los negocios de la República. Sin embargo, algunas dudas lo asaltan. "Ahora, general", le dice alguno, "la nación se constituirá bajo el sistema federal. No queda ni la sombra de los unitarios." "¡Hum!", contesta meneando la cabeza. "Todavía hay trapitos que machucar" [1], y con aire significativo añade: "Los amigos de abajo [2] no quieren Constitución." Estas palabras las vertía, ya, desde Tucumán. Cuando le llegaron comunicaciones de Buenos Aires y gacetas en que se registraban los ascensos concedidos a los oficiales generales que habían hecho la estéril campaña de Córdoba, Quiroga decía al general Huidobro: "Vea usted si han sido para mandarme dos títulos en blanco para premiar a mis oficiales, después que nosotros lo hemos hecho todo. ¡Porteños habían de ser!" Sabe que López tiene en su poder su caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. "¡Gaucho ladrón de vacas!, exclama, "¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!" Y como las amenazas y los denuestos continuasen, Huidobro y otros jefes se alarmaban de la indiscreción con que se vierte de una manera tan pública.

¿Cuál es el pensamiento secreto de Quiroga? ¿Qué ideas lo preocupan desde entonces? El no es gobernador de ninguna provincia, no conserva ejército sobre las armas; tan sólo le quedaba un nombre reconocido y temido en ocho provincias, y un armamento. A su paso por La Rioja ha dejado escondidos en los bosques todos los fusiles, sables, lanzas, y tercerolas que ha recolectado en los ocho pueblos que ha recorrido; pasan de doce mil armas: un parque de veintiséis piezas de artillería queda en la ciudad con depósitos abundantes de municiones y fornituras; dieciséis mil caballos escogidos van a pacer en la quebrada de Huaco, que es un inmenso valle cerrado por una estrecha garganta. La Rioja es además de la cuna de su poder, el punto central de las provincias que están bajo su influencia. A la menor señal, el arsenal aquel proveerá de elementos de guerra a doce mil hombres. Y no se crea que lo de esconder los fusiles en los bosques es una ficción poética. Hasta el año 1841 se han estado desenterrando depósitos de fusiles, y créese todavía, aunque sin fundamento, que no se han exhumado todas las armas escondidas bajo de tierra entonces. El año 1830 el general Madrid se apoderó de un tesoro de treinta mil pesos pertenecientes a Quiroga, y muy luego fue denunciado otro de quince. Quiroga le escribía después haciéndose cargo de 93 mil pesos que, según su dicho, contenían aquellos dos entierros, que sin duda entre otros había dejado en La Rioja desde antes de la batalla de Oncativo, al mismo tiempo que daba muerte y tormento a tantos ciudadanos a fin de arrancarles dinero para la guerra. En cuanto a las verdaderas cantidades escondidas, el General Madrid ha sospechado después, que la aserción de Quiroga fuese exacta, por cuanto habiendo caído prisionero el descubridor, ofreció diez mil pesos por su libertad, y no habiéndola obtenido, se quitó la vida degollándose. Estos acontecimientos son demasiado ilustrativos, para que me excuse de referirlos.

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