Profecía

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“El día en que su majestad engendre a un hijo varón, éste terminará dándole muerte una vez crezca y se convierta en adulto”.

Como si se tratara de un mal bucle, las palabras del oráculo se repetían en la mente de Shinichiro una y otra vez.

Fue a la edad de 20 años cuando se vio obligado a heredar el reino de su difunto padre, y por si fuera poco, entre sus obligaciones, se vio forzado a desposar a un doncel de nombre Takemichi Hanagaki, heredero de un reino vecino, esto con la promesa de crear una alianza.

La idea lo asqueba, pues el chico no pasaba de los 15 años. Al igual que él, era un mocoso con una obligación que cumplir.

Al principio de su matrimonio, Shinichiro no soportó tener cerca o mirar siquiera a Takemichi, pero fue cuestión de tiempo para que terminara cediendo ante la amabilidad del ojiazul.

Muy para su sorpresa, Takemichi resultó ser un doncel de alma inquebrantable y espíritu amoroso, sumado una inmadura, pero sensual figura.

Esto encantó al azabache hasta el punto de mandar al diablo sus propias reglas y finalmente consumar su matrimonio, tomando a Takemichi por primera vez en medio del gran salón del palacio.

Después de su primera noche juntos las cosas cambiaron, no sólo el azabache se mostró cariñoso con Takemichi, también el rubio buscó excusas para estar cerca de Shinichiro.

Pocas fueron las noches donde la pareja durmió más de cuatro horas, pues comerse a besos y devorar sus cuerpos mutuamente era más divertido que cerrar los ojos y caer inconsciente. O al menos así fue hasta que lo inevitable pasó y Takemichi quedó embarazado.

Cuando se dió a conocer la noticia fueron muchos los que se festejaron por lo alto. El nacimiento de un bebé entre ambos reinos significaba prosperidad y paz.

Es así, que a unos cuantos días de dar a luz, Shinichiro decidió acudir con el oráculo para saber el destino de su primogénito —como era tradición en su familia—. Mas grande fue su sorpresa al descubrir que el destino de su hijo no sería otro más que asesinarlo.

Shinichiro era reconocido y admirado por sus súbditos y su reino, por lo que aceptar un futuro tan cruel era impensable. Además, se trataba de su hijo, ¿cómo podría asesinarlo? ¿Acaso había engendrado un monstruo?

El azabache quiso entrar en razón y pasar por alto la maldita profecía, pero el miedo siempre es mayor que la razón y esa no sería la excepción.

Llegado el día del parto, Shinichiro ordenó a Takeomi, uno de sus más fieles lacayos, dar muerte al bebé.

El hombre de la cicatriz miró atónito a su rey, no podía creer que el hombre que al que le había jurado lealtad le pidiera tal atrocidad.

—Majestad, estamos hablando de su hijo —explicó aterrado—. ¿Está seguro de lo que me pide?

Shinichiro no quiso escuchar razones o cualquier palabra destinada a defender a su primogénito.

—Haz lo que te ordeno. Deshazte de esa criatura sin que nadie lo noté, y cuando Takemichi despierte le dirás que el bebé nació muerto.

Sabía que su actuar era digno de un tirano y demente, pero su miedo era mayor. Todos temían a algo, y a lo que Shinichiro le aterraba era la idea de morir, más si era a manos de su propio hijo. Así que, ¿por qué no prevenirlo?

𝐻𝒶𝓂𝒶𝓇𝓉𝒾𝒶 ~Mitake~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora