Fauces

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Shang Qinghua le tenía miedo a la oscuridad y a los monstruos. Eso no habría sido tan problemático si no fuera por un detalle: era cazador de monstruos. Bueno, él no, su familia, pero todos esperaban que continuara con el legado de los Shang, y por lo tanto no tenía más opción que tragarse el miedo e intentar cazar a las criaturas durante el día. No era fácil porque los monstruos salen en la noche, al resguardo de las sombras, con la luna como testigo de su maldad y crueldad.

Hasta ahora se las había arreglado, pero esta vez parecía no tener opción, tendría que salir a cazar durante la noche.

En el pueblo habían aparecido ovejas muertas, asesinadas a sangre fría por una bestia que desgarró su carne y destrozó sus huesos. Algunos aldeanos salieron en busca de lo que creían sería un animal, un lobo probablemente. Solo uno había regresado con vida, aunque no ileso, había perdido su brazo en las fauces del monstruo: un licántropo.

Shang Qinghua esperaba descubrir quién del pueblo era, con algunas técnicas que su maestro le había enseñado: has que toquen todos un medallón de plata, sírveles té con acónito, pregúntales si han tenido pesadillas... Todos habían pasado la prueba, no era nadie del pueblo.

Así que ahí estaba, tembloroso y con el corazón acelerado, caminando por el bosque atento a cualquier ruido, cualquier movimiento; aferrando su arma y arrepintiéndose de todas las decisiones que lo habían llevado a ese momento.

Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, en unos segundos tenía a la bestia encima de él. Lo tumbó de espaldas, arrebatándole el arma con un golpe de su garra y fijándolo al piso con la otra. El grito se le atoró en la garganta, paralizado por la visión frente a él.

El lobo era inmenso, más de dos metros. Sus colmillos afilados a unos centímetros del rostro de Qinghua, su hocico de lobo arrugado por el profundo gruñido que emitía. Sus ojos azules brillaban en la penumbra.

—Por favor... por favor. —Sabía que era inútil suplicar, incluso hizo el intento de quitárselo encima, aunque sabía que era aún más inútil, pero la desesperación no le dejaba pensar—. No me comas, por favor... no te haré nada, lo prometo. Por favor...

El gruñido del lobo se intensificó, una gota de saliva cayó en su mejilla. El lobo acercó sus fauces a su cuello y Shang Qinghua cerró los ojos, seguro de que lo siguiente sería que el monstruo desgarraría su cuello y lo devoraría entero.

Un largo y húmedo lengüetazo recorrió su cuello y no pudo evitar tragar, aunque tuviera la boca seca, aterrado. Sintió cosquilleo extraño, pero la mordida no venía. Intrigado abrió un ojo para ver lo que ocurría. Lo estaba olfateando, de arriba abajo. Shang Qinghua habló de nuevo.

—Eso es, no necesitas comerme.

Fue un error, porque el lobo volvió a gruñir. Así que cerró los ojos de nuevo y contuvo la respiración.

Otro lengüetazo, esta vez en su rostro y luego sintió que dejaba caer todo su peso sobre él. El lobo se había echado encima y parecía que empezaba a dormirse.

Contó varios segundos, esperando, luego intentó sacar su brazo de debajo de él, pero apenas se movió un poco el lobo volvió a gruñir. Así que se quedó quieto. Demasiado asustado para dormir, pasó en vela casi toda la noche, hasta que el cansancio lo venció.

Intentó moverse, pero algo estaba encima de él. Tardó unos minutos en recordar la noche anterior y sólo pudo pensar en lo afortunado que era de haber sobrevivido. Abrió los ojos despacio. Encima de él había un hombre completamente desnudo, vuelto a su forma normal ya sin la luz de la luna. Era enorme, de cualquier forma, sus músculos marcados como si hubieran sido esculpidos en mármol. Intentó zafarse, pero todo su cuerpo estaba engarrotado, ni siquiera le respondían bien sus extremidades. El movimiento despertó al hombre. Ojos azules como cristal se clavaron en él.

—¿Quién eres? —su voz era profunda y grave, pero suave. Le quedaba perfecta.

—Sha...Shang Qinghua.

El hombre frunció el ceño. Y se movió para incorporarse, aplastando más a Qinghua, que emitió un quejido. Entonces se dio cuenta de que estaba encima. Se levantó con más cuidado y miró su cuerpo.

—¿Me puedes decir por qué estaba encima de ti? ¿Qué hiciste con mi ropa?

El pobre no podía ni moverse, hizo el esfuerzo de incorporarse para sentarse y sintió todo su cuerpo quejarse.

—Me atacaste anoche.

—Otra vez pasó. Pensé que lo tenía bajo control. ¿Cómo es que no te maté?

Shang Qinghua se encogió de hombros, estaba haciendo algunos movimientos y estiramientos para que la sangre volviera a fluir y poderse levantar.

—Ni idea, parecías muy dispuesto al principio.

Se quitó la chamarra y se la pasó al hombre que la miró divertido unos segundos y se la amarró de frente en la cintura, pues no le entraba ni el brazo.

—Gracias —dijo el hombre y empezó a caminar, su pie golpeó con algo y se agachó a recogerlo. Era el rifle de Shang Qinghua—. Tú no me mataste, yo no te maté, estamos a mano. Espero que no sigas queriendo acabar conmigo.

Shang Qinghua negó con la cabeza violentamente. Y era cierto, no era una respuesta por miedo, sino que el hombre lobo le había interesado mucho. Por fin logró pararse.

—No. Pero que sepas que algo te pasa ayuda. Vine a matarte porque has estado matando a las ovejas y la gente del pueblo, pero tengo otras formas de ayudarte a que no lo hagas... si quieres.

Pareció pensarlo, mirándolo fijamente. Shang Qinghua no podía evitar sentir que lo estaba analizando de la misma manera que la noche anterior: como si quisiera devorarlo.

—De acuerdo. Te llevaré a mi casa para que me ayudes. Mi nombre es Mobei Jun, por cierto.

Shang Qinghua lo siguió.

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