El tiempo juntos siempre se reducía a felicidad y tranquilidad.
Esas eran la emoción y la sensación que más prevalecían en su interior desde que aprendió a convivir con el azabache que tiempo atrás fue su compañero en el club de la preparatoria.
Podía pasar horas escuchándolo tararear alguna canción, o hablar de películas, noticias de la televisión y de igual manera, su cerebro solo estaría pidiendo más. Sus oídos estarían clamando por más de su voz.
Era extraño.
Porque de los dos, él siempre permanecía callado –aunque ambos eran de pocas palabras, el ojiazul siempre le había costado más socializar con las personas–, hablaba poco, lo suficiente; y cuando hablaba, era para dar respuestas cargadas de un veneno que te haría sentir acabado en un instante, pero que en realidad te mataban lentamente.
Él guardaba silencio y no era porque no tuviera idea alguna de qué decir, lo hacía porque siempre había tenido miedo de decir algo que realmente sobrepasa los límites sarcásticos.
Solo hablaba con libertad con las personas más cercanas a él, aquellas que podían entender su manera de desenvolverse.
Recuerda que, desde pequeño, cuando aún vivía en Miyagi, decía tantas cosas; todo lo que pasaba por su mente, salía como una flecha por su boca. Filosas y peligrosas palabras que a veces herían y otras no.
Su madre intentó corregirlo muchas veces, enseñándole que había maneras de decir las cosas; pero jamás aprendió. Incluso su hermano mayor lo intentó y fracasó casi de manera épica en ello. Creció siendo así y no se preocupó nunca por su manera de socializar, inclusive logró entablar lazos estrechos con quien hoy día llama mejor amigo. Luego lo conoció a él y se dejó perder en el azul profundo que albergaba un montón de sentimientos y emociones. Algo cambió en sí mismo cuando lo conoció. Quizás, entendió que, si no tenía un filtro de su cerebro a su boca, entonces el silencio era una mejor opción; porque antes de herirlo, preferiría callar.
Era dulce, sin llegar a ser empalagoso. Sutil, cuidadoso, cariñoso. Desafiante, imponente y protector. Él era un ángel enviado a la tierra para que conociera un poco sobre los pecados.
Y conoció a la manzana de la perdición.
Dio una mordida y saboreo gustoso; decidido a nombrarlo como su fruta favorita.
Kageyama, a su corta edad, no pensó que alguien tan hermoso y alusivo a la perfección, podría ser tan crudo e impasible. Sin embargo, aun con sus personalidades tan diferentes, distantes y chocantes, aún con el paso de los años y los cambios que hubo en sus vidas; permanecieron juntos.
Tobio no desistió aunque tuvo diversas razones, Kei tampoco lo hizo.
Tsukishima, con todo su hermoso rostro lleno de pequeñas estrellas –Tobio decidió llamarles estrellas, pues lo hacían lucir más jovial y brillante–, era como las navajas de doble filo. Podía lastimarte con su belleza, embriagarte con su voz hasta hacerte perder la cordura; romperte en centenares de trocitos con palabras duras dichas con timbre cantarín y juguetón; humillarte sin intenciones de hacerlo.
Pero lo adoraba así. Lo amaba así. Pasaría toda su vida con él, porque le encantaba ser el único que no sangraba cuando Tsukishima lo cortaba con palabras dirigidas a sus puntos débiles.
Y no es que él fuese una persona mala, es que Kei aún aprendía a ser bueno.
Él lo estaba enseñando, aunque el rubio escogiera muchas veces el silencio, podía darse cuenta de que había aprendido a decir las cosas sin herir, a callar cuando iba lastimar con sus palabras y a corregirse por sí mismo.

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Vista Nocturna (OS)
FanficKageyama quiere más y sabe que puede exigir más. Tsukishima sabe que debe responder a su exigencia. - Todos los personajes pertenecen a Haruichi Furudate. - TsukiKage. - Chico x chico. - Contenido explícito y 18+. - La historia es completamente mía...