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Sentí mi espalda chocar contra la puerta justo después de que la cerrara. Dolió, pero con la adrenalina junto con la excitación que siento que sube por mi cuerpo, eso es lo que menos me importa en este momento.

—Aguarda...

Pongo mis manos en el pecho del chico para separarlo un poco. No puedo pensar teniéndolo tan cerca y besándome como si mi boca fuera la última gota de agua en el mundo.

El no insistió y se apartó, pero no lo suficiente como para sacar sus manos de mi cuerpo.

Si lo que quería era concentrarme, no lo logre. Porque cuando lo ví, dios. Sus labios hinchados y rojos de la anterior sesión de besos, su mirada verdosa confundida y su respiración agitada solo hizo que quiera agarrarlo de la camiseta y atraerlo hacia mí para comerle la boca de un beso.

—¿Que pasa? ¿Por qué paramos?

Concéntrate, Louis.

Parpadee, borrando esa imagen de mi mente y le sonreí a su mirada expectante.

— Es que ni siquiera sé tu nombre. No me lo dijiste después de...

—¿Después de que te pidiera un cigarrillo y terminaramos besuqueandonos en la habitación de un desconocido? Oh, si. Creo que lo olvidé.

Sonrío, sarcástico. Reí.

Fue una noche... inesperada.

—Si, bueno. Tampoco paso así. No somos animales en celo, locos por follar.

—¿Ah, no?

Le di un golpe en el brazo y él se retorcío con una mueca de dolor. Que dramático.

—Claro, no lo somos. Creí que veníamos a mirar el techo y a contar ovejas. Lo siento, mi error. —sonrio.

Rodé los ojos. Lo tome de la camiseta y lo acerque lentamente, hasta que quede a centímetros de mi boca. Él no quitó la sonrisa en todo momento.

De repente, borró su sonrisa y me miró preocupado.

—Dime que no contaremos ovejas, por favor.

No pude evitarlo y largue una carcajada, sin separarme de él. 

Sonreí sobre su boca.

—No exactamente.

El sonrió, pícaro.

—¿Que tienes en mente, muñeco?

—Antes que nada, que no me llames muñeco.

Él me miró, ofendido.

—¿Por qué no? Me gusta decirte muñeco.

Fruncí el seño.

—Pues, a mí no. No soy un muñeco.

—Pues dile eso a tu cara de muñeco.

Le puse mala cara y el se puso a reír.

—Ya, está bien. Nada de llamarte muñeco.

—Gracias.

—Bien, por más que esté disfrutando mucho de esta conversación. Porque en serio, lo hago. La verdad es que me gustaría...

Puse los ojos en blanco.

—Solo besame, tonto.

—Como órdenes, muñeco.—dijo sonriendo.

Le fruncí el seño.

—¡No me llames...!—pero sus labios sobre los míos me obligaron a callarme.

Te llamaré mi novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora