𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐒𝐈𝐄𝐓𝐄

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❝cuenta regresiva❞





                     𝔑essa Betsabé volvió al reino después de un largo año. Sus mañanas se habían vuelto frías, vacías sin el cantar de los pájaros, y las noches parecían reírse de su fragilidad. Sin embargo, no todo era tan horroroso. Las promesas eran más importantes que unos broches de oro; le servían a su alma para mantenerla viva. Era como echarle más leña al fuego para que lo avivara.

Los trescientos y pico de días le sirvieron para aflorar su cerebro y, más que nada, cambiar su aspecto físico. Seguía viéndose igual de bella, pero la inteligencia y madurez le aportaba a su rostro un brillo muy característico.

—Pura habladuría —dice Nadine al bajar del carruaje. La princesa corre hacia las puertas del Castillo sin pensar en contestarle. Por poco se enreda con las cintas de su vestido—. ¡Las damas no corren, Nessa!

La vida cambia mucho en lo que dura un año, pero su Castillo la recibe igual a como lo recordaba. Sus pasillos siguen siendo igual de grandes, vacíos y brillantes. Sin embargo, Nessa solo piensa en una sola persona: ¡Nanaba! Un sutil temblor aplasta el cuerpo de la princesa al ver a su tan querida nana a pocos metros de las escaleras.

—¡Mi niña! —exclama la señorita, abriendo los ojos como una lechuza. Nessa la mira con alteración, tratando de alcanzarla con los dedos, pues sus piernas no funcionan luego de haber corrido la vida. ¡Qué más da si la ve su madre! ¡La alegría es contagiosa, y a Nanaba se le escapa el amor por los ojos en cada mirada!

—¡Nanaba! ¡Lo que la he extrañado! —exclama la infanta, un poco más alta a sus quince años—. ¡Dios mío! ¡Hay tanto de qué contarle que no sabría por dónde empezar!

—¡Por donde usted crea necesario, princesa! ¡Tiempo hay de sobra!

Ese tiempo del que habla es ese mismo que pensó que se volvió su enemigo. El tiempo la alejó de su hogar, de su bosque y de los sitios en donde podía sentirse más segura, aunque el tiempo, de igual modo, le regalaba momentos fantásticos al lado de quienes amaba.

—El viento era muy salado —cuenta mientras le cepillan el cabello—. Ese olor provocaba un cosquilleo intenso en mi nariz. Durante la noche cerraba las ventanas y me concentraba en estudiar, pero la gente por allí suele ser muy ruidosa.

—Las culturas hacen distintas a las personas, princesa.

—En ese caso, la cultura de Vimmizia es mi favorita.

Nanaba sonríe sin mostrar los dientes.

—Le he dicho que no sabría por dónde empezar, pero, estaba equivocada. No importa si comienzo por las primeras semanas o las últimas. ¡Todos mis días han sigo iguales! ¡El reflejo de un tormento que no cambiaba!

—Siempre hay que rescatar cosas buenas, princesa —dice la dama, concluyendo su tarea—. ¿Ha estudiado mucho? ¿Conoció paisajes nuevos? ¿Compartió momentos bellos con su familia?

Y con familia Nanaba omite a la reina. Las brujas no cuentan, le diría. ¡Una pitonisa sería más noble que su alteza!

—Todos los días leía, Nanaba. Llegaban las madrugadas y prendía velas para que alumbraran las páginas. Pensaba en usted, y me preguntaba qué estaría haciendo por el Castillo. Pensaba en Ackerman, en su bosque y en la valla en la que suele sentarse.

—Supongo que usted querrá ver al muchacho. Discúlpeme, princesa, pero he pensado que a lo mejor se olvidaría de...

—¡Los amigos no se olvidan! —exclama Nessa, de ojos cerrados—. Me he esforzado mucho, y cada día que pasaba dolía más..., y a la vez menos. A lo que me refiero, es que con cada día que pasaba faltaba menos para el regreso. Quería volver y charlar con usted por horas; quería volver y enseñarle al joven Ackerman que hay un sinfín de palabras bellas.

—¿Las recuerda a todas?

La princesa se ríe.

—Imposible, Nanaba. De ser notas, lo haría..., pero las he escrito en un diario especialmente para él.

—¿Cuándo volverá a verlo, princesa?

—Los quince años son una edad magnífica... Mi padre ha dicho que es la primavera en la que una flor empieza a mostrar el color de sus pétalos, aunque se lo veía un poco afligido. A veces veía sus ojos rojos, y repetía la misma frase.

—¿Qué frase, princesa?

—¡Ay, mi hija! ¡Cómo crece! ¡Ay, mi hija! ¡Cómo crece! —exclama la princesa imitando a su padre. Se agarra la panza, tose como el rey después de beber una copa de vino y se limpia las lágrimas falsas de las pestañas con el dedo índice.

Afuera, un sol que lucha con la oscuridad inevitable de la noche las escucha reírse sin parar; Nessa le dice a Nanaba que mañana mismo irá al bosque, pues sus quince años han venido con más libertades y sorpresas. Podrá viajar sin que Henri la acompañe, y las veces que quiera en la semana. Sin embargo, no tiene planeado ir seguido. Quería volverse alguien más interesante. Alguien a quien se deba extraña durante las ausencias... 

𝐂𝐎𝐋𝐋𝐘𝐖𝐎𝐁𝐁𝐋𝐄𝐒 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora