Capítulo 3

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CAPÍTULO TRES | Las estrellas de cine son tan dramáticas como su profesión.


     La habitación de Aven está exactamente como la dejó el día que partió a la universidad. Las paredes están pintadas de un desgastado verde manzana, la gran cama está en el medio de la habitación y la mayoría de sus peluches y libros siguen en los estantes. El escritorio es lo único que está medio vacío, y aún tiene ropa que en su momento no consideró apropiado llevarse.

Seguramente deba deshacerse de ella, pero de vez en cuando, le gusta observarla o ponérsela para ver cómo ha cambiado su cuerpo.

En una de las dos mesas de luz se encuentra su foto favorita; una con Sade y su perro ya fallecido. La mira durante un largo instante mientras le nacía una jaqueca. Sadie siempre ha estado rodeado de misterios y drama, la mayoría de ellos provocados por su ímpetu en divertirse. Y muchas veces ese ímpetu la llevaba a correr riesgos absurdos; Aven lo sabe mejor que nadie. Cuando comenzó a ser una figura pública, hubo de haber sido duro dejar esa vida de peligros y adrenalina, Aven se imagina.

Pero no estaba segura de que la hubiese dejado del todo.

—¿Qué te está sucediendo? —Ve a Aaron aparecer en su puerta. No pide permiso, y se lanza a la cama a su lado—. Desde que llegaste, parece que has visto un fantasma. ¿Es tan malo regresar a casa?

—No sé de qué hablas —dice, y se esfuerza por despegar los ojos de la vieja fotografía.

—¿Por qué no me dijiste lo del chico que te acosaba?

Aven parpadea varias veces, consumida por una repentina confusión. Ella no le ha dicho nada. Ella no ha hablado de eso en voz alta, así que no ha podido escucharla por error.

—¿Cómo...?

—Savannah me lo contó hace mucho. Estaba preocupada por ti, Aven. Yo también lo estuve —le explica rápidamente. Aven nunca se hubiese imaginado que Savannah y Warren habían hablado sobre ella en algún punto de la vida pues se han visto solamente un par de veces muy fugaces—. Tienes buenos amigos.

—Eso lo sé.

—¿Entonces por qué sigues lamentando tu amistad con Sadie?

Lo piensa por un instante.

—Hay gente que es imposible de olvidar, Aaron. Y es incluso más difícil olvidarlas o superarlo cuando no se van ni te hieren, sino que son las circunstancias de la vida misma quien las aparta de ti.

—Eres muy dramática.

—Soy escritora, tengo que serlo —bromea—. Cambiando de tema... ¿Savannah te contó lo de Warren? ¿Desde cuándo te hablas con ella?

—Desde que a veces es la única forma que tengo de saber si estás viva. Savannah me cae bien, nos enviamos chistes y estupideces de vez en cuando —dice Aaron, acomodando sus castaños rulos. Sonríe al ver el rostro desaprobatorio de su hermana—. Relájate. No es mi tipo, y lo sabes. Además, estoy viendo a alguien.

—¿Él o ella?

Aaron sonríe incluso más, tanto así que Aven logra ver sus dientes.

—Me encantaría que lo conocieras, Aven. Creo que lo nuestro va en serio, pero tú estás tan desaparecida de mi vida... Y de la de Joseph, también.

—¿Joseph sabe?

—Sí, sí sabe. Mamá y papá aún no.

—Ah, ¿por qué no lo trajiste, entonces? Nada puede ser peor que cuando trajiste a casa a aquel francés que nos quiso cocinar caracoles —recuerda Aven, y estira su mano para apretar la de su hermano—. Me alegra que estés feliz, Aaron. Y si algún día tienen tiempo, quizá puedan venir a New York y conocer nuestro nuevo apartamento. Cuando nos mudemos, claro.

Epifanía de un diamante sangriento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora