Capítulo 5

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Capítulo 5| La belleza de la inmortalidad.


     La mañana de navidad llega en un abrir y cerrar de ojos, y Aven está demasiado resaqueada como para poder desear comer el desayuno. La despierta primero Aaron entrando a su habitación con una barba de Santa Claus y una tiara de cuernos de reno. A juzgar por su cara larga, sabe que la tiene puesta desde anoche. Los tres hermanos y Emery fueron a celebrar nochebuena a un bar, y los mellizos —atorrantes sin responsabilidades ni vergüenza, como había dicho su madre cuando llegaron a las cuatro de la mañana— se tomaron hasta el agua de los floreros.

Pero, ¿qué iba a hacer? Aven estaba viviendo sumida en una ansiedad que ya no era para nada normal. En sus ratos libres intentaba escribir su nota, y avanzaba poco y nada. Ya se sentía enferma. Lo único que hacía era mirar su teléfono y esperar un mensaje de Sadie. Dos días después de que el paquete le hubiese llegado, el veinticuatro de diciembre, decidió no volver a pensar en ello. Y funcionó.

Solamente tuvo que tomar una cantidad alarmante de tequila. Y Aaron la acompañó sin cuestionar. Emery bebió vino, y Joseph fue el único que se mantuvo sobrio.

Pero la mañana de navidad, todos fingieron estar como nuevos. A las nueve y media, nieva con soltura, mas Aven no tiene estómago ni ganas de levantarse. Puede escuchar a Emery correr de aquí para allá aprontando todo para Sally. Su madre también.

La noche anterior se quedaron a dormir en la casa, así que todo es un poco caótico.

—Si no te levantas ahora, lo único que encontrarás será carbón debajo del árbol —le advierte Aaron, haciendo sonar una estúpida campana que utilizaba para cantar villancicos hacía ya mucho tiempo.

—Deja de hacer ese ruido o te voy a meter la campana por donde no te llega la luz —brama, enderezándose en la cama. El cabello lo tiene para cualquier lado y la habitación parece dar vueltas. Pero gracias al cielo, su hermano le extiende una taza de un brebaje—. ¿Y este milagro de navidad?

—Lo hizo Joseph, y a mí me ha servido bastante —explica—. Tómalo, vístete y apresúrate a bajar. Sally ya va a despertarse y todo tiene que ser perfecto.

Refunfuña. ¡Cómo si a Sally le importara su presencia!

Al pequeño diablillo solamente le importan las galletas, los regalos y su padre. Aven tiene menos importancia que el papel rasgado.

Sin embargo, se toma el líquido de la taza de un trago, sin preguntar qué es ni qué contiene, y salta de la cama para escurrirse en unas medias térmicas, una falda y un horrible sweater navideño. Debajo de su cama alcanza el sombrero de Santa y se lo acomoda después de peinarse un poco con dos trenzas.

Apenas sale de su habitación en puntillas de pie, el aroma a cocoa y las galletas de jengibre es tanto una maldición como un premio.

No dice nada, porque todo el mundo parece hacer las cosas en mute para que Sally no se despierte. Sin embargo, finalmente se escucha una bocina desde afuera y seguido de ello, el llanto de la niña.

—¡Mamá! ¡Te dije que no tocaras bocina! —se escucha como Adaline chilla con frustración, mientras se encamina a la puerta para regañar a su madre y ayudarla con el budín de higo.

A Aven se le hubiera hecho agua la boca de solamente pensarlo, si no fuese porque se carga una jaqueca como para todos los elfos de Santa Claus.

—¿No es muy temprano para tantos gritos? —cuestiona, y su padre le pasa un brazo por los hombros—. Que tortura.

—Bienvenida a casa —se mofa, y le deja un beso en la cabeza—. Feliz navidad, mi amor.

—Feliz navidad, papá.

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⏰ Última actualización: Aug 12, 2022 ⏰

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