Naranjo en Flor

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 No deja de mirar por la ventana unos claveles blancos que se asoman tímidamente mientras el viento les termina de escurrir las últimas gotas de rocío que ya estaba secando el sol, que de a poco desdibuja la sombra de su techo y un rayo se engrosa y entra por la misma ventana.

Son blancos los claveles, y le hacen acordar a ella, pero no sabe por qué, si su color favorito es el celeste. O por lo menos lo que una vez le contó. La incertidumbre de esa época le entrega un sabor insípido que se mezcla con lo soleado que vienen siendo todos estos días, y ese calor le envuelve el cuerpo y siente que le desnuda el alma mientras cierra los ojos y se termina el café.

Pero es rara la sensación porque aún así extraña la época donde el mismo sol lo sofocaba y solamente la noche le brindaba un respiro, a duras penas porque seguía siendo agobiante. Eso que sufría contrastaba con la felicidad más grande que pudo sentir en mucho tiempo, y era que ella lo quería.

Ahora todas estas sensaciones le acompañan y le consuelan, al mismo tiempo que se pregunta si fue todo mentira, si debería dejar de perder el tiempo extrañando algo que nunca existió. Se vuelve todo más raro porque a pesar de eso se siente tan bien y con tantas ganas de vivir... Por momentos, por momentos sí y por otros no.

No hay detalles más relevantes para agregar sobre su vida, si toda su vida es el ayer que le detiene en el pasado. Tan cerca y tan lejos, tan único y a la vez ordinario, con la desilusión de que cada día esos recuerdos pierden la nitidez y las sensaciones quedan dormidas dentro del mismo subconsciente que se lo está devorando vivo y desde adentro, porque no la ha vuelto a ver. Y ahora sólo existen para revivir en sus sueños que lamentablemente también se están desdibujando y convirtiéndose de una monotonía abismal, que lo aterra y arrincona en su amarga soledad.

¿Pero qué más da? Si para eso uno está vivo quiere pensar, y de seguro hay cosas mil veces peores que estas, aunque nunca lo admita, necesita sufrir así para disfrutar. A eso lo sabe muy bien y es por eso que cualquier reproche debe ser para sí mismo, nadie lo mandó a querer enamorarse. Y encima de alguien que si realmente le correspondió, haya sido solamente por el tiempo en que su estrella le iluminó los ojos de manera fugaz y deseó estar con él. Ese era uno de los recuerdos que se le pasaba a veces por la cabeza, de una linda noche, con detalles para obviar y otros como este que trataba de aferrar en su memoria.

Al final es consciente de que la realidad que está viviendo es así sólo porque lo permite ¿Pero qué otra cosa va a hacer si ahí está su esencia y su forma de ser? Se sabe mártir, y contempla todo esto mientras algunos pájaros se pierden entre dos o tres nubes que abrazan al sol y le calman la vista por unos segundos. El mediodía se va a acercando. Y con este aparece el recuerdo del primer beso.

Parecía que nunca iba a llegar, porque no lo veía venir por ningún lado, mas era innegable las ganas que tenía de que pasara. Cuando ella lo miraba, él no lo hacía y viceversa, ya casi estaba todo perdido. Hasta que en un impulso de mutuo acuerdo pasó. Una electricidad le recorrió todo el cuerpo ida y vuelta, lo agarró muy mal parado y encima no se sabía acomodar. Claramente ya había perdido y sin lugar a dudas se había entregado completamente a eso, y no le sentaba para nada bien, tanto que fue una ternura. Lo mordió, le hizo lo que quiso e instantáneamente le pidió que la acompañe porque ya se tenía que ir. Pasó todo tan lento y al mismo tiempo tan rápido, primero hizo frío y luego calor. Juraría que ahora son las mismas aves las que están recorriendo el cielo sobre su cabeza tal y como fue aquella primera vez.

Le gusta decorar cada momento con una canción, y aunque sepa que aquella noche sonaron muchas, ese recuerdo está invadido por el silencio. Más allá de lo lejos que ya está quedando, desde el principio así estuvo, apenas son un par de palabras y las más certeras las que le quedan en la mente. ¿Pero qué hay del resto? Lamentablemente son más los minutos de canciones que le pudo dedicar a los que realmente estuvieron juntos.

Pero su mente no la olvida, le gustaría negar que es una obsesión, pero ahora sólo vive para ello, y no es lo que le lastima ni lo que le hace sufrir. La razón por la que se ahoga en una desesperación tan aguda es que no entiende por qué ¿Con qué necesidad? ¿Qué hizo él para merecerlo?, prisionero de su propio corazón, que perdido sólo quiere latir al compás de la primera canción, y que quien la cante sea ella, tal como alguna vez lo hizo.

Se levanta, sale a la calle y mira al cielo otra vez, el sol está escondido. Lo sorprende una brisa bastante violenta que le cachetea la cara y le nubla los ojos, sin saber por qué se le viene un olor a jazmín. Alguien le dijo una vez que ese es el olor de los muertos, pero no lo cree. Le gusta, lo tranquiliza, lo lleva a una época que nunca vivió pero la sensación de que está ahí hace sentir todo real. Vuelve adentro y se cambia.

Sale a caminar despacio, todavía es temprano y respira mientras el sol le acaricia el pelo y parece que le besa la frente con el calor cada vez que se asoma entre los edificios y los árboles a medida que termina las cuadras. No les presta demasiada atención hasta que se encuentra con uno en particular que a pesar de no ser mucho más grande que el resto, es el que más flores tiene. Arranca una y la huele, es un naranjo, la flor tiene mucho olor, es blanca y con solo cinco pétalos. No tiene una belleza particular, pero el olor le cautiva, no lo sentía hace mucho, así que la envuelve en una servilleta y se la guarda en el bolsillo izquierdo.

Llega al mismo bar de la esquina como todos los jueves y se pide una lágrima con un tostado, mira por la ventana y se la imagina apareciendo por la otra esquina mientras el sol cae y parece que el cielo se prende fuego. Pase lo que pase no deja mirar ese punto fijo que cada vez está más lejos, mientras siente cómo le late el corazón. Se le encandilan los ojos y se le achinan, a ella le gustaban así. Pero nunca llega, nunca la abraza y nunca la besa. Se acuerda nuevamente de la flor y la saca de su bolsillo; cierra los ojos que ya le estaban ardiendo y reza "Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento". Termina el café, paga y se vuelve a su casa.

El camino de vuelta pesa demasiado, siente una energía o sensación que lo llama a volver, a seguir esperándola ahí, no puede ser que no la vuelva a ver nunca más, tiene que llegar ¿Y si lo hace ahora? Hay que volver rápido, no la quiere dejar esperando, no quiere que se vaya ¡Hay que apurarse! Nunca se lo va a perdonar. Se acuerda de su rostro.

Nunca lo miró fijamente, y si hay una cosa que anhelaba era que pasara, pero lamentablemente de sus ojos no hay recuerdos. Sí puede ver en su imaginación unas cejas arqueadas y perfectamente alineadas. Pestañas delicadas con un largo sutil amarrando los párpados que siempre están cerrados. La piel tan blanca y la imagina suave, porque ya no recuerda si la pudo tocar. Su nariz es perfecta, y juraría que es lo más hermoso que tiene de no ser por su boca. Que resguarda los sentimientos y las sensaciones más certeras que pueden caber en aquella que ya se está desvaneciendo y que es su memoria. Con cada beso y cada palabra, que gracias a Dios sí recuerda perfectamente en la última vez que pasó.

Quería que fuera sutil para que no se le corra el labial, otra vez la electricidad y el escalofrío. No importaba más nada alrededor y no puede precisar cuánto duró el momento. Es más fácil recordar a que salgan las palabras, porque ese beso, ese último beso sólo podría ser descrito con otro igual. Y de ser posible mientras este mismo cielo que arde y le enrojece todos los reflejos, decora la situación y también la tiñe con su anaranjado y de nubes rosadas. El último más pequeño y ya no la vio más.

A pesar de todo sigue caminando, por mucha ilusión que se hiciera sabe que todo esto está pasando solamente adentro de su cabeza. Entonces llega a su casa y abre la puerta que está fría y un poco dura. Se quita los zapatos y se azota contra la cama. Saca el corazón de su caja, el que le diría alguna vez que lo cuide porque es su propio corazón. Se amarga y lo deja caer al piso acompañándolo con un suspiro. Mira por la ventana una última vez, se terminó todo. Ya no está el sol, no están los claveles, no está nada, no hay nada. Cierra los ojos y susurra su nombre por última vez ¿Qué le habrán hecho mis manos? ¿Qué le habrán hecho para dejarme en el pecho tanto dolor?. El día terminó, pero su vida ya estaba terminada desde antes. Desde que entendió que primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento. Ella era más blanda que el agua; pero terminó siendo más dura que su realidad.

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