UNO

36 4 2
                                    

El departamento estaba frío. Naturalmente, el invierno decide congelar los lugares vacíos; y aquél departamento no estaba vacío pero casi. Alexis Montevideo se mudaba solo por primera vez, lejos de las manías sobreprotectoras de su madre, o eso pensaba.

Había llegado el momento de independizarse.

Como no poseía una mesa de planchar tuvo que ingeniárselas. Arrastró su pequeña y cuadrada mesa de madera conduciéndola hasta el enchufe más cercano, provocando un fuerte eco en el ambiente. Seguramente, algún vecino odioso vendría a quejarse por ello.
Una vez corrida la mesa trajo una de las dos únicas colchas que había en toda la casa. La dobló y colocó sobre dicho mueble, minucioso de que no quedaran relieves que pudieran perjudicar el planchado. Miró su impremeditación con orgullo y se dispuso a planchar su traje con verdadero esmero.

Mientras se vestía observando su gallarda figura en el enorme espejo que su papá -antes de morir- hubo de obsequiarle y, mientras sonaba en la radio "loco tu forma de ser" y se movía al ritmo de la canción, bendijo a quienquiera que hubiese creado aquél pequeño electrodoméstico mágico y salvador inigualable: la plancha.

Alexis se hallaba expectante. Luego de recibirse de contador público le había costado demasiado conseguir una buena oferta de trabajo. La plancha le ayudaba a verse presentable. Y, si hoy tenía suerte, sus días como delivery acabarían.

Ser delivery no era lo peor del mundo, pero aún así no era lo suyo.
Alexis manejaba con prudencia, demasiada quizás para la gente que se quejaba permanentemente de recibir fría la comida.
Diferente a su compañero Braian, que encarnaba al mismísimo Dominic Toretto, y la comida llegaba dada vueltas. Por supuesto que ser "veloz" tenía sus desventajas. Ahora, Braian estaba en demandante reposo, con una pierna y clavículas fracturadas.

Entre pensamientos venideros escuchó al timbre sonar. Era su mamá. Traía dos bolsas ecológicas grandes, repletas de quién sabe qué, una en cada brazo.
Entró con denotante impaciencia, miró alrededor, y fue directo a prender las luces.

-¿Por qué estás a oscuras? -indagó.

Alexis, perplejo y un tanto acostumbrado a aquellas intromisiones, intuyendo que la señora que ahora lo miraba -como si tener las luces apagadas fuera el acto con más desfachatez del mundo- vendría a dar recomendaciones en cualquier momento, dirigió su mirada al techo, rogó y masculló una plegaria al cielo.

-No quiero gastar mucho. El alquiler cuesta un ojo de la cara y tengo varios inmuebles por comprar. -contestó a su pregunta.

-Sos igual a tu papá. Él siempre andaba detrás de todos apagando las luces; pero la luz es una necesidad. No es un lujo. -dijo, sacando los artículos que llevaba en las bolsas.

Su hijo asintió, mientras contemplaba cómo ella abría las puertas de la alacena y acomodaba dentro de la misma las "provisiones" que había traído. Sí. En definitiva, Alexis estaba acostumbrado a esos atropellos en cierta forma tiernos.

No le quedó de otra que ofrecerle algo para tomar, pero en lugar de responder a la oferta su mamá giró la cabeza y lo observó de arriba a abajo.

-Arrugas. -pronunció, desaprobando la planchada.

-Hice lo mejor que pude. -respondió él, con reparo.

-Vas a tener que esforzarte más si vas a trabajar en la casa del mismísimo Bernardo Fonsi ¡Todavía no lo puedo creer! Sabía que algún día tanto estudio le daría sus frutos a mi《chiquito》.

Se acercó y apretujó los cachetes de su hijo cuan plastilina.

-Te ves muy guapo, y bastante presentable. Te felicito por tus nuevos logros.

Alexis, a pesar del dolor en sus mejillas ahora estiradas como slime, sonrió desde el alma, y le aclaró que todavía nada debía darse por sentado. Se trataba de una entrevista laboral -en el terreno y frente- a uno de los hombres más respetados de Córdoba.

Media hora más tarde, el joven despidió a su madre, se colocó el casco, montó su motocicleta negra Keller 260 y condujo hasta la dirección previamente anotada en un trozo de papel de cocina.

⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓⛓

Cuando llegó a destino no daba crédito a lo que sus ojos veían. Tanto así, que decidió corroborar la dirección anotada. En una de esas habría leído mal. Pero lo confirmó. "Av. Vélez Sarsfield 1490".

Los rumores que oyó todo este tiempo eran certeros. Nadie podía comprender la decisión obstinada, y un poco sombría, del empresario. Bernardo Fonsi, teniendo dinero a montones, se había mudado a un colegio en desuso. Y ahora, aquél mito yacía frente al muchacho.

El rejado malgastado estaba abierto. Si se hubiera encontrado cerrado, Alexis estaría sudando el doble. Quería hacer el menor ruido posible.

Subió los siete escalones que lo separaban de la entrada principal. Se acomodó las medias de algodón largas, se reajustó la corbata, se sacudió las pelusas de los hombros, se erguió, respiró hondo y con mucha inseguridad pesándole en las rodillas tocó el timbre. El sol estaba quemando, y a él sólo le faltaban las gafas para ser un completo hombre de negro. Por una fracción de segundos extrañó su departamento frío.

Una mujer rubia y vestida como empleada doméstica le abrió la puerta (o portón más bien dicho).

- ¿Alexis Montevideo?

Derechito al grano. Ni buenas tardes.

- Sí. -El chico era de pocas palabras.

-Pase. Lo están esperando.

Y sí. El estado del colegio, ahora convertido en vivienda, visto por fuera era el reflejo del abandono, y por dentro exactas ruinas; Era el reflejo de un tipo como Fonsi, un hombre que había perdido a su mujer y a su hija en el mismo accidente, el mismo día y al mismo tiempo. Nadie podía quedar cuerdo después de eso.

¿Cómo seguirá esta historia?
Beth Zeta

AUXILIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora