Capítulo 1

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Avión destino Victoria, último aviso. Avión destino Victoria, último aviso.

Aquella frase quedó suspendida en el caótico aire del aeropuerto. Había familias despidiéndose con lagrimas en los ojos, parejas dándose su ultimo beso antes de partir en el avión, o, simples personas que se disponían a largarse sin pena alguna, como tristemente era mi caso.

El ambiente estaba lleno de bullicio, mientras yo iba arrastrando mi maleta intentando esquivar a la gente lo mas ágilmente posible para no perder el avión. En mis auriculares sonaba Taylor Swift a un volumen prudente, para poder escuchar los avisos. Llegué a la entrada del avión y me encaminé a entrar con pasos pesados. Un azafato de aspecto amable me saludó, dejándome pasar adentro del avión. Miré mi billete y busqué mi asiento, vi que me había tocado junto a la ventanilla, antes, me encantaba ir ahí, ahora simplemente no me importaba. Cuando me senté, subí al tope la música en mi móvil, sentí que el avión despegaba y miré por la ventanilla. Ya no había vuelta atrás, todo lo que pasó en esa ciudad, se quedaría ahí. Necesitaba salir de ahí, un cambio de aires. Allí, eran siempre las mismas personas, las mismas amigas, los mismos cotilleos; menos él, y sin él no sería lo mismo.

***

29 de junio

    —¿Nombre?— preguntó el dependiente con cara cansada, pero yo estaba tan sumida en mis pensamientos que no me inmuté. El hombre, de unos cincuenta años vio que no reaccionaba y balanceó una de sus viejas manos frente mi cara.
—¿Eh?—dije, saliendo de mis pensamientos.
—Que como te llamas, bonita.
—Eh... Vienna. Pusset.
El hombre tecleó algo en su ordenador y procedió a estirarse para coger una de las numerosas llaves que estaban colgadas en la pared.
—Habitación 37, pasillo 2.
—Vale, gracias.
La residencia no estaba mal. Tenía aspecto veraniego y acogedor, tenia enormes ventanas con vistas al mar y todos los residentes hablaban entre ellos con picardía en los pasillos, en las puertas de las habitaciones o de camino a algún sitio. Estuve buscando durante casi diez minutos mi habitación, y todos ellos me los pasé pensando en cómo sería mi compañera de habitación.

Cuando llegué, nada más abrir la puerta me llegó un tranquilizante olor a incienso, y vi a una chica pelirroja, de complexión muy delgada y bastante alta, con una camiseta corta de punto y una falda muy larga con volantes, hablando en murmullos, pero no había nadie más en la habitación salvo nosotras dos.

—¡Hola!—dijo cuando me vio, y empezó a darme la mano frenéticamente— Tu debes ser Vienna, la compañera de habitación.
— Eh... Si, soy y...
— ¡Genial! Yo soy Brucie, encantada— me interrumpió, sin soltar mi mano— Espero que no te moleste el olor incienso, es que es crucial para poder hablar con mis plantas en un clima de tranquilidad. Pero si no te gusta lo puedo quitar, aunque espero que no te molestes, respeto tus gustos. Me dicen que puedo ser un poco habladora, así que me esforzaré para no parecerte pesada. ¿Te parezco pesada?

Parecía que la chica no iba a ser emm... fácil, por así decirlo. Brucie, al ver mi cara de estupefacción, se fijo en la mano que todavía agarraba y la soltó, avergonzada.

— Lo siento. Es que a veces puedo ser un poco... Intensa.
— No pasa nada, no me molesta —le dije con mi mejor sonrisa y ella me imitó, aliviada. Sentí que yo también debía hablar, así que dije lo primero que se me ocurrió—, así que... ¿hablabas con tus plantas?

En ese instante ella perdió la vergüenza y se le iluminaron los ojos. Estuvimos hablando un rato y descubrí que la Brucie era bastante interesante, que sus padres trabajaban en un jardín botánico y de ahí su amor por las plantas. Pero pronto dio la hora de comer y ella se marchó a comer con sus amigos o algo así.

Aquel VernanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora