8 | Mika

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Noté que Harvey me observaba de reojo mientras revisaba sus cajones, sosteniendo su mochila en otra mano. Guardaba lo que creía necesario. Me había dicho que sí. Egoístamente, eso me hizo feliz. Palpé los bolsillos de mis pantalones y recordé que no traía nada, exceptuando las llaves de la Mitsubishi de Naomi, todo mi dinero y el teléfono estaban en la casa de John.
    —¿Qué ocurre? —dijo Harvey percibiendo mi desesperación.
    —Dejé todo allá. Puedo recordar el número de mi cuenta para sacar algo de dinero, pero no recuerdo el número de Naomi.
    Harvey dijo que no me preocupara por el dinero, que tenía para algunos días; lo suficiente para llegar a la casa de Naomi en Denver. También hizo que me diera cuenta de que podía buscarla por alguna red social, y así hablarle desde el perfil de Harvey. Entonces mientras él terminaba de arreglar sus cosas, me puse en contacto con ella bajo su nombre. Ya no había tiempo para pedir un buen horario, sólo tenía que avisarle. Después de todo, su casa se trataba de una parada, no una estadía; pues odiaba ser parásito muchos días. Eso me trajo a memoria que, tratándose de un viaje sin fecha de retorno ni destino seguro, podría estar a punto de vivir mis últimos días con Harvey… Pero estaba eufórico con su compañía, me dejé llevar tanto por todo su ser que logré centrarme en nuestro idilio. Aunque durase una mera semana más, quería que fuera la historia más intensa que hayamos vivido; con compartirla me bastaba.
    Después de recordarle a Harvey que no traía más que no fueran las llaves del auto, tomó otra mochila y la llenó de ropa, sin que se lo pidiera o aclarara que le pediría algo. Sacó dos chaquetas del armario y las dejó a mi lado. Luego fue a buscar otras pertenencias al baño, hasta que terminó y regresó a mi lado.
    —¿Ahora qué? —dijo y yo repetí después. Sonrió tranquilo, sin miedo aún sabiendo de lo que estaba a punto de hacer.
    El sonido de la madera vieja de su puerta interrumpió nuestro silencio y nos obligó a voltear. Una gatita de tres colores se asomaba por la alfombra hasta los tobillos de Harvey. Dijo que necesitaba presentármela formalmente y así lo hizo. Se llamaba Dom, a pesar de ser hembra, me contó como se había obsesionado con Dom McLean cuando cumplió catorce y no le importó que fuese un nombre masculino al bautizarla así. Cuando se cansó de nosotros y se largó, el silencio volvió a inundar la habitación.
    —¿Vas a extrañarla?
    Soltó una sonora carcajada mientras asentía. No como si fuera gracioso, sino por la excitación. Entonces me alegró verlo sin remordimientos, solamente deseaba que pudiera mantenerse así varios días más.
    —No me arrepentiré —dijo sin necesidad de escucharme—, te lo prometo.
    《Sí lo harás, pero prefiero que te enojes conmigo a que te odies por echar tu vida por la borda. Quizás no alcances nada extremo, ni cometas un error difícil de enmendar y puedas regresar. Tal vez te arrepientas tan rápido que puedas volver a tu vida cotidiana sin sentir que algo haya cambiado realmente》. El tiempo lo diría. Sin embargo, era consciente de que Harvey no era capaz de ver el presente de esa manera. Aún no lo conocía lo suficiente para afirmar que parecía ser de esos que siempre quieren más.
    Junté nuestros labios para desechar todo pensamiento que a pesar de realista, me desanimaba. Sin decirlo en voz alta, a veces yo también lograba saber qué es lo que cruzaba por su cabeza, entonces no quería exponerlo aún más. Él me estaba pidiendo sacarlo de ahí, por el momento, me aferraría a esa idea. Me esforzaría por los dos para que lo disfrutáramos.
    Harvey correspondió mi beso. Amenazó con empujarnos hacia atrás, sobre su cama de regreso, pero otro sonido imperceptible, más bien una presencia silenciosa, detuvo todas las caricias prometedoras. El chasquido de nuestros labios al separarnos nos terminó de delatar, por si la luz del amanecer inmiscuyéndose por las cortinas no hubiesen sido suficiente. Era imposible que su madre, espiándonos por el espacio de la puerta semi abierta, no hubiese percibido lo que ahí dentro sucedía. Cuando la vimos, corrió a toda prisa, cerró la puerta de su cuarto con fuerza para confirmarnos que nos había visto. Debíamos salir de ese lugar cuanto antes.
    La mirada de Harvey se desvió hacia un lugar del cuarto. Su vergüenza no era igual a la que yo había demostrado minutos antes, una pena digna de un rostro sonrojado por recibir consuelo y cariño. No. Harvey se avergonzaba de toda su vida. Pude verlo en su mirada. Se sentía responsable de todas las cosas que no había escogido. Patético por aceptarse preso, a punto de conseguir su libertad.
    —Lo siento —comenzó. Su voz se rasgó, entonces continuó en susurros—. No tengo edad para estas cosas y aún así suceden a diario.
    Sostuve su rostro, esforzándome porque recobrara la calidez anterior, también por tranquilizarme a mí mismo; no me creía tan fuerte como para soportar que me “descubrieran” y echaran de nuevo, mucho menos en compañía de Harvey. Quise correr fuera de esa casa.
    —¿Y de qué tienes edad?
    Sonrió con debilidad, sin ánimos de mostrarse conforme. Tomé una de las mochilas sobre mi hombro, luego extendí mi mano, esperando su respuesta, pero Harvey no fue tan dramático y se levantó si tomarla.
    —¿Vas a…? —pregunté al mismo tiempo en que señalaba con mi pulgar hacia la puerta.
    Harvey negó con su cabeza, luego tomó la perilla de la puerta, pero volvió  a dudar.
    —No quiero, pero debería, ¿verdad?
    —Es tu decisión, Harvey. —No quería dejarlo completamente solo, pero tampoco me atrevía a sumir toda la culpa—. Si no quieres verlos, podrías dejarles una carta, para que no se preocupen demasiado, ¿qué dices? —Al final, terminé metiéndome. Simplemente quería que fuese lo más ligero posible para él. Cortaría toda relación con sus padres, debíamos intentar que fuera cuanto menos traumático, o al menos, lo menos brusco que pudiéramos para que los vestigios no lo persiguieran de por vida, aunque sea no tanto. Porque nunca te liberas de esas primeras memorias, no necesitas tener raíces en ningún hogar para que forjen tus fantasmas.
    —Con que me oigan salir será suficiente —respondió y tomó sus cosas. Sostuvo mi mano hasta la salida, de seguro planeaba que volvieran a vernos, que se dieran cuenta de que no estaría solo, fue su manera de decirles 《déjenme en paz, estoy por mi cuenta ahora》.
    Cuando bajamos por las escaleras, su padre lo llamó antes de que tomara las llaves. Se dio cuenta de lo que hacía y las dejó en su lugar después de abrir la puerta; no las necesitaría más, pues Harvey no regresaría. No me atreví a mirar a su familia directamente, desvié mi rostro, mientras esperaba a Harvey durante aquellos cortos segundos que tardamos en salir, pero los vi a los tres. Además de su padre, habían dos mujeres que solamente observaban como perdían a un miembro de la familia, las mismas de la noche anterior. Pero parecían rendidas, no insistieron ni lo llamaron de regreso; desayunaban, a la espera de que Harvey los dejara.
    Entonces recibí toda la culpa con la que Harvey dejaba el lugar, de seguro se sentía igual de asqueroso por priorizar el placer momentáneo, a la ayuda que podría brindarles quedándose con ellos. No. De continuar al lado de Harvey no necesitaba explicación alguna, la complacencia nos haría felices. Continuaríamos sin juzgarnos, aún si cometíamos los peores delitos. La complacencia mutua siempre había logrado que el amor fuera duradero.
    Harvey jaló de mi mano para que termináramos de salir del pórtico y luego del jardín de su casa. Preguntó donde estaba el auto, lo había estacionado a varias calles de ahí, ya que él vivía en una zona céntrica y era difícil encontrar lugares libres. No soltó mi mano en todo el corto recorrido hasta el auto. Deseé tanto que algún vecino lo viera y pudiera sentirse más libre así de expuesto.
    Casi pierdo el aliento mientras subíamos al auto. Mi pulso logró regularse cuando cruzamos el Golden Gate y no hubo señales de arrepentimiento. Estaba hecho. Había logrado llevarlo conmigo. 《¿Estás contento?》, repetía el recuerdo de mi madre llamándome malo para los demás. Había arrastrado a Harvey definitivamente, nada podía negar aquello. Y lo peor era que él no fuera capaz de ver el posible daño irreparable que le estaba ayudando a cometer.
    —¿Estás bien?
    —¿Recuerdas lo que te advertí, no?
    —Creo saber lo que te ocurre —dijo mirando al frente. El horizonte aún no se volvía desolado, la ciudad nos seguiría varias horas, hasta que saliéramos de California.
    —Déjame ver si es cierto —pregunté desafiante y Harvey sólo sonrió, listo para exponerme, quizás me había descubierto hacía bastante y de verdad se estaba enamorado de aquello que creí ocultar, cabía la posibilidad de que no haya caído cautivo sólo a mi cuerpo y todos los besos que compartimos.
    —Me da algo de pena, no es como si quisiera agradecerte algo que estamos haciendo los dos —Alzó su mano para que lo dejara terminar—. Deja de martirizarte por esto, Mika. Te lo repetiré las veces que sean necesarias. Tú me has ayudado con esto, porque es algo que quería hacer. ¿Me sentiré fatal? Puedo estar seguro de ello. Pero tú sólo me impulsaste, no inculcaste algo que no existiera dentro de mí anteriormente. Así que déjame decirte… que no eres malo.
    ¿Por qué tenía que reaccionar con risa cada vez que me hacía feliz? Quise simplemente sonreír y responderle algo igual de bonito, pero mi alegría estalló. No fueron carcajadas, pero se oyó lo suficiente para que Harvey comenzara a acostumbrarse y pusiera sus ojos en blanco. Desvió su mirada hacia la ventanilla y terminó por contagiarse de mi risa.
    Luego dejé mi mano sobre su rodilla, él entonces la envolvió con la suya. Así seguimos hasta salir del estado. Cuando la gasolina se agotara nos preocuparíamos por el dinero. Mientras tanto, mi atención se fijaría en el camino, y en ocasiones, voltearía con precaución para observar su rostro de perfil divisando el paisaje poco natural.
    Me esforcé por dejar que mi mente se mantuviera sólo en eso. Pospuse el renovado rechazo de mi madre para alguna noche de insomnio, pero también llegaba a mi cabeza la duda de qué pensaría mi padre. Quizás tenía todo preparado para volver a hablarle, porque tanto Harvey como yo no planeábamos separarnos tan rápido, así de perdidos sólo nos teníamos a nosotros mismos. No obstante, rechacé la idea de inmediato. No sabía siquiera qué me gustaría decirle a mi padre, además, ¿en verdad quería hablarle? Después de tanto tiempo sin interés por ninguna de las dos partes, mantenernos así era lo mejor. Además, Nueva York, en donde vivía él, quedaba muy lejos de nuestra parada en Colorado; algún día sería, tal vez.
    En fin, Harvey no había soltado el agarre de mi mano sobre su pierna, y eso era todo lo que ansiaba necesitar en adelante. El placebo aún tenía algo de efecto. Me concentré en hacer que durara. Observé detalles insignificantes: era el segundo amanecer que compartía con Harvey y se veía mucho más fresco y bello que a la luz de los focos del restaurante, incluso más que entre las enigmáticas sombras del parque en que solíamos encontrarnos. Ahora podríamos tener todo lo que nuestro entorno se había esforzado por impedirnos.
    Tardaríamos alrededor de dos días en llegar a Denver, luego, decidiríamos qué camino seguir, incluso si nos dividíamos en distintas posibilidades. Si Harvey no hubiera estado a mi lado en el asiento del copiloto, me hubiera golpeado a mí mismo para dejar de mentirme, diciéndome que centrara mi atención en el presente, ¿por qué de repente era tan complicado?
    La ansiedad cesó su ataque gracias a que Harvey, en un peligroso impulso, me reto a besarlo al mismo tiempo que conducía. Esperó a que el auto estuviera seguro en línea recta para pedirme que me acercara. Rió con malicia cuando no se acercó ni un centímetro, esperando que quien se acercara fuera yo.
    Las horas pasaron y nos vimos obligados a frenar para el almuerzo. Harvey prefirió que no nos detuviéramos, así que lo observé comprar provisiones a través del vidrio de la tienda, mientras cargaba gasolina. Llevábamos alrededor de cuatro horas de viaje.
    —A que no traes nada de fruta o vegetales como guarnición —dije cuando lo vi llegar hasta donde estaba, aún no terminaba de cargar el tanque; y no me gustaba ser servido por los empleados mientras aguardaba cómodamente dentro del auto.
    —Los cigarrillos mentolados son lo más cercano…
    Apoyó su cabeza en mi hombro, aguardando a que terminara con la gasolina. Mientras tanto hurgó entre las bolsas de compra, buscó una golosina que dejó frente a mí, entonces le di un corto y discreto beso en los labios después de tomarla. Lo que fue suficiente para recibir las miradas de otros señores, porque para sorpresa de ningún primate, no había mujeres cerca de los autos. Entonces noté el ligero cambio en Harvey.
    —Debo hacerlo detrás de esos arbustos para no molestarlos —dijo molesto, con el ceño fruncido ante ellos. Sin embargo, nadie se acercó para hacernos conocer su innecesaria opinión.
    —Claro que no, ¿por qué somos nosotros quienes deben acostumbrarse a su odio?
    Esa vez fui yo quien se acercó para darle otro beso corto, seguro en aquel lugar.
    —Luego te gusta llamarme dramático.
    Al instante un empleado se acercó para cobrar su dinero, pero lo hizo antes, entonces fue descarada su intención de detenernos. Esas cortas experiencias me agotaban. Arrebataban de mí todas las ansias de seguir haciendo lo que fuera que me propusiera por aquel entonces. De no ser por Harvey, quien había encendido la radio, la pereza por ese largo camino me hubiera hecho regresar. Quizás ya estaba cansado de todo.
    —¿Qué tanto te dejas ir cuando viajas? —preguntó Harvey.
    —¿Te refieres a la parte cursi de viajar? ¿Sobre la vida y eso?
    —Sí, sobre la vida y eso.
    —Todo el tiempo —respondí con algo de pena —. A veces te motiva a explotar cada segundo de vida y te recuerda que no tienes siquiera veinticinco años, tienes todo por delante. Otras veces te hace pensar en que los veinticinco, los treinta y cincuenta llegarán, y luego sigues con la idea de abandonar todo lo que ahora eres para ser lo que esperan de ti… Aunque no debería ser algo malo, ¿sabes? Después de todo, se trata de asumir responsabilidades con la edad, pero es duro que se trate de la muerte de todo lo que crees saber sobre ti mismo para alcanzarlo.
    —¿No crees que exista otra manera de madurar que no sea la resignación? —respondió mientras abría un par de latas de cerveza.
    —No está permitido llamar resignación a la obligación de madurar. Te odiarán o tacharán de hippie desempleado. Prefieren llamarlo “entender las cosas como realmente son” —Separé las manos del manubrio por un instante para hacer las comillas y Harvey se alarmó, casi se lanza para sostenerlo y evitar un supuesto accidente. Entonces comencé a reírme de él—. Me estás dando una cerveza mientras conduzco pero te… —Y volví a reír interrumpiéndome a mí mismo.
    —Maldito hippie desempleado —respondió Harvey para molestarme pero no funcionó porque terminé por contagiarle mi risa.
    —Perdón por eso —dije dándole un trago a la lata—. Volviendo a lo que me decías —sonreí cuando puso sus ojos en blanco, otra vez—, puede que también sea inmaduro creer que se trate de una resignación.
    —Acuérdate de eso y vuelve a replanteártelo en un par de años. Puede que el Mika de veintidós piense diferente. Ya sabes, somos como una mezcla de todos nuestro yos: el Harvey de quince, el de diecinueve, el del trabajo, el de Internet —concluyó riendo. Bajó un poco su lata cuando un par de autos se asomaban por el horizonte.
    —¿Te asusta la idea de que tu yo de treinta continúe pensando como el tú actual? No me refiero a que tú ahora…
    —Entiendo lo que dices —respondió cuando creí que podría ofenderlo—. Supongo que sentiría que algo anda mal, como si nadie pudiera ser tan auténtico durante tanto tiempo. —Apoyó su codo sobre la ventanilla abierta—. Pero quizás ese cambio sea una malformación y mi yo actual esté en lo correcto. O puede que el yo de cualquier etapa esté en lo correcto porque se conforma por lo que esté viviendo en ese momento... Dios, ¿esto era sólo cerveza o le agregaste algo más?
    —En el caso de que nada cambiara, ¿cómo crees que reaccionarías? —continué la entrevista intensa—. ¿Te sentirás más maduro o creerás que sobreviviste y entonces sigues… no lo sé, puro?
    —No lo sé. Me da miedo saber que existe la posibilidad de que lo vea como crecimiento, en lugar de aceptar que mis circunstancias me obligarán a pensar de esa manera. Y que despreciaré a mi yo más joven. Será horrible. No quiero esa idea de maduración.
    Justo cuando pensaba en qué responderle, en lugar de decir en voz alta «ambos seremos igual de fracasados», su teléfono comenzó a vibrar. Harvey lo observó varios segundos antes de cortar la llamada. Me preparé para el momento del arrepentimiento, de ser así, no me opondría y lo llevaría de regreso a San Francisco. No nos faltaba demasiado para frenar en alguna posada a descansar, lo teníamos merecido después de salir del Estado y comenzar a adentrarnos en Nevada.
    —Hoy me tocaba abrir el restaurante —dijo con tranquilidad—, creí que me llamarían antes. De seguro ya me despidieron.
    En ese caso, ya no había marcha atrás. Ahí estaba de nuevo, desechando otra rutina y plan de vida. Otro intento de formalidad que quedaba atrás. Al ver que Harvey no cambiaba su humor ante las malas noticias, después de la confirmación de que había sido desechado de sus tareas, comencé a sentirme más seguro. Y a decir verdad, ya era hora. Pude aceptar el hecho de que Harvey estuviera abandonando todo a mi lado, que me haya escogido como acompañante rumbo al fracaso, a la decepción de los demás, pero con aquella libertad desoladora como premio.

Flores sin raícesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora