Cap 1

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¿Quién, si yo gritara, me oiría desde los órdenes angélicos?
Y súbitamente un ángel me estrechara contra su corazón, me aniquilaría con su existencia más fuerte. Pues lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, que aún podemos soportar, y lo admiramos porque, sereno, desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible.
Elegías de Dunio
Rainer María Rilke.

I
De cierta manera debía estar acostumbrada a los cambios y a las repentinas mudanzas de mi familia.
Siempre un continente, un país y una ciudad diferente a la cual adaptarme y a la cual me esforzaba por entender, conocer e indagar sobre los hábitos de la sociedad, así como me ofrecía un ejercicio poco práctico, la relación con personas más allá de mis padres. Lo inesperado de los lugares me ayudaba a soportar con paciencia la vida bohemia y poco inusual que tenía desde antes de que naciera; pero aun así me disgustó bastante el hecho de tener que mudarme nuevamente y en tan breve tiempo. Y para males no podía quejarme, ni hacer berrinches. Como mi madre decía ya no eres una niña, Megara.
Y por tales palabras estaba mas que segura que merecía voz y voto en la decisión. Sin embargo, mis progenitores padres sin consultarme o darme un tiempo de antelación, empataron mis pertenencias y, antes de que pudiera decir no quiero ir; me hallé sentada en un avión con dirección a un lugar en el cual tendría que empezar todo una vez mas.
Era un fastidio, pero a pesar de mi disgusto o rechazo, era mi deber seguir a mis padres hasta el fin del mundo si fuera necesario, y no habría forma de que pudiera negarme. No importaba que el camino nos llevara a un lugar montés y exótico como Eastville, un recóndito lugar en el cual debía iniciar una nueva vida, tener nuevos amigos y tratar de ser yo misma sin que eso me causara demasiados problemas.
Eastville, pensar en ese lugar, me daba escalofríos y me traumatizaba al saber que estaría bien lejos de la ciudad, de mis amigos, de la civilización, bajo un ambiente climatizado por oscuros nubarrones, montañas prominentes y elevadas que eran el paraíso de fieras y de toda clase de animales que habitan la naturaleza junto al hombre, todo esto protegido por una exuberante arboleada que según lo que había investigado propiciaba el clima áspero, húmedo y poco cálido de la zona.
Aburrida miré a mí alrededor, deslizando la mirada sobre cada uno de los pasajeros, en total éramos 20 personas que viajábamos en un inmenso avión a un pueblo donde estaba segura que el aeroplano no conseguiría aterrizar. Con mucho cuidado fijé mi mirada, discretamente sobre algunos pasajeros aquellos con los cuales podía hacer contacto con la vista, algunos de ellos por encontrarse en otra posición y lejos me resulto imposible utilizando los ojos ver sus facciones, por lo que la falta de renovación provocó que aumentara el fastidio del cual deseaba desprenderme. Un tedio, que iba ganado terreno sobre mi espíritu y mi mente lo cual provocó que sin sentir remordimientos sucumbiera a lo único que lograría salvarme del aburrimiento. La desprevenida primera zona a la cual puede escaparme sin dificultad o peligro fue a la mente de un señor, que dormitaba con estrepitosos ronquidos y soñaba plácidamente que era joven nuevamente, regía en un mundo afrodisíaco y la mayor parte de su tiempo estaba rodeado de mujeres hermosas que trasformaban su existencia en un paraíso divino; era un sueño en el cual cobraban vidas viejos anhelos y al mismo tiempo hallaba parte de una felicidad platónica. No podía negar que el sueño era agradable, pero debía reconocer que se trataba de una ilusión y quedarse todo el tiempo en una quimera llega a volverse monótono; por lo que salte a la segunda mente más voluble y accesible, la de una señora de edad madura, cabellos canosos y de rostro bastante joven que se entretenía en tejer una bufanda. La señora no pensaba mucho, solo se enfocaba en los puntos del tejido, los cuales se repetía una y otra vez; después de la señora continúe saltando de pensamiento a pensamiento, sin profundizar demasiado en las mentes, no tenía interés en conocer acerca de sus vidas personales, miedos, dudas o problemas sólo estaba interesada en lo que estaban pensando en ese momento o soñando en algunos de los casos y por último se encontraban mis padres. Prudente me detuve en esas dos personas con las que compartía genes hereditarios y que eran las más risueñas del viaje; que se encontraban sentados a unos pocos asientos después de mí y del resto de los pasajeros, muy juntos y tomados de las manos como dos enamorados en plena luna de miel. Pues para ellos, el viaje era justamente algo parecido al tradicional acto luego del matrimonio o un nuevo momento de su vida el cual tenían que enfrentar juntos tal como se lo habían jurado el día que se casaron.
Luego de un rato de escudriñar e invadir la vida privada de los demás todo llegó a su fin cuando el viaje concluyó, no a gracias a mis ruegos, pues cada hora sentada e inmóvil resultó ser un suplicio angustioso dentro del avión por mucho que tuviera el don de escrudiñar las mentes ajenas.
No obstante, si creía que todo había acabado me burlaba de misma. El destino original del avión, tal como sospechaba nunca fue el pueblo hacia donde nos dirigíamos sino Gallows Hill; cuidad distrito próximo a nuestro destino y que poseía un aeropuerto, un local de alquiler y venta de autos, a través del cual mi padre compró un automóvil que nos llevaría sin más escalas a Eastville.
Que frialdadexclamé mientras esperábamos la llegada del auto en las afueras del aeropuerto.
Te dije que te pusiera un abrigoreprendió mi madre.
Ahí llegaafirmó mi padre entusiasmado por el flamante Mercedes Benz W210 que se detuvo frente a nosotros
Excelente selección, cariñofelicitó mi madre depositando una mirada pícara y amorosa sobre el hombre alto, lozano y de ojos color miel que le correspondía en sentimientos. Me alegraba que, pese a los años transcurridos, la relación de mis padres persistiera siempre en primavera, alejada del invierno y del otoño, con toques de veranos muy repetidos; igualmente resultaba sorpresivo ver el amor aun floreciente cada vez que sus miradas, que siempre tenían un punto en común, se encontraban intencionalmente.
Ellos juntos o separados eran seres especiales y varias personas afirmaban que yo era la perfecta combinación de ambos. De mi madre había tomado el físico, adopta la perspicacia a mi espíritu junto con cierta timidez, perdida en ella con el paso del tiempo.
Poseía características en las que ambos se visualizaban con mayor poder, el cabello castaño, oscuro y brillante, contiguo a la sonrisa contagiosa y desenfrenada lo había heredado de mi padre; la mirada aguda y penetrante procedente de unos ojos almendrados descendía de mi madre, pero de una innegable manera mis padres no se veían en mí, ellos siempre decían que yo me parecía al otro y sin dudas, explicaban con solidez su hipótesis. En cambio, me conformaba con tener un poco de los dos y saber, que no importaba lo que sucediera ellos siempre me amarían.
El viaje continuó, primeramente, tuvimos que atravesar Gallows Hill, una ciudad muy parecida a la que habíamos abandonado; deslumbrante, llamativa y aparentemente tan bulliciosa de noche como de día, al estar conformada con centros nocturnos, locales de discoteca, cines, centros de belleza y una larga manzana acondicionada con tiendas de ropas que parecían elevarse por los cielos. En pocos minutos el auto dejó atrás todo aquello para internarse en una carretera solitaria, iluminada por grandes focos, pero desolada, protegida por una vegetación que se iba incrementando cuanto más profundo avanzáramos en esta. Era como si estuviéramos dejando atrás todo lo que podía ser llamado civilización y llegar a un mundo totalmente incomparable. Sentada en el asiento trasero, me recliné con varios bostezos a todo lo largo de este y protegida por la cálida y gruesa chaqueta de mi padre me dejé vencer por el cansancio.
Sin saber en qué momento o de qué manera desperté, interrogada por saber en qué instante el cansancio me había vencido. Con los ojos abiertos examiné el césped verde sobre el cual estuviera durmiendo como si fuera un lecho, cubierto por gotas de rocíos que bañaban a un grupo creciente de rosas, camelias, lirios y narcisos las cuales formaban en un extraño lecho protegido por la sombra oscura de un inmenso baobab, el cual con las gigantescas ramas hacía que el frente parecía estar a la espera de algo o de alguien. Entonces, el crujir de un palo seco al quebrarse me hizo voltear.
¡Era imposible! Si estaba despierta. ¿Cómo podía verme? ¿Era el reflejo de un espejo o un espejismo? Y si lo era, estaba muy vivo pues indiferente a mi propia presencia otro yo caminó hacía el lecho de flores y feliz se dejó caer con los brazos extendidos a la nada. ¿Pero qué hace?
< ¡Detente! > Grité.
Mas mi voz se rompió en el vacío, en el silencio de ahogarse en su propia garganta. Mi otro yo no escuchaba, solo me contemplaba con una mirada penetrante y aguda, invitándome a aquel extraño juego. Un juego que comenzó cuando el árbol cobró vida y empezó a agitarse en una insólita danza; de la cual sus ramas y raíces participaban desafiando a la realidad. Sobrenatural las ramas se alzaron al cielo en compañía de las raíces que poco a poco le permitía el paso libre a un susurrante y escalofriante viento que se aproximaba con potentes y creíbles sonidos de pasos. ¿Qué era? ¿Un sueño o una pesadilla? ¿Y cómo era posible que fuera la estrella principal de aquel misterio e irreal espejismo? Me pregunté aturdida por la sólida que se sentía la pesadilla. Vacilante miré a mí alrededor, quería moverme, pero mi cuerpo estaba pegado al mustio suelo que ese iba congelando tan rápido que, si hubiera llegando el invierno, y al mismo tiempo los pasos se hicieron más sonoros, cercanos y tan fuertes que estremecían la tierra de cristal como las ramas del baobab por el viento. Pero nada de esto asustaba al otro yo, que complacido esperaba paciente, dichoso de escuchar los atemorizantes ruidos y de ser acariciado por el helado viento susurrante que azotaba el jardín. Sin embargo, el ejecutor no se hizo esperar, cuando el viento cesó y los sonidos dejaron de escucharse, las sombras arribaron. Una sombra, espesa y tan impenetrable que caí de rodillas, me sentía adolorida y caliente por dentro e impulsada por incontenible deseo enterré las uñas en el suelo y con unos gritos quejumbrosos liberé mi alma. Era inevitable deseaba hacerlo, algo muy dentro de mí me suplicaba que lo abriera, que lo liberara y resultó ser demasiado deleitable para no hacerlo. Desorientada, con el fuego en la piel y presa de mis propias ganas, vi a la sombra, omnipotente y devoradora delante de mí sosteniéndome en sus brazos ¿Qué? ¿Cómo podía ocurrir algo así? El lecho El lecho de flores estaba a mí alrededor y el danzante árbol me protegía bajo su sombra oscura, lúgubre e hipnotizadora.
< ¡Pronto serás mía! > murmuró con voz fascinante y fui abrazada por el crepúsculo.

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2022 ⏰

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