Timoteo Z. Hume estaba encerrado en su auto, un modesto Fiat Uno, gris, con el que disponía para trasladarse de un lugar a otro; éste no tenía calefacción, ya que lo había comprado usado y el aparato que podría bindarle un mínimo de calor estaba averiado. Una cosa casi tortuosa con las bajas temperaturas de Montevideo en junio. Si se quedaba mucho tiempo en una misma posición temía quedarse pegado a ese asiento hasta la muerte, como había oído que le pasó a un tipo en Salto. ¿o habría sido que apareció incinerado y no congelado? Cómo fuera, Hume tenía frío, estaba incómodo y considerablemente más irritable que de costumbre. Y aún así su profesionalidad seguía intacta. Con un ojo veía la revista de crucigramas que tenía en la mano, la cual había llevado para pasar el rato. Usualmente los resolvía relativamente rápido, pero en ese momento no, había completado solo 13 de las 25 palabras que necesitaba para acabar. Verticales y horizontales se unían para fastidiarlo, pero como solo era una distracción no le daba mucha importancia. Hume no le daba mucha importancia a nada en particular. Y si tenía que importarse por algo, no sería de su revista de crucigramas sino de la otra cosa que había venido a hacer. Puesto que mientras que con un ojo veía su revista, con el otro vigilaba el negocio de en frente.
Había estacionado dos o tres metros más atrás, en la calle paralela, frente a una tienda de comida para mascotas, pero desde allí veía perfectamente quién entraba y salía.
El negocio era una cantina de nombre "el Carlito". Había estado observándola hacía tiempo y había comprendido, sin ánimos de ofender, que no era ni la mejor, ni la más barata, ni la más conocida o la más agradable de la ciudad; ni siquiera la de mejor punto, puesto que estaba pegada a la avenida y el ruido de la calle ya de por si molesto, confabulando con el viento que entraba por la puerta junto a la gente cuando ésta se abría, que te enfriaba la comida antes de poder darle una mordida, no hacía que fuera el mejor lugar para comer. Sin embargo, era un buen punto de encuentro.
Encuentro para los vagos, los degenerados que se arrascaban la barriga y más abajo viendo a las empleadas del lugar, para los adictos en busca de un lugar para pasar el rato, porque en eso el sitio no escatimaba. A demás de la comida, que aunque no fuera especialmente buena debía ser un vicio para alguien, había de sobra para saciar otros; mesa de juegos para la timba, cabinas, maquinitas, alcohol, tabaco, alguna sustancia más ilícita, al fondo a la derecha, de la cual él solo había oído hablar. También iban los infelices, los que salían del trabajo que odiaban pero que requerían para pagar las facturas, y las deudas en las que se habrán metido para pagar las facturas que no les dió con su trabajo que odiaban, se quedaban por ahí variando para no llegar a sus casas a seguir siendo infelices. Tampoco era que una trago los fuera a hacer menos infelices, pero al menos entonces eran felizmente infelices. Y cómo no, sus favoritos, los que por la discreción y la apariencia corriente del lugar lo preferían, los que llenaban sus bolsillos, los infieles.
Hume no podría aborrecer más a una clase de ser humano. Él en general no discriminaba a la hora de aborrecer personas, de hecho estando bastante cerca de ser cualquiera de ellos, no le importaba detestarlos y rezar por su extinción, al igual que la gran parte de la poblacion mundial. Pero los infieles era una cosa aparte. Hume detestaba la falta de palabra más que cualquier otra cosa, la falta de compromiso para con la persona que juró amar, proteger y serle fiel. Si podía romper un juramento así, su palabra no valía nada, y si su palabra no valía nada, la persona misma no valía nada. Si no podía serle fiel a quien le tenía la suficiente confianza de cerrar sus ojos y dormir a su lado ¿cómo podía llamarse a si mismo hombre?
Bueno, tampoco fuera que el género femenino se escapara a su distintivo. En su vasta experiencia con infieles había aprendido a no dudar, para eso ya estaban sus parejas que lo contrataban. Las mujeres también engañaban, también eran adictas y degeneradas, también eran infelices, también concurrían a la cantina de Carlito y por supuesto, a ellas también las detestaba. No había discriminación en eso.
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Trapos Usados.
Mystery / ThrillerTimoteo Z. Hume, nunca ha vivido con mucho entusiasmo. Para él cada aliento es problemático y pesado, su vida esta estancada. Ya jubilado del cuerpo de soldados de la Armada, se gana la vida siguiendo a tipos infieles y exponiedolos ante sus parejas...