1.

59 2 1
                                    

Siempre me pregunté por qué me daba tanto miedo caminar sola de noche, si nunca me había pasado nada, nunca había visto nada. Los horrores pasaban todo el tiempo, pero en las noticias. Nunca acá. Hasta que un día recordé aquella aterradora historia que había alcanzado a oír una noche cuando era todavía una niña, la historia sobre "La bestia".

La bestia era una criatura siniestra, no tenía cara, era como una sombra, violenta y burlista, que atacaba a las chicas desprevenidas que recorrían solas la ciudad cuando el sol se escondía. Tuve pesadillas con aquella bestia varias noches, puesto que lo ambiguo de su descripción daba lugar a lo más mórbido de mi imaginación. A veces, cuando despertaba en medio de la madrugada, recorría mi casa y me asomaba por la ventana a ver la calle desolada, a ver si alguna vez lograba verla, sin saber verdaderamente qué esperar, pues no comprendía su aspecto. Lo peor de la bestia es que no había forma de que pudieras escapar, así que si te hacia algo solo te tocaba cargar con la culpa de no haber sido lo suficientemente inteligente como para no salir sola de noche.

Pasaron los años y jamás volví a oír de esa criatura, y comencé a pensar que era solo una leyenda más, de esas que se les dicen a los niños. Pero una noche en que la tormenta estaba parando, tuve que regresarme caminando sola, y entonces me acordé de ella.

Me aferré bien a la mochila que en mi espalda colgaba, como si eso me atribuyera algún tipo de estabilidad, aunque en ese momento la bestia no era mi miedo, sino los ladrones. El viento acariciaba mi cuello desnudo y mis botas pisaban los charcos de agua. Una leve llovizna cubría mi cabello, y pensé qué lindo habría sido todo aquello, si tan solo no hubiera sido una mujer. No tenía auriculares, tampoco me los habría puesto de haberlos tenido, quería escucharlo todo, estar alerta. Seis cuadras, seis escasas cuadras hasta mi casa. Era poco, pero no para la bestia, y no para mí.

Pocas luces y de ruido solo mi respiración, ni un alma rondaba, solo yo, y ni por casualidad me daba tranquilidad. Detrás de mí escucho un vehículo acercándose, los latidos se me aceleran. Recuerdo aquella madrugada de enero, volviendo de la fiesta de año nuevo con mis amigas, cuando escuchamos a dos chicos decir que iban a seguir a una chica que iba sola, solo para asustarla. Nuestro miedo era para ellos entretenimiento. Me animo a voltear la cabeza, y los policías dentro del patrullero solo me miran y siguen. Por un momento pensé en pedirles que me lleven a mi casa, luego pensé más detalladamente en el escenario: Yo sola, en el auto con dos desconocidos. Un uniforme no me da seguridad, prefiero seguir a mi merced. Las luces se pierden en el camino. Vuelvo a respirar por un momento. Qué retorcido mundo, donde ni siquiera la policía te inspira confianza. Continúo mi camino y una cuadra después pasa un auto a toda velocidad, con la música alta y los vidrios bajos. Logro ver a una chica, sentada en el medio de la fila de atrás, entre dos hombres. Todos tenían cervezas en las manos. No pude notar si ella estaba consciente o no, pero sí podía ver cómo la tocaban, como pasaban sus manos por debajo de su falda, y me estremecí. Desaparecieron más rápido de lo que yo pude sacar conclusiones. "Es mejor no pensar", me dije. La verdad es que todos somos egoístas cuando se trata de volver sanos y salvos a casa.

"La bestia puede estar en cualquier rincón, puede salir de cualquier lado, su lugar favorito es la oscuridad", me repetía la perturbada voz en mi cabeza. Un chiflido y un grito de "Hermosa" me sacaron de mis pensamientos, no sé ni de donde salió. Piropo le dirá alguien, acoso callejero diré yo. Me sentí avergonzada y con ganas de vomitar. Me enervaba que ese extraño tuviera el poder de incomodarme, pero no podría contestarle ni aunque quisiera. ¿Cuánto falta para llegar? ¿Pueden ser seis cuadras una eternidad? Aceleré el paso, hasta que un vehículo paró unos metros en frente de mí.

Empecé a traspirar, es en momentos así donde hay que actuar rápido, sin embargo yo estaba paralizada. Abrí un bolsillo de mi mochila, saqué la llave de mi casa y me la puse entre los nudillos "¿¡Por qué mierda nunca compré un gas pimienta!? ¿¡Por qué no traje el cortaplumas que me regaló mi papá!?" Me gritaba a mí misma en mi mente. Es acá cuando aparece la bestia, pensé, en cualquier momento va a salir, me va a agarrar. Pero se bajó una persona, se despidió y el auto se fue, a él le perdí el rastro. Pude respirar, de nuevo, pero la cabeza ya me dolía y la llave se me resbalaba del sudor en las manos.

Faltan dos cuadras, dos cuadras y ya está. Me visualizaba a mí en mi cama, a salvo, lejos de cualquier tipo de bestia. Y ahí estaban, en la esquina, cuatro hombres, bajo la influencia de sabe quién qué sustancia, cuyos gritos se oían desde dos cuadras atrás. No podía pasar por ahí, por más cerca que estuviera. Tomé un camino más largo y oscuro, rezando que no me hubieran visto. Comenzaba a sentirme mareada, perdiéndome en la paranoia.

"A la bestia no le importa si sos linda o no, no le importa cómo vas vestida, la bestia solo quiere comer, y comerá". La imaginaba saliendo de algún rincón, arañándome con las garras que yo misma le había atribuido. Desnudándome y metiéndose en mi piel sin permiso. Despojándome de cualquier cosa que me hiciera ser yo. Estaba perdiendo el aliento y tenía calor, sin embargo no me quitaría ni una sola prenda.

Faltaban menos de diez metros para llegar mi casa, caminaba lo más rápido que mi agotado cuerpo me lo permitía. Los oía gritar, y quería llorar. Cuando estaba por entrar al garaje volteo y los miro, y ellos empiezan a caminar, lentamente, pero caminan. Finalmente tengo la puerta en frente mío, pero me tiembla tanto la mano que no logro encajar la llave en la cerradura. No abre. Intento una y otra vez con toda la violencia que mi cuerpo emana, intentando no llorar. Armándome de valor, lista para gritar si se acercan a mí, con la esperanza de que alguien me oiga. Del otro lado se encontraba mi casa, del otro lado estaba mi salvación, y se sentía irreal. Pero yo estaba sola,  en una ciudad que se encontraba dormida, y ningún recuerdo de algún lugar seguro me salvaría. Alguien esta noche me va a llevar, ya sea La Bestia, o ellos. Pero consigo abrir la puerta y me meto, dos vueltas le di. Respiro un poco de esperanza. Los escucho gritar, justo afuera de mi casa, y, de nuevo, yo sé que estoy sola. Qué enfermizo, no poder sentirse seguro ni estando dentro de tu hogar. Los imaginé, entrando, dañándome en mi propia casa. Ríen como hienas, y yo toco mi cabello húmedo de sudor. Saqué el celular lista para llamar a la policía, pero ya no oigo nada. Ni siquiera me animé a mirar por la ventana, no tuve las agallas que tenía de pequeña. Una noche más para mí y para muchas, donde el miedo se ha convertido en aliado. Una noche más pensando en lo fácil que es perderlo todo. Una mísera caminata nocturna.

Entonces lo comprendí, la bestia no era solo una, eran varios, y esa noche de abril, con diecisiete años encima, me topé con muchas de ellas. 

La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora