Axel y Mikel

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    Desde los diecisiete años Mikel y yo somos amigos, ahora con treinta y ocho trabajamos en la misma empresa, en turnos diferentes, el jefe nos caló y como en la escuela nos separaron con la misma excusa <<juntos sois una preocupación>>.

    Qué decir de las juergas, conciertos y viajes que juntos hemos hecho, las chicas de paso y las que se quedaron una temporada, todo siempre sin ataduras, pero..., en el último viaje Mikel y yo sufrimos el ataque de unos piratas.
    Ese verano compramos una experiencia que consistía en viajar durante una semana en un velero junto a ocho pasajeros desconocidos.

    En el segundo día de haber embarcado ya pareciamos una familia, pasábamos gran parte de nuestro tiempo trabajando en equipo y aprendiendo a manejarnos en aquel velero, anclabamos en lugares idílicos donde nos bañábamos con toda libertad, preparábamos desayunos, comidas y cenas, acompañadas de buenas conversaciones y manteníamos las instalaciones limpias y en orden.

    Era nuestro tercer día y seguíamos la ruta programada tal y como la contratamos, la mar tranquila, el sol a unas horas de ponerse y las diferentes tonalidades de azules que hacían difícil ver la linde entre el mar y el cielo.

    Una barcaza de aspecto ruinoso, se aproximaba perezosamente, era similar a la que puedes ver en una película sobre modernos piratas, en un principio todo parecia una escena dónde hombres de aspecto poco amigable se preparaban para abordarnos, a medida en que vislumbramos sus apariencias, el miedo se iba instalando en nuestros rostros y cuerpos, era demasiado tarde para poder huir, hubo un momento de descontrol, dónde los piratas chillaban consignas y nos amenazaban con sus fusiles de asalto, a final todos acabamos en su sucia y fría bodega.

    El cabecilla era un hombre intimidante, negro oscuro, alto y bastante musculado, con marcas en la cara de haber padecido una viruela o algo similar, de mirada penetrante, daba órdenes a sus hombres en un idioma que ninguno de nosotros supo identificar y solo cuándo se dirigia a nuestro capitán lo hacía en inglés.

    Una vez instalados en la bodega nuestro capitán nos explicó que el jefe de los asaltantes solo había preguntado por nuestras nacionalidades.
<<Seguro que para negociar el rescate con nuestro gobiernos>>, añadió.

    Pasamos gran parte del tiempo sumidos en un silencio roto por el ruido del perezoso motor y el chocar del agua de la mar contra el casco de la barcaza.

Entrada la noche comenzamos a notar la humedad y el frío de la bodega, miré a mi alrededor, cuatro chicas y cuatro chicos con ganas de pasarlo bien durante siete días, al igual que Mikel y yo habíamos acabado en una lúgubre y fría bodega.
    En ese momento todos teníamos en nuestras cabezas las mismas preguntas, acalladas por el sordo silencio de nuestras voces.

    Aunque el asalto nos pilló con la ropa puesta, el frío en la bodega se hacía patente, así que abusando de la confianza, me acerqué a Mikel buscando su calor, yo comenzaba a temblar, él me miró y me sonrió.

—Mariconadas las justas —dijo con tono socarrón.

   Sabía que era su forma de afrontar la situación, pasó su brazo por encima de mis hombros, me acurruqué sintiendo su calor corporal y bajo su cobijo de protección me dormí.                                                                                                  
Un fuerte golpe metálico nos despertó, en el marco de la puerta dos hombres negros de aspecto sucio y portando dos machetes nos miraban cómo quien busca la mejor porción.

    El machete nos señaló primero a Mikel y luego a mí, los hombres nos gritaban en su idioma y sin entender ni una sola palabra ambos seguimos sentados sin saber qué hacer, hasta que uno de ellos se agachó y cogiendo primero a Mikel y después a mí nos sacaron de aquella bodega.

Axel y MikelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora