Lluvia

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Salí con Rebeka al campo de básquet, Camil y Liz tienen un partido muy importante en unos días, hoy irán a entrenar.

- ¿Alba puedes ir a buscar algo de comer? - Me dijo Rebeka.

- Na. - Dije cansada - Ve tú.

- Vaga. - Dijo y se fue.

Me senté en las filas más cercanas al campo. Ahora estaban jugando los chicos, de repente veo entrar a alguien con el uniforme deportivo, es Jean. Él saluda y se une al juego. Da un salto y encesta la pelota, su camiseta holgada está levantada al nivel de sus pectorales !Dios, sus abdominales¡ Su torso está bien definido logrando que todo mi campo de visión se centre en él. Después de unos minutos empezó a sudar. Pequeñas gotas resbalan por su frente. Su cabello se humedece y se adhiere a los costados de su cabeza. En uno de sus movimientos me ve, él sonríe orgulloso echando su cabeza hacia atrás. Se sienta en una banqueta a limpiarse el sudor con una toalla sin quitar su vista sobre mí, poniéndome más nerviosa. Es gracioso como notó mi presencia cuando hay tantas personas a mi alrededor.

Mientras yo miro embobada a Jean, Rebeka agita su mano frente a mis ojos tratando de sacarme del trance, pero no lo logra al instante.

- Hola, Rebeka llamando a Alba - Dijo mi amiga y yo reaccioné - ¡Al fin! - Exclamó levantando sus brazos.

- Ya ya, deja el drama. - Le dije bajando sus manos.

- Es que me estabas empezando a preocupar.

- Si anjá - Dije devolviendo mi mirada
al campo.

- ¿A quién miras tanto, he? - Me dijo Rebeka chocando su codo con mi antebrazo. - Golosa. - Dijo con un tono pícaro.

- A nadie. - Le respondí sin mirarla.

- Si claro. Y yo voy a creerte. - Me dijo entre risas.

Después de un rato finalmente empezaron a practicar nuestras amigas. Sinceramente, a lo que menos le he prestado atención es al campo. Me dediqué a leer mientras las chicas jugaban, luego salí a por un aperitivo en una de las cafeterías más cercanas al campo. Vi salir a las chicas así que me acerqué a ellas con mi hamburguesa en manos, bueno, lo que queda de ella. Me despedí de ellas y salí camino a mi casa.

Veo a lo lejos a Jean platicando con algunos chicos que jugaron con él. Pienso como no cruzarme con ellos, pero no hay otra calle por la que pueda pasar.

- ¡Mierda! - Maldigo por lo bajo cuando noto que solo faltan unos pasos para llegar a donde están.

Paso por detrás de ellos desapercibida, o eso creo. De pronto se desata una tormenta de las buenas, con rayos y relámpagos, noten el sarcasmo. Corro con toda mi fuerza con la esperanza de encontrar un techo donde refugiarme. Como si Dios me escuchara aparece ante mis ojos una iglesia. Entro empapada por la lluvia. Todos me miran confundidos.

- ¿Alguien se opone a este matrimonio? - Dice el cura mirando los papeles en sus manos.

Se me acaba de ocurrir una idea súper loca. ¡Un sueño frustrado que debo cumplir!

- ¡Yo me opongo! - Dije y agarré al chico por la corbata y le robé un pequeño beso.

Si, acabo de arruinar una boda, pero son chiquilladas. A lo mejor le era infiel, vean el lado positivo.

Cuando me separo del chico noto su cara de confusión, también la de su mujer. En estos momentos lo mejor es correr por mi vida, creo que el chico piensa lo mismo. Él se queda parado mientras yo salgo enseguida de ese lugar. Corría hacia mi casa cuando me tropiezo a Jean. Está parado en medio de la calle con un cigarrillo entre sus labios, su pelo está húmedo y su camiseta un poco mojada, al parecer a él también le alcanzó la lluvia, se ve tan provocativo. Pasé por a tras de él tratando de evitarlo, pero no lo logré.

- ¡Oye flaca mala!- Gritó con su voz roca - ¿Qué haces a estas horas de la noche en la calle?

- A ti que te importa - Dije sin voltearme a verlo.

- ¿Por qué estás de mal humor? - Dijo con el ceño fruncido.

- Deja de preguntar. No eres nadie para saber lo que hago o lo que dejo de hacer. - Dije enfrentándolo y seguí caminando.

- Ey, quieta - Dijo Jean, se acercó a mí y me agarró del brazo - No he terminado de hablar contigo. - Dijo un tanto intimidante.

- ¿Desde cuándo te consideras alguien con derecho a hacer eso? - Dije mirando sus ojos cafés que lucen tan brillantes bajo la noche estrellada. - A penas te conozco.

- ¿A caso no quieres bucear en el alma de este ser novato en tu mundo? - Dijo inclinando su torso hacia mí con una sonrisa pícara y cambiando su agarre a mi cintura

- Parece ser que me he encontrado con todo un poeta - Dije riéndome. - Nos vemos mañana conejillo insoportable. - Le empujé y me fui finalmente.

Jean Estrada

Cuando oí salir de su boca ese apodo casi pego saltos de alegría. Pues tengo una extraña adicción con los conejos desde pequeño. Siempre mi acompañante animal han sido los conejos. Su esponjosidad me hace perder la cordura provocando en mí una ternura extrema. Recuerdo que a mis 9 años tuve una discusión con un niño por esa extraña adicción.

- ¡Oye, tú! - Dije tocando el hombro de un chico unos centímetros más alto que yo - ¡Suéltalo! - Grité escandalizado.

- ¿Qué harás si no te hago caso? - Dijo sosteniendo un conejito negro por las orejas - ¿Pegarme, pequeña hormiga? - Dijo el chico de forma intimidante.

- Solo suéltalo por favor - Le respondí ignorando el hiriente insulto.

- Es solo un conejo, Jean. No seas niñita. - Dijo apretando el cuello del animal y riéndose con sus amigos.

Oía al infeliz conejo gemir de dolor. Hacía que mi corazón se apretara aún más. Luchaba por no soltar un río de lágrimas, pero fue inevitable.

- ¡Que lo sueltes! - dije furioso y con voz temblorosa. Estiré mi mano sin éxito, no logré alcanzar al conejo.

- Eres un cobarde - Dijo el chico y terminó con la vida de el animalito.

Corrí hacia el difunto conejo. Lo agarré en mis brazos y lo pegué a mi pecho mientras lloraba desconsolado.

La humanidad puede ser tan desagradable

Los ojos de Alba me recuerdan a los de un conejo, son grandes he inquietos. Su mirada es tan profunda que a veces siento que me escanea hasta el alma. No sé cómo con tan solo unas palabras crea todo un caos en mí. Alba me atrae a su mundo como un agujero negro, solo que el agujero está lleno de color, aromas suaves y literatura. Parece como si caminara por los alrededores de un jardín como los de las películas, de fantasía.

Siento una gran confusión. Nunca me he sentido algo así por nadie. Espero que ella me deje conocerla más. Saber la anécdota más graciosa y loca hasta el secreto más oscuro que guarda en su alma. Quiero su presencia cerca de mí todo el tiempo y con eso es suficiente.

                            ...

Me asomé al balcón de mi cuarto y empecé a repasar todo el día, riéndome de algunos momentos. Recordé los pocos minutos que pasé con Jean, ese chico es tan misterioso y raro que no sé cuántas veces he dicho lo mismo. Él me recuerda a alguien. Mi vecino, un chico que era idéntico a él. Nunca hablamos, era bastante solitario y no salía de su cuarto. Se pasaba todo el día con su telescopio mirando los alrededores y escribiendo en su libreta quien sabe que cosas. No supe su nombre, ni su edad. Simplemente era como un vecino fantasma. Sus padres viajaban bastante, ellos eran amigos de mis padres. Fue raro que nunca hablara con aquel niño. A mí me parecía lindo. Soñaba con tener una amistad con él, pero no lo logré.

En las calles oscuras y siniestras de la noche se escucha el grito de un niño. Por la esquina de mi casa vi pasar a una mujer con el que creo que es su hijo. La mujer le grita con fuerza, lágrimas se deslizan por sus mejillas. La mujer y el niño compiten por ver cuál de sus gritos es más escandaloso y exasperante. La desesperación de ambos es mi entretenimiento ahora. La mujer empieza a dar vueltas sin rumbo, se coge de los pelos y grita, grita obscenidades al viento fugaz como tratando de tranquilizarse.

El niño sigue su llanto desconsolado que es cada vez más alto. La mujer finalmente está calmada y se va con el niño que de repente dejó de llorar. Las calles vuelven a estar desalojadas y mi sueño empieza a dominarme.

Art Brut ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora