El dolor de la esperanza

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Ya muy tarde por la noche, el capitán y su comandante revisaban el papeleo: Cartas que enviar, informes que redactar y actas de defunción que sellar.

Erwin escribía con aquella pluma especial de tinta negra las fallas de la misión, y con ella, los nombres de los soldados caídos, muertos en batalla contra la titán hembra.

Escuchó un sorbo de té a un costado del escritorio, pero no levantó la mirada. —–¿No está frío? –—Preguntó antes de bostezar, aún enfocado en los nombres de sus cadetes caídos.

—– Pruébalo tú mismo. –—El capitán le dejó una taza con té caliente sobre el escritorio y se cruzó de brazos. —– Estás tan distraído que no me viste salir, casi me caigo con este maldito vendaje.

–— Deberías quitarte el arnés y dejar que Hange te atienda adecuadamente. —–Le hizo un movimiento con la mano, como si le estuviese echando de la oficina.

Levi bufó ante el gesto y lo ignoró, tomando otro sorbo del té.

El rubio se percató de esto y suspiró. Tragó saliva con pesadez y se talló el párpado derecho. –— Lo siento. Estoy cansado. –—Se peinó los cabellos y posteriormente se tocó la frente con la yema del índice. –— En lo único que puedo pensar es... en un futuro fuera de las murallas. —–Musitó al ver al menor. —– Contigo.

El petiso resopló, pues se estremeció un poco al escuchar esas palabras. Apretó los puños y se acercó al mayor a paso lento. —– No seas incrédulo. –—Lo pensó un poco. —– No podemos idealizar algo así. –—Posó la palma sobre el hombro ajeno y le brindó un suave apretón. Quiso convencerlo, e igualmente, convencerse a si mismo, para no dejarse cegar por una imágen tan ambiciosa como esa.

El rubio bostezó, recibió la taza y después de un trago continuó escribiendo. Levi tenía un punto pero, simplemente, no podía aceptar la derrota de su meta por el cansancio. No cuando estaba tan cerca de descubrir la verdad.

Aún cuando el té se enfriara entre sus manos, sus párpados callesen poco a poco por el peso de las responsabilidades y la tinta manchara su nombre, aún así, y en sus sueños más profundos, se vería triunfante cumpliendo con su propósito y descubriendo su gran deseo.

—– ¿Erwin? —–El petiso inclinó la cabeza, para ver el rostro del mayor. —–"Vaya" –—Pensó. —– "El bastardo se quedó dormido". —–Retiró la taza y recogió la pluma, la cual, ya había manchado aquella firma fresca de su comandante. —– Tch... —–Soltó por lo bajo al ver ese pequeño desastre.
Guardó los papeles a un costado y observó nuevamente al hombre. Si tan sólo fuera un poco, sólo un poco más fuerte y alto, podría cargarlo hasta la cama... Pero ese no era el caso.

Miró que la puerta estuviese cerrada y acercó la mano hacia esos rubios cabellos. Con su índice tocó un poco las puntas y removió un mechón, colocándolo detrás de la oreja. Pudo sentir cómo su corazón se aceleró poco a poquito y le llenó el pecho con una sensación calentita. Suspiró, y con los nudillos, le acarició el pómulo suavemente hasta llegar al mentón. Frunció el entrecejo, enternecido por sentir la piel de ese rostro. Se inclinó, y con las emociones acumuladas en su garganta, le depositó un beso sobre aquellas caricias, sellando su marca invisible.

Levi sabía que a toda persona y niño se le había enseñado que el amor provenía de cualquiera y podía ser, igualmente, recibido por cualquiera, pero... ¿Sería acaso castigado el amor entre dos hombres? O puesto en mejor termino: ¿Un comandante y su capitán?
Sintió un hueco en el estómago ante esa pregunta e inmediatamente se apartó. Tal vez estaba siendo un hombre crédulo al pensar que alguna vez podrían cumplir con su deber y terminarían envejeciendo lado a lado.

Tomó su silla con cuidado y la acercó al escritorio, para sentarse y acompañar al viejo. Se aseguró de que el vendaje de su pierna siguiese firme, y se puso cómodo, cruzándose de brazos como bien sabía. Se removió un poquito, y después de unos minutos observando el rostro ajeno en silencio, se quedó dormido.

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