El comienzo.

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Era un día soleado.

Perfecto para permanecer en casa jugando Nintendo.

Pese a las fundamentadas súplicas de Jonathan, mamá insistía en acudir a la fiesta celebrada en honor de los pequeños, que se graduaban del preescolar para pasar a la primaria.

-¡Bah!, ¡pero mamá!, ¡es injudsto! - el pequeño cruzaba los brazos queriendo mostrarse enojado, pero no conseguía sino dar ternura -¿podqué tengo que ir con todos esos niños feos? - miró al piso y pataleó, no quería ir, no quería no quería no quería...

 -Jonhy, vamos cariño...estarán todos tus compañeritos, ¡verás que te divertirás mucho!, ¿si?

Levantó la vista del suelo para mirar enojado a mami, mientras sacudía la cabeza con decisión.

 -Y además...una de las mamás me ha dicho que habrá tarta...

Estas palabras surtieron el efecto esperado por la mamá: el pequeño levantó la mirada con una sonrisa expectante.

-¿De chocolate?

Su madre sonrío.

 -De chocolate con chispas.

-¡Si! - olvidándose de su "enojo", el niño se movió de su lugar y subió corriendo las escaleras hasta su habitación. -¡Me pondré mi ropa de la suerte!

Su madre sonreía desde la barra de la cocina.

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 -¡Vamos, Sherwin, tienes que convivir con los demás niños en algún momento!

 -Me dan meyo...

Inútilmente, la mamá del pequeño pecoso trataba de que su hijo se integrase a los juegos de los otros pequeños.

Sherwin era un niño muy tímido, y pese a los esfuerzos de sus padres, de sus maestros, de sus abuelos e incluso de la psicóloga del colegio, no conseguían que el pequeño entablara plática con alguien, ni siquiera una sonrisa.

Solía sentarse solo en el pupitre, colocaba su mochilita azul en la silla de a lado, para que así nadie se sentara con él.

Su mamá suspiró.

 -¡Mira Sher, son esas pelotas que tanto te gustan!

El niño levantó la vista desde la silla en que estaba, escondido, por si los demás niños querían acercarse a hablarle.

Sherwin amaba esas pelotas saltarinas, en verdad, las adoraba. 

Cada año consecutivo pedía a Santa Claus una de esas, y una ocasión, el anhelado juguete llegó a su casa.

Lamentablemente, el gusto le duró poco pues, de tanto que le gustaba saltar con ella por toda la casa, no se fijaba en el suelo nunca, y una ocasión prendó un clavo que se le cayó a papá mientras arreglaba un cuadro de la casa.

El pequeño abrió los ojos de la emoción.

Realmente quería una de esas pelotas pero, tendría que pedirla, y la señora, por más amable que mamá dijera que sería, era aterradora.

No, no era capaz de pronunciar las palabras para pedir el juguete.

No, definitivamente no.

Ni siquiera podría acercarse, su cuerpo estaba rígido, y las palmas le empezaban a sudar.

Mamá lo miró de reojo.

 -Bueno...supongo que tendrás que ver como los demás niños juegan en sus pe...

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