III

296 35 1
                                    

2022 

Mi rata de laboratorio. 

La música es buena, lamentablemente el volumen no. Y esto es lo que pasa cuando dejo de ir a fiestas nocturnas por largo tiempo, pienso mientras intento hacerme lugar entre la masa de personas que se aglomeran alrededor de la barra.   

La pista, a oscuras excepto por las luces estroboscópicas que me hacen marear, también está repleta. No logro reconocer rostros, solo cuerpos moviéndose frenéticamente al son de una canción vieja recreada por algún DJ. Con un suave empujón desde atrás, logro liberarme de los cuerpos apretujados alrededor y quedo aplastado contra la barra. Al menos llegué, intento conformarme.  

—¿Estás bien? —la voz de Jungkook me recuerda que no estoy solo.  

Siento su mano posarse en mi espalda, como si con ese gesto me protegiera de la multitud.   

—Sí —digo al mismo tiempo que asiento. Mi voz apenas se escucha a través de la música—. Al parecer, desde que decidí dejar de salir a bailar, todo Weakland decidió salir a divertirse —murmuro señalando a mi alrededor con una mueca incrédula.  

—No suele estar tan lleno —responde Jeon-soy-el-rey-de las-fiestas-Jungkook como explicación a mi comentario—. Pero hoy toca Stigma.   

—Ahora todo tiene sentido —susurro, aunque dudo que él me escuche.   

Stigma es una banda local, aunque ha ganado varios seguidores en las ciudades vecinas. En los últimos meses se ha hecho popular, no solo por sus canciones -que en realidad son buenas- sino por sus integrantes. Son tres chicos veinteañeros con pinta de rockeros despreocupados y con un talento increíble, aunque claro, tienen fama de ser chicos malos. Justo lo que necesito. Pero, ¡vamos!, ¿un integrante de Stigma ayudándome a hacer un trabajo universitario? Me doy un golpe mental en la frente y suspiro. Estoy aquí con Jungkook, él obligándome a romper mi rutina, y yo sigo pensando en mi proyecto sobre la personalidad masculina.   

—Un whisky para mí —escucho decir a mi amigo en dirección al bartender—. ¿Tú? —indaga.   

—Un Coca de cereza —respondo de inmediato.    

La sonrisa burlesca de Jeon me hace sentir infantil. Sé quedebería estar pidiendo algo con alcohol, como haría cualquier persona en mi lugar. Y lo hubiera hecho si no tuviera malas experiencias con la bebida. Aunque lo cierto es que, con mi edad, no debería estar siquiera dentro de un bar.   

ilegal, ilegal, ilegal.   

La palabra se filtra a mi cerebro desde todos lados y, en cierto modo, me siento incómodo. Pero no me quejo, la mayoría de mis compañeros tendrían que falsificar sus documentos para entrar aquí. Afortunadamente, o quizá no, ser amigo de Jungkook tiene sus beneficios. Él, con sus veintiún años y siendo mejor amigo de Yugyeom (el guardia del lugar) tiene el privilegio de hacerme pasar sin siquiera recibir una mirada de reproche por parte de los demás. Si tuviese que hacer un balance, en general es bueno tener un amigo casi tres años más grande que yo; él tiene una idea formada de lo que quiere para su futuro, contrario a los chicos de mi edad, puede ir a fiestas sin preocuparse porque lo saquen a la rastra, y tiene trabajo, por lo que cuando salimos a cenar o a hacer algo, él es quien paga. Y dejo que lo haga. ¡Vamos! Para eso están los amigos, ¿no?  

—Corre por mi cuenta —dice en cuanto me entregan mi Coca.  

—Lo sé —sonrío, divertido por la sintonía de la realidad con mis pensamientos.   

Largos minutos pasan antes de que se ilumine un escenario en la esquina más alejada de la barra y comiencen a oírse silbidos y un que otro grito de alguna chica, llamando a alguno de los tres integrantes de Stigma. Sé que lo próximo que oiré será la batería marcando el un, dos, tres para comenzar. Y así es.  

«U.T.S.E.C.M» JJK • KSJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora