𝐕𝐈. LO QUE PASÓ TRESCIENTOS AÑOS ATRÁS

364 43 11
                                    

1660. Londres, Inglaterra

Esmeralda tenía, de nuevo, las manos manchadas de tierra y las uñas asquerosas por revolver entre tanta suciedad. Sin embargo, con suma tranquilidad, avanzaba por las siempre abarrotadas calles de Londres, sonriéndoles a cada ciudadano reconocido. Todos conocían a la dulce muchacha que usualmente estaba atendiendo a los enfermos. Algunas lenguas, aquellas desagradecidas y crueles, mascullaban que había estado curándolos mediante brujería, aunque ningún rumor parecía escandalizar a la hermosa joven.

Solían acudir muchos enfermos a ella, sanados por hierbas medicinales, hallando salvación entre tantas dolencias terrenales. Esmeralda era de naturaleza amable y bondadosa. No había hallado esposo aún, algo sumamente extraño, aunque corrían rumores de que estaba muy enamorada de algún aristócrata, un amor prohibido.

— Buenos días.

— Carlisle —sonrió—, buenos días. ¿No estabas con tu padre? Oí seriamente que hubo actos paganos en las afueras.

— Estoy seguro de que puede arreglárselas sin mí.

— Si tú lo dices. ¿Necesitas algo?

Había situado el libro sobre una mesa. Él no perdió tiempo acercándose hacia ella, sonriéndole, extendiendo amenamente sus manos, manifestando cuán nervioso estaba.

— ¡Bastarda demoniaca! —saludó un joven.

Esmeralda suspiró, ignorándolos.

— ¡No te acerques a ella, Carlisle! —dijo otro joven—. Las brujas bastardas son realmente asquerosas. Tendrás una descendencia asquerosamente amorfa. ¡Toma consciencia!

Todos sabían que Esmeralda, esa joven bondadosa y amable, era vil producto de la clandestina fornicación entre un aristócrata importante conjunto a su sirvienta, quien murió en el parto. Era una bastarda ilegítima. Solía escuchar incontables veces cómo los jóvenes más ricos, hermosos e impetuosos se referían a ella como «bruja bastarda» o algunas ocasiones como «bastarda demoniaca». Los habitantes nunca presenciaron que ella pelease contra tales ofensas.

Carlisle sonrió, ignorando tales comentarios ofensivos, y avanzó hasta ella, tomando sus sucias manos entre las propias, importándole poco regresar mugriento a casa. Esmeralda siempre olía muy bien; a tierra, a flores recién cortadas. Olía a esperanza. Olía a salvación.

La muchacha sonrió.

— ¿Pasa algo?

— Esmeralda —llamó—, cuando tengas la intención de casarte...

Sin embargo, lo siguiente que oyeron fue una estampida de caballos, acompañado por gritos atroces y exclamaciones. Lo que parecían ser desgarradoras oraciones en latín. Carlisle reconoció inmediatamente la exhausta voz de su padre, un pastor anglicano, ordenándoles a todos apartarse si no querían sufrir consecuencias devastadoras.

— ¡Aléjate de ella, hijo mío! —gritó.

— Padre, ¿qué está pasando? —Carlisle no entendía.

Los hombres más próximos apartaron bruscamente a Carlisle, mientras forcejeaba exigiendo respuestas y buscando liberarse. Esmeralda tuvo rápidamente la misma suerte, pero tales hombres terminaron echándola contra el suelo, provocándole golpes terribles.

— ¡Apártate, demonio! ¡Criatura impura! —el pastor levantó una cruz, pretendiendo que ella terminaría retrocediendo; por supuesto, yaciendo en el suelo contra su voluntad, nada aconteció—. Bruja demoniaca, ¿cómo te atreves a desobedecer a Dios? ¡Criatura impura! ¡Una asquerosa serpiente entre las ovejas! ¡Bruja!

𝐏𝐚𝐧𝐝æ𝐦𝐨𝐧𝐢𝐮𝐦 | 𝐂𝐚𝐫𝐥𝐢𝐬𝐥𝐞 𝐂𝐮𝐥𝐥𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora