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—Esa podrías ser tú.

Oyó una voz masculina hablándole a sus espaldas. Llena de reproche. Enfadado. Mandando al carajo la tranquilidad de las calles de Shibuya a pensar de ser tan bulliciosas como todos los días. Aquel hombre podría ser, si le preguntaban, su entrenador personal. Un sujeto que voluntariamente se encargó de entrenarla en la disciplina del Taekowndo llenándole los oídos de bellas historias que en la actualidad solo veía como meras mentiras que se creyó como una tonta a la edad de siete años.

Una década de eso, tal vez.

—Podríamos estar ahí justo ahora, en ese torneo —reclamó una vez más sin darse cuenta de que lo ignoraba al seguir su camino de regreso a casa.

¿Por qué había decidido salir con él? Tenía muy en claro que debía mantener distancia con ese hombre si no quería salir más perjudicada de lo que ya estaba, incluyendo diez años de su vida invertidos en un deporte que debía amar y no ver como un jodido martirio para cumplir expectativas que ni ella misma tenía. No negaría que desde el inicio le pareció bonito. Que le agradaba la idea de llegar hasta el límite del cansancio solo para creer que sería la mejor. Y quizá si lo fue, pero no en el momento correcto.

—Pero se te ocurrió cagarla, como siempre —zanjó el hombre dejando de ver aquel cartel que anunciaba el nuevo torneo a nivel nacional.

Y quizá, para ese momento, luego de ver su reflejo en el ventanal de un establecimiento de comida, recordó que regresaba de la preparatoria, de una junta con el profesor y los tutores. Eso explicaba que su tío, aquel hombre que caminaba detrás de ella, y su tutor, le reprochara sin medida tantas cosas que ni ella misma se proponía lograr desde hacía un par de años.

—Aunque, bueno —oyó su molesta voz de nuevo—, quizá este tiempo libre te sirva para practicar más y mejorar.

Quizá se resignó a verle el lado positivo a la situación y a ella solo le quedó rodar los ojos fastidiada por escucharlo parlotear. Hubiera preferido llamar a sus padres para que fueran a esa jodida junta, pero no estaba en sus posibilidades hacerlo si la notificación llegó a manos de Shon Kusanagi, su jodido entrenador y, por desgracia, su tío. Él se había convertido en su tutor legal cuando, cegada por su deseo de practicar aquel deporte que sonaba tan genial, aceptó. Y hasta entonces se dijo que hubiera escuchado las opiniones de sus padres; así se hubiera permitido tener una mejor infancia y tal vez su convivencia con el mundo exterior fuera la mejor, creyendo que podría tener amigos y no rivales de por vida con desconocidos.

Sin embargo, ya no podría arrepentirse. Qué más daba hacerlo si tan solo le faltaba poco menos de un año para ser mayor de edad y tomar sus propias decisiones. Podría esperar un poco más. Podría soportarlo un poco más si es que no enloquecía antes... y tal vez, podría regresar a casa de sus padres con mayor libertad sin tener que estar atenta al teléfono para recibir una llamada de su tío.

Faltaba poco.

Eso no se comparaba con los casi diez años que había estado bajo su cuidado ¿Qué podrían ser algunos meses más?

Tal vez eso pensó estando bajo la calma y tranquilidad de su habitación y los días de escuela, pero teniéndolo detrás de ella recalcándole errores de los que no sabía si sentirse culpable o no, colmaban su paciencia. Y quizá, estando cautiva entre las cuatro grandes paredes del gimnasio que tenía Shon a su cargo, aprendió a defenderse de él mismo cuando tenían un combate de práctica sumando un mísero punto positivo a vivir con él, pues así no dependería de nadie si se metía en problemas, aunque era contraproducente que ella, en ocasiones, creara los incidentes como un grito silencioso para que le dejara regresar con sus padres, sin éxito alguno.

Asistente Blue LockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora