Capítulo único

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— ¿Sabes por qué estás aquí? — Preguntó frialdad. Él se encogió en si mismo con la cabeza gacha. El calor está intenso, quemaba sus pies y ardía su alma. No podía morir, pero se lastimaba, lo sentía y lo sufría. Alzó la mirada encarando a el hombre que esperaba su respuesta. Ojos verdes oscuros y siniestro, mirada acusadora y severa.
Un olor a amoníaco y formol que fácilmente podía derretir sus pulmones.

— Porque mate a alguien — Contestó sumiso, inexpresivo. Él asintió. Se levantó de su sintió y caminó hasta él, con cautela, sin prisa, casi desesperante. Todo se sentía tan frío como el invierno, y tan muerto como un cementerio. Alaridos de clemencia, gritos de sufrimiento, voces demoníacas y un montón oscuridad. Ni siquiera sabía cómo podía distinguir al ser que caminaba hasta él en las penumbras, se detenía en algún lugar y después retomaba su caminata.

— ¿Y por qué mataste esa persona? — Interrogó deteniéndose frente a él. Era alto y detonaba poder por todas las facciones de su rostro.

— No lo sé... — Contestó sin un apice de emoción, como si fuera una máquina controlada. Sus manos temblaban y sus palmas transpiraban agua fría.

— ¿Sabes qué estás condenado al abismo? — Él asintió respirando hondo, aunque no lo sentía, en realidad, no sentía nada. Solamente un vacío en su interior, su piel blanca y amarillenta, sin sangre, sin vida, como un cadáver. — Recibirás cien azotes en la espalda con un látigo ardiendo en lava

Era su condena, era su destino y no podía oponerse. Ya no tenía poder sobre sí mismo, no tenía autoridad para decidir lo que quería. Ahora sólo era un alma reclamada, con una carcasa podrida en el mundo terrenal.

Ni siquiera aceptó, solamente se dejó hacer. Dejó que convirtieran su cuerpo en brumas y tinieblas, que lo llevarán a un paraíso muerto.

Una brisa fría atacó su cuerpo, casi paralizado sus extremidades, pero una caliente lava quemaba sus pies, destrozado su piel, dejándola en los huesos y después estos volvían a restaurarse para volver a quemarse. Era un círculo vicioso donde el dolor agonizante no acaba.

— Desnúdate — Demandó el hombre.

Atacó la orden como si fuera una máquina automática. Sus manos se movieron hacia cada parte de la ropa, despojándose de ella. La fría y siniestra mirada estaba sobre él, siguiendo cada uno de sus movimientos sin inmutarse, sin perderse el mínimo detalle. Su cuerpo desnudo quedó expuesto. Ni siquiera le molestaba, ni siquiera sentía el pudor. Solamente estaba ahí, parado, mirándolo con unos ojos vacíos y muertos.

— Date la vuelta y agáchate, que tu espalda quedé completamente a mí merced — Dictaba cada orden con su voz ronca y autoritaria. Casi era imposible negarse. Era como si aquello fuera un control.

Sus rodillas impactaron con el suelo duro y caliente, las quemaba y las destrozaba. Incluso olía su propia carne. Lo escuchó caminar, lo escuchaba susurrar algo en un idioma desconocido, unas frases incoherentes que hizo que su espalda se curvara dolorosamente. Soltó un grito ahogado ¿Por qué sentía tanto dolor si sólo era un alma sin cuerpo?

— Desde ahora, yo decido sobre tí, no tienes derecho a hablar, ni a gritar, no tienes derecho a sentir, ni tampoco ir a ningún lado si no te lo permito. Te quedarás aquí por la eternidad, sufriendo, pidiéndole a Dios que te perdone y te lleve al cielo. Tu alma es mía, yo la reclamé y ahora la marcaré — Un azote fue parar a su piel, desgarrando, quemado, marcando. Soltó un alarido de dolor, curvando la espalda. — Te dije que no gritaras, ni sintieras. Obedece perra

Otro azote más fue a parar a su piel. Sentía, pero se quedaba quieto. Tampoco gritaba, y era una tortura. Lloraba, y agradecía estar de espaldas para que no lo viera.

𝐈𝐧𝐟𝐫𝐚𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨 [+18 gay] ᴮⁱⁿʷᵒᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora