Chapter two

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"Puedes cerrar los ojos a la realidad pero no a los recuerdos"

                       Libros abiertos y cerrados se encontraban regados por todo el escritorio de esa habitación de niña, audífonos reproduciendo la misma melodía relajante una y otra vez, lapiceros por doquier, ella, sentada en medio de ese volcán educativo, sin percatarse de la mirada tras de si; no fue hasta que sintió unas manos alrededor de sus párpados que se dió cuenta de que no estaba sola en sus apocentos.

Comenta, entre confundida y aliviada,—¿Bree?— su salvación a los estudios creía haber llegado, no era secreto entre las dos amigas que álgebra no se le daba para nada bien

—Incorrecto, prueba otra vez— con tono divertido comenta la persona a sus espaldas.

—¿¡¡Addi!!?— exaltada se levanta de un salto, golpeando con su cabeza junto a la de la antes mencionada.

La alegría se notaba en su voz, sus ojos se cristalizan ante el reencuentro con su mejor amiga de la infancia.

—Ara, tengo tanto que contarte— Chilla una peli-azul, con voz soñadora y mirada alegre.

Un pequeño flash back pasa por la mente de ambas, casi cómo si sus pensamientos estuvieran conectados.

Dos niñas jugaban alegremente en el patio de la casa de la mayor, la alegría desterraba en el aire, sus muñecas perfectamente vestidas, de colores claros, pareciendo una copia de cada dueña.

Una pareja de enamorados, observaba con tristeza a las dos pequeñas, desde el umbral de la puerta, cada uno, con un pensamiento distinto, tristeza, pues sería la última vez que verían a la niña, felicidad, porque estaría en el lugar al que pertenecía. Una inquietud típica de padres preocupados.

Las pequeñas se sientan sobre la manta tirada en el césped, soñando con su futuro, la menor, toda ilusionada, mientras que su contraria traía un nudo en la garganta, por no poder decirle a la que era cómo su hermana, que tendría que irse, ese mismo día, que sería la última vez que la vería, que volverían a jugar juntas, y por un momento se replanteó la idea de quedarse.

Las lágrimas brotaban de sus ojos cuando comenzaron a recordar viejos tiempos, recuerdos tristes y felices pasaban por sus mentes, hablaban cómo si no hubiera mañana, cómo si no fueran más de las doce de la noche, cómo si su madre, no las hubiera mandado a dormir hacía horas. Hablaban por todas esas veces que se habían extrañado, por las ocasiones en las que habían necesitado una de la otra.

Cómo si todos esos años que habían transcurrido, sólo hubiera servido para fortalecer su vínculo de hermanas. Si. Porque eso era lo que sentían una por la otra, una hermandad, capás de romper cualquier tipo de distancias, algo que no se rompería por muchos años que pasaran.

Cuando ya eran más de las tres de la mañana, las dos adolecentes habían decidido dormir aunque sea unas horas para el próximo día de clases. Pero de la mente de la rubia no salía lo que Addi le había confesado rato atrás.

Hacía unas horas habían tocado las campanas que daban las doce de la noche. Tres adultos se encaminaban junto a la hija de la pareja, la cuál iba plácidamente dormida en los brazos de su padre, hacia la frontera del pueblo, lo cual conectaba al bosque.

Un poco más lejos, se encontraban algunos hombres, con apariencias extrañas, aguardando a la familia. Ya se acercaba la hora, intentaron no llorar mientras la pequeña se espabilaba luego de ser despertada. Despedirse de una hija no es fácil, menos cuando es la única. Ella miraba a todo muy confundida, porque luego de despedirse de sus padres y madrina, al seguir a esos hombres, había llegado a un lugar muy diferente al que estaba acostumbrada.

Ahí, se encontraban extraños por las calles, parejas con hijos, adolecentes he incluso ancianos, paseando a pesar de la hora que era. Pronto llegaron a su casa de residencia. De dónde salió una mujer peli-verde. Se presentó como Aisha, y luego de despedirse de las personas que la acompañaban, indicó a la pequeña su habitación, en el transcurso de recorrido, ella le explicaba todo sobre su nueva vida, sobre Ciudad Zombie. A la vez que respondia a las dudas de la pequeña, he intentaba saber más de su vida.

Ella le contaba sobre su mejor amiga. El cómo era vivir en Seabrook. Comentaba sobre el froyo, y lo mucho que le gustaba el de vainilla. Luego habló sobre sus miedos al mudarse a un lugar completamente diferente a su comunidad. Y mientras le contaba sus inseguridades, la pequeña quedó dormida entre los brazos de la anciana.

El sonido que indicaba el final de la clase hizo que despertara de su ensoñación. La noche anterior no había pegado el ojo, y los efectos estaban haciendo acto de presencia desde el mediodía.

Caminaba por los pasillos revisando los apuntes que más urgente requería. Atravesó la puerta de cristal cuando escucho cómo sus auriculares eran arrebatos de sus orejas, y a lo lejos se escuchaba como gritaban su nombre. Ni más ni menos que Addison, Bree, y el chico presumido. El cuál, iba a su paso, mientras las dos chicas llegaban a su lugar.

—Iremos a por unos froyos. ¿Te apuntas?— Fue Bree, la que preguntó. Amablemente ella rechazo su propuesta, argumentando que estaba cansada, puesto que no había podido dormir toda la noches a lo que Addi corroboró, dejándola libre de una tarde aún más cansada.

Pero cuando llegó a su casa, lo menos que hizo fue descansar.

En medio de la oscuridad, el barullo de gente, los gritos y alaridos, que le parecían lejanos en ese entonces. Lo único que se distinguía era la suave melodía, que parecía estar hecha para que la escuchará sólo ella. Y unos ojos de un verde intenso, contrastaban con las luces, mientras que las voces comenzaban a tener sentido, "Recuérdame" fue lo único que pudo deducir sobre el bullicio, que volvía a dar inicio, causando que perdiera de vista al chico con los ojos esmeralda.

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2023 ⏰

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Paradise (A-lan x Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora