Reseña 5

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Ya entrada la madrugada, Agobart llegó a su hogar, abrió la puerta, cauteloso; no había nadie, solo le llegó el exquisito aroma de comida que desprendía la cocina. Entró cerrando con llave y decidió ver qué había hecho ahora esa chica gato en su cocina; ¡cuál fue su sorpresa al no ver a nadie allí! Solo una olla llena de pescado en cubos, con una salsa que se veía apetitosa. Antes de molestarse de nuevo decidió probar un poco, tomó algo de esa salsa con un dedo y degustó: estaba bastante sabrosa, ya no recordaba la última vez que había comido algo «decente» y que lo disfrutara. Estaba decidido a servirse un poco cuando oyó ruidos que provenían de la alcoba de Ametz, parecían risas. Al no ver a Claude en la sala se dio cuenta que estaban divirtiéndose juntos, por lo que decidió ir a ver.

—¡Ni hablar! ¡Deja de reír, Claude! —exclamaba Ametz, completamente sonrojada y sosteniendo en las manos una falda que era tan corta que parecía cinturón, negro brillante.

—Perdona, perdona, pero deberías ver tu cara. ¡Es divertida! —decía Claude, entre carcajadas, tumbado en el suelo y agarrándose su estómago.

—¿Cómo piensan, Haru y ese sujeto, que me pondré esto? Es... es... ¡demasiado horrible y provocativa! ¡Parece ropa de... de...! —no acabó su frase. Botó adentro la prenda y tomó la caja con ambas manos, levantándola con fuerza para aventarla contra la puerta, furiosa.

Cuál fue su desgracia que, en cuanto la aventó, no se dio cuenta que Agobart abría la puerta en ese instante, provocando que la caja le diera de lleno en la cara, tumbándolo en el suelo, cubierto de arriba a abajo con faldas, blusas muy escotadas y más ropa descarada.

¡Miau! —maulló Ametz, temblando horrorizada.

Ahora estaba segura de que la matarían, no estaba Alaric ni nadie que la defendiera, sin contar el terrible humor que había mostrado Agobart en la tarde. Temblando aún, se ocultó tras la cama, viendo cómo Agobart se levantaba del suelo con una marca roja en su rostro, donde había dado de lleno la caja. Se tocó su nariz y vio furioso a Ametz; Claude por su parte ya tenía puesta la venda en los ojos y seguía en cuclillas, sin moverse de su sitio.

—Esto... es... inaceptable —comenzó a decir Agobart mientras se acercaba a Ametz, lentamente.

—¡Espera! ¡Fue un accidente! No escuché cuando llegaste, perdona, perdona, en serio, no fue mi intención —se excusaba Ametz, acercándose al rincón de la habitación, intentando alejarse del acoso de Agobart—. Debes creerme, yo no querría golpearte sabiendo que eres un asesino y que estabas de mal humor... ¡espera! —gritó encogiéndose y cubriéndose con sus brazos en cuanto tuvo a Agobart frente a ella.

Él tomó uno de los brazos de la chica, obligándola a ponerse de pie. Ametz, sin pensarlo bien, arañó su mano, dejándole tres marcas en el dorso de la mano izquierda, que inmediatamente comenzaron a sangrar. Agobart gritó y la soltó, pero Ametz estaba decidida a no correr más, se quedó plantada frente a él con la mirada más furiosa de la que fue capaz de mostrar, mientras esperaba la reacción de Agobart, que veía su mano y luego a ella, fúrico.

—¿Cómo te atreves, maldita? —reclamó, tomándola del cuello con una de sus manos, Ametz no cedió ni se movió.

—Si vas a matarme, hazlo de una vez, desde que estoy aquí, estoy completamente consciente de lo que puede pasarme al estar rodeada de todos ustedes —Agobart tomó la barbilla de la gatita agresivamente, pero ella siguió hablando—. Solo que esta vez me escucharás: ya no te tengo miedo, ni a la muerte, y tú me das lástima, mucha; te crees malvado y el gran asesino de todos los tiempos —Agobart la apretó con más fuerza, obligándola a quejarse, pero estaba decidida a seguir. Si iba a morir, tenía que desahogarse—, aunque, la verdad, es que te sientes solo, demasiado solo como para afrontar a tus propios amigos, quieres creer que todos te traicionarán en algún momento y no es así. Alaric sacrifica muchas cosas por ti, te aseguro que ha evitado muchas veces que tu jefe te mate al ser tan acelerado y no querer seguir sus órdenes, siempre está ahí para apoyarte; Haru tiene razón, eres terrible con ellos. A pesar de ser asesinos se apoyan demasiado y el único que no se da cuenta eres tú... ¡auch! —se quejó al notar que Agobart apretaba más su pobre quijada, completamente enfadado—. Claude lo notó desde que llegó, gracias a él también lo noté, son como... tu familia, ¡date cuenta y deja de ser un completo hablador! ¡Miau! —Agobart había sacado la pequeña navaja y amenazaba la yugular de Ametz, observándola directamente a los ojos, más que enfurecido.

Agobart Doom CatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora