La noche Lovito

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Después de un rato llegaron a la casa de Arturo. Una vez cerrada la puerta él se lanzó a los labios de Lola con una pasión indescriptible y ella obviamente no puso resistencia.
Sin más, se dirigieron a la habitación, como pudieron subieron las escaleras, el deseo era tanto que los estaba volviendo torpes.
Entraron a la habitación y Arturo calmó un poco su deseo, quería hacerle el amor pero tampoco quería ser tosco, al contrario, quería ser lo más amoroso posible para dejarle en claro a su mujer que era lo más valioso que tenía.
Lola se dio cuenta y le preguntó.

L: ¿Todo bien? Dijo confundida.

A: Sí, es solo que me estaba ganando el deseo y no quiero ser brusco ni lastimarte -dijo un tanto apenado-.

L: (ella sonrió) mi amor, ningún hombre me había tratado como tú, jamás me has lastimado, eres un caballero en toda la extensión de la palabra.

Y sin más que agregar, esta vez Lola tomó la iniciativa, empezó a besarlo muy lentamente, no llevaban prisa, tenían toda la noche para amarse.
Arturo le siguió el juego, postró sus manos en su cintura y la pegó junto a él, buscó el final de su blusa para empezar a desvestirla. Ella también hizo lo propio, empezó a desabotonar la camisa de él, Arturo empezaba a jugar con su cuello dándole besos suaves, para este punto, la temperatura entre ambos cuerpos empezaba a elevarse.

Él buscó desabrochar el brasier de Lola y lo consiguió rápidamente, se sorprendió de su agilidad, ella empezaba a buscar con desesperación el cinturón de él para estar iguales. Arturo procedió con el pantalón de ella, bajó el cierre y lo quitó con delicadeza como si se tratase de cuidar algo muy fino.

Una vez que estaban desnudos, muy despacio el la llevó a la cama, ahí siguió besándola pero al mismo tiempo recorriendo la ejemplar figura de Lola, dejó sus labios y fue dejando besos húmedos en su cuello, ahí se encontró con unos pechos maravillosos que lo volvían loco.
Empezó a masajearlos muy suavemente para después empezar a tomar uno por uno con su boca y dejar pequeños mordidas en ellos, Lola solo atinaba a cerrar los ojos y a disfrutar ese bello momento.
Ya había dado atención a sus pechos y debía seguir con esa ruta a la felicidad, así que siguió con el abdomen bien definido de ella, depositaba besos suaves y unas leves mordidas, siguió bajando hasta que se encontró con lo más preciado: su intimidad. Ahí se detuvo un poco y observó a Lola en todo su esplendor, no podía creer que fuera tan hermosa y que fuera tan suya esa noche.

Arturo era un hombre un tanto tradicional hasta para hacer el amor, pero definitivamente esa mujer lo volvía loco y lograba que sacara su lado más pasional.
Se acercó a su intimidad y empezó a hacer movimientos con su lengua que provocaron que Lola empezara a emitir gemidos envidiables, empezó lento pero el mismo deseo lo obligó a aumentar los movimientos. Lola sentía que ya no podía más y solo pudo articular un "te necesito ya".

Arturo sonrió enamorado, volvió a subir a su boca y entre besos le dijo cuánto la amaba. Una vez encima, procedió a entrar en ella de una manera muy delicada, quería que ella tocara el cielo en ese momento, una vez dentro los movimientos eran calmados, no quería tener sexo con ella, quería hacerle el amor como se lo merecía.
Poco a poco los movimientos fueron subiendo de tono, ambos con ojos cerrados solo se dedicaban a disfrutar el momento, era increíble cómo sus cuerpos se amoldaban a la perfección, Lola estaba muy agarrada de su espalda y en cada embestida enterraba un poco sus uñas, Arturo jamás descuidó su boca y mientras sus cuerpos se movían en perfecta sintonía, sus lenguas danzaban a la par.

Dieron mil vueltas en la cama, por momentos ella tomaba el control y Arturo moría de placer, soltaba pequeños gemidos que a Lola la volvían loca, no hay nada más sexi que un hombre gimiendo de placer y ella lo estaba consiguiendo con su güerito.
Así siguieron por un buen tiempo hasta que sintieron que estaban por llegar al orgasmo final. Arturo tomó el mando y empezó a aumentar el ritmo de las embestidas al mismo tiempo que con sus manos recorría todo su cuerpo, para este punto Lola ya no pensaba con claridad y no podía articular otra cosa que no fueran gemidos y jadeos.

Una aventura de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora