Encuentro

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Malena estaba muy ansiosa. Se levantó de un salto de la cama y abrió las cortinas de par en par dejando entrar el sol.

Su celular permanecía apagado, perdido en algún sitio entre el oleaje de mantas y sábanas de su cama. Así lo había querido ella la noche anterior, después de mandar el último mensaje, y así lo iba a querer toda la mañana. Quizás por la ansiedad, quizás por el temor de encenderlo y encontrar un mensaje que la desencante. O aún más extraño - llegó a pensar - para que aquella perfección de mañana no acabase; para que la ilusión no se rompa con la realidad.

Se cepilló los dientes, hizo su cama y aireó su cuarto. No soportaba el hedor de su cuerpo luego de la noche.

Se había prometido, mientras se enjuagaba la pasta de dientes de la boca, que luego de hacer la cama iba a prender el celular y contestarle. Pero lo cierto es que no se animó tampoco. Después de comer - se dijo - lo voy a prender; a ver qué me contestó.

Comió tarde, naturalmente. El asunto era que la hora del encuentro se acercaba y ni siquiera se había tomado la precaución de ver si Sasha no le cancelaba a último momento. Que vergüenza si voy y ella no - pensó - ¡Qué desgracia que te dejen plantada!

Sasha sí había encendido su celular a primera hora. En realidad, había visto el último mensaje de Malena la noche anterior, pero decidió ignorar a su amiga. Era más interesante así.

No así, se preocupó porque Malena no le había hablado en todo el día. Si había algo que temía era que el encuentro no se produjese. Es que ¡lo había planeado durante tanto tiempo! Realmente tuvo que insistirle a Malena para que convenciera a sus papás de dejarla juntarse con ella. Aunque en verdad, Sasha los entendía perfectamente; Ella tampoco dejaría a su hija que se junte con una amiga que conoció por internet.

Habían sido largos meses de planificación. Sucedía que Malena no quería verse en un lugar muy público porque - tal como le había dicho a su amiga - era muy tímida y no quería que nadie la viese. El día que Malena pronunció su confesión, Sasha se puso muy contenta porque ella se sentía igual; – soy muy tímida yo también- dijo - mejor veámonos en un lugar sin mucha gente --.Y así acordaron verse en una placita detrás de unos edificios. Ambas dos sospecharon de la otra en haber accedido a tal locación de encuentro, pero ninguna de las dos opinó nada pues estaban satisfechas: nadie las iba a ver.

Una hora antes de partir, Malena se peinó con cuidado, aunque ya mucho pelo no le quedaba. Escogió ropa oscura, pero no muy apretada, eso seguro, porque no le gustaba que se le notara tanto la panza. Se calzó zapatillas cómodas, por las dudas. Y mientras se ataba los cordones sentada en su cama, vio de reojo el celular apagado. Lo encendió, y conducida por un frenesí revisó las notificaciones en busca de su codiciado mensaje. Pero no había ninguno.

Sasha preparó el auto. Revisó la suspensión, el aceite y el agua. Se fijó si en el baúl no se había olvidado de cargar nada; por las dudas. Chequeado: tenía todo.

Recordó que no le había contestado a Malena. De todas maneras - pensó - ya no tiene sentido, en media hora nos vamos a ver - se dijo.

El sol caía frío en el azul del ocaso invernal. Como una sentencia la tardecita ordenaba a todos irse adentro, al calor de los hogares. En el pueblo de mala muerte, en su placita más lúgubre, a la inexistente sombra de un árbol seco esperaba Malena. Atenta, se acercaba el momento, la piel se erizaba, su corazón iba rápido y la mirada le revoloteaba de acá para allá. ¿Por dónde llegaría ella?

Mecida por el ronroneo de un motor viejo iba conduciendo Sasha hacia la plaza. Veía el sol esconderse; era la oportunidad perfecta. El auto de chapa tajaba el silencio del moribundo día, y a lo lejos de la calle deshabitada estaba la plaza, ahí quieta y expectante.

Llegó y miró de un pantallazo todo el parque. Al parecer no había nadie. Rodeó con el auto la plaza. Se puso ansiosa porque no veía a nadie. Bajó del auto y comenzó a caminar hacia unos bancos de hormigón que daban la vuelta a la estatua de algún prócer. Se sentó allí a esperarla a ella. Mientras mojaba sus labios con la lengua inquieta miraba en todas direcciones.

Malena entró en pánico cuando vio que había alguien en la plaza. Lo vió sentado allí en los bancos de cemento, y se preguntó qué hacía en ese parque un hombre solo a esa hora y con ese frío de helarse; ¡Podría estropear su plan!

Se acercó lentamente hacia él.

Sasha oyó pasos detrás suyo. Dio vuelta la cabeza; un hombre la miraba con atención y extrañamiento. Y en un segundo, con una mirada, ambos sujetos comprendieron.

G. D'alois


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