II

6 0 0
                                        

Luego del campamento pasé dos años enteros entre largas charlas y caminatas con él. Descubrí a un chico maravilloso, a un confidente, a un chico que amaba a su familia y quería comerse al mundo.

Pasé mañanas enteras a su lado conversando de todo, le conté mis secretos, mis miedos y podía sentir que estábamos creando un lazo fuerte. 

Compartíamos la pasión por el club y fue eso lo que me regaló cada uno de esos días. En Enero de 2014 viví una de mis grandes tristezas adolescentes cuando la mayoría de mis amigos viajó a Brasil al más espectacular de los campamentos que reuniría a todos los conquistadores de Sudamérica.  Por mi posición económica mi madre no pudo solventar ese gasto. Una viuda con dos hijas pequeñas tiene demasiado en qué pensar y proveer. Mi mente podía entenderlo y aceptarlo, pero a mi corazón de diecisiete años le dolía no estar ahí. 

El campamento cayó justo para su cumpleaños y esa tarde lloré. Lloré mucho en la ducha, porque ya ni siquiera me importaba no estar en Brasil, solo quería abrazarlo y felicitarlo y fue ahí cuando me permití aceptar que me había enamorado 

Diario de una chica triste Donde viven las historias. Descúbrelo ahora