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A la mañana siguiente lo primero que percibieron mis ojos fue, sorprendentemente, a la rubia con una bandeja que dejó en mi regazo. Se trataba de un desayuno de café, tostadas y manzana verde.

— ¿Qué es esto?

— ¿No lo ves?

— ¿Por qué me traes el desayuno?

— Es verdad que ayer te dispararon por mi culpa y me siento mal...quería compensarte.

— Vaya forma de compensar.

— Mira, si no quieres no te lo comas y ya está. Yo lo he hecho con la mejor intención pero contigo es imposible.

— ¿No estará envenenado, no? —seguí molestándola porque en el fondo me encantaba—.

— Pues no se me ha ocurrido pero para la próxima igual sí lo está. —fue a coger su taza de café y salió de la caravana—.

Me comí el desayuno y la rubia pasó toda la mañana afuera, dando un paseo o sabe dios qué. Yo me quedé en la cama. Finalmente, a mediodía decidí que ya era hora, así que me levanté y me dirigí al baño. Necesitaba una ducha que borrase todos los rastros de sudor y sangre del fatídico atraco de ayer. Fue complicado hacerlo sin mojarme el hombro, pero lo acabé consiguiendo, porque no pensaba pedirle ayuda a la rubia, eso sería rebajarme demasiado.

Cuando salí del baño, la rubia se estaba preparando algo de comer, sólo para ella, y salió fuera con su plato sin siquiera mirarme a la cara. Tal vez me lo merecía.

Ya por la tarde, salí de la caravana para que me diese un poco el aire y me encontré con mi compañera de casa en el sofá.

— ¿Qué haces? —era evidente porque tenía un libro abierto frente a ella, pero igual pregunté—.

— Leer. —contestó sin mirarme, aún sumergida en la historia que contaban aquellas páginas—.

— Se ha acabado el chocolate.

— Me da igual, si sólo lo comes tú, nunca me dejas nada.

— Por eso mismo. Venía a pedirte que fueses a comprar.

— Los cojones. Ve tú.

— No puedo ir por ahí con una herida de bala, llamaría aún más la atención.

— Te jodes. —me acerqué a ella y le quité el libro— Dámelo, gilipollas.

— Quiero que me mires a la cara mientras hablamos. —estuvimos forcejeando un rato hasta que consiguió recuperarlo después de varios empujones y tirones de pelo—.

— Es que yo no tengo ganas de seguir hablando contigo, ni hablando ni nada. —volvió a abrir el libro por la página en que se había quedado leyendo— Se me quitan las ganas de hacer cosas por ti, no agradeces nada. Estoy harta.

— Ya te he dicho más de una vez que si no te gusta ahí tienes la puerta.

— Me lo estoy planteando, porque no sé si me compensa vivir así.

— Pues adiós. —saqué el paquete de tabaco y el mechero de mi bolsillo y me fui a la orilla del lago a fumar—.

Me había rayado, en realidad no quería que la rubia se fuera. Es verdad que desde que vivimos aquí no hacemos más que discutir y pelear por tonterías, pero en estos dos meses he tenido más estabilidad que en toda mi vida. He tenido una casa a la que volver cada noche. Me jodía, pero Macarena se había convertido en mi hogar.

Miré el atardecer hasta que el sol se escondió en el horizonte y su reflejo en el lago desapareció. Cuando me quedé a oscuras, sola y con frío, entré en casa. Justo cuando abría la puerta principal de la caravana, la rubia salía del baño toda arreglada y maquillada. Se fue sin despedirse ni nada, y yo tampoco pregunté.

Disfruté de mi soledad hasta que empecé a extrañarme cuando a la mañana siguiente todavía no había vuelto. Finalmente se dignó a aparecer a las 4 de la tarde.

— Vaya pinta traes. —estaba despeinada, con ojeras y el maquillaje corrido— Buena fiesta anoche, ¿no?

— Déjame, que tengo resaca. —se tiró en la cama boca abajo—.

— ¿Dónde has estado?

— Tú no me das explicaciones de lo que haces y yo tampoco te las voy a dar a ti.

— ¿Quieres comer algo?

— Ahora mismo no quiero nada de ti.

— Pff, tú misma.

Mientras la rubia dormía como una auténtica marmota, yo aproveché para tachar algunas cosas de mi lista. Limpié, ordené un poco, me volví a curar el hombro para evitar que se infectara, todo mientras planeaba un nuevo atraco en mi cabeza, como siempre.

Llegó la hora a la que había quedado con mi contacto, era puntual y lo escuché llegar justo en el momento acordado. Me encontré con él y le di las joyas obtenidas en el último robo a cambio de una buena suma de dinero. Guardé los billetes en nuestra caja fuerte personal y me tumbé en la cama a leer un rato, con cuidado de no despertar al demonio rubio, lo último que quería ahora mismo era discutir otra vez.

Esa noche, en cuanto se recuperó un poco, volvió a salir. Puta rubia. Yo también decidí salir y quedé con Hierro para que me diese un buen meneo que me quitase la tensión de estos días.

La vida...que no para | ZurenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora