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‘ ¿No entiendes? Nunca será suficiente. Voy a robarte hasta el ama ’
LA FIESTA ERA UNA MIERDA. LAS PERSONAS ERAN FALSAS Y EL LICOR UNA de esas porquerías que la gente rica tenía para sentirse superior a los demás. Delilah podía sentir la frustración de su señora y el aburrimiento de su hermano, además de la mirada lasiva que algunos nobles le dirigían. Simplemente repugnante.
Las fiestas no eran lo suyo. La convivencia en general no era su fuerte. Delilah era buena en la pelea, el arte del combate y el uso de armas, su hermano era el de la habilidad social, con sus sonrisas brillantes y voz suave Caín Bassett podía ganarse la confianza de cualquiera en minutos.
— Lady Eris de Cléveris — dijo uno de los muchos nobles de traje pomposo con una mujer de peinado ostentoso colgandole del brazo — Es todo un placer conocerla.
La pelimorada rodó los ojos. La falsedad y desagrado en sus voces y miradas solo lograban sacarla de quicio. Suspiro, desde la aparición de la princesa mimada y sus joyas toda la noche se convirtió en un martirio al sentir la mirada de aquel canario mal educado sobre ella.
— Delilah, estas bien? Te noto algo dispersa.
La pelimorada sonrió y le resto importancia con un gesto de su mano — Ignoreme mi señora, no soy muy afecta a las personas.
— ¿Cuántos veces te he dicho que me llames por mi nombre? — cuestiono la rubia con una pequeña sonrisa.
— No las suficientementes.
Delilah miro a su señora tras decir eso. Para ella, Eris era una de las personas más habilidosas y fuertes. Tan solo el volver al palacio de Arbezela con la frente en alto después de pasar años en ese lugar siendo tratada como una sirvienta huérfana y analfabeta, cuando en su interior tenía a una persona lista, fuertes y poderosa. Además de ser capaz de plantarle la cara a su antigua amiga, la princesa Ariana y su ex amante, el duque Phantom.
No como ella, quien sufría en el interior por su abrupta ruptura con el limón de la princesa.
Delilah quería llorar, gritar y hacer mil rabietas por su pobre corazón roto pero no podía, no debía. Igual que no debió enamorarse de Raymond Amber. Era una guerrera, una protectora que daría su vida de ser necesario, solo era un arma.
— La mayoría de estas personas están podridas — comentó la rubia a su lado con amargura — No puedo esperar a al coronación de la princesa Amelie.
— Dos personas se irán de Arbezela y una regresara.
— ¿Estaremos haciendo mal al romper la ilusión de Ariana así? — murmuró Eris mientras miraba su reflejo en la bebida cristalina de su copa, casi como arrepintiendose de sus futuras acciones y los planes y artimañas actuales.
— Alguien tiene que bajarla de su nube, mi señora.
— Siempre pensé que ese derecho era de alguien más.
— Caín ya esta con ella — dijo la guardiana mientras miraba inexpresiva a la princesa albina pasear por la fiesta con sus joyas — Esta noche, Samath de Secramise nos dará el si definitivo.
— Nunca me pareció alguien de venganza, pero yo tampoco lo era — suspiró — Que Arbezela disfrute su última buena noche.
— Que ellos disfruten su última fiesta, mi señora — la de morado alzó levemente su copa y brindo con la rubia.
El final de la ilusión de muchos estaba cerca, la realidad los golpearia como un cubo de agua helada y nada ni nadie podría detener el inminente cambio.
— Estas muy disperso, pon atención — el reclamo susurrado del príncipe de las penumbras a Raymond sólo logró irritar al ojiambar.
— Tu pon atención querido Zerix — recriminó, llevándose una mala mirada de Jade quien estaba a su lado — Tu amada prometida acaba de desaparecer en uno de los balcones con el príncipe Kamal — dijo con diversión — Parece que se canso de esperar a que su pobre león sea libre.
— Cierra la boca y sonríe, pequeño canario.
El rubio sintió un sabor amargo en la boca al oír ese dulce apodo que alguna vez fue suyo salir de los labios del príncipe rojo.
Sonrió a los nobles que se acercaron mientras comenzaba a llorar y murmurar el nombre de su amada por dentro.
