Parte II

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El cielo anaranjado y sus nubes incipientes y aglutinadas eclipsaron a Talos-23, delineando su silueta, esculpiendo su contorno en el contraste de la luz y la falta de ella. Parecía una suerte de mito andante, pensó Qala.

—¿Hacia dónde? —escribió ella.

—Sígueme —respondió él.

Talos-23 comenzó a trotar sobre la azotea hacia el borde, primero lento, sus pasos como toneladas contra el suelo tambaleante; luego rápido, tanto que el lugar completo retumbó, y emprendió un salto hacia el otro edificio, diez metros hacia al frente. Se agarró de sus ventanas y pilares, deslizándose hacia abajo, dejando tras de sí una herida vertical en la estructura abandonada. Qala no quiso ser menos. Se preparó sacudiendo las manos y tomando con firmeza los controles, y repitió la acción, pero procurando un aterrizaje de lujo innecesario.

—Recarga —escribió Talos-23.

Un enorme compartimiento verde que se encontraba allí, en medio de la avenida destruida, se abrió de par en par, una especie de maleta de abismal tamaño, dejando ver en su interior una vasta cantidad de munición y combustible. Eerie cargó sus tanques, re-abasteció ambas sub-ametralladoras y tomó un par de C4. Pudo notar que Talos-23 no tomó nada salvo dos bengalas. Qala no supo decir de qué tipo, y tampoco le importaba.

—¿Quieres ver algo genial?

—Obvio —respondió Qala, sin hacerse esperar.

El día había terminado según el reloj del juego, el momento más peligroso para rondar por la ciudad, pero no importó ya que se alejaron de esta. Racimos de estrellas se hacían con el cielo cuando ambas unidades llegaron a una colina en las afueras. La metrópolis en eterna penumbra yacía en silencio a lo lejos, la arboleda que les acompañaba se mecía con suavidad.

—¿De qué distrito eres? —Qala se animó a preguntar de camino a un supuesto punto de destino en las cercanías.

—Sosena. ¿Tú?

—Dasia.

—¿Haces algo esta noche? —preguntó Talos-23, y Qala se mordió el labio y encendió un cigarro con más prisa de la necesaria.

—Ni siquiera sabes cómo soy, o qué soy.

—Sólo me interesa quién eres —Qala leyó la oración más de tres veces.

—Suena bien —respondió luego de tardar a propósito, tratando de parecer desinteresada en la medida justa para resultar interesante.

Llegaron a un claro floreado. La luz de la luna resultaba suficiente para ver las salpicaduras violáceas sobre el predio reclamado por la naturaleza. Era una amplia zona de llanura y se veía un leve monte no muy a lo lejos.

—Hermoso —tipeó Qala, luego de detenerse en el centro de tal escenario; tierra inmaculada ante la decadencia del mundo urbano, una vez habitado por la humanidad según el lore del juego, hoy por sus cadáveres errantes y famélicos.

—Gracias —contestó Talos-23.

—Hahaj —escribió—. Cumplió con mis expectativas.

—Aún no llegamos.

—¿Cómo?

—Es allá —dijo, señalando hacia el monte.

—¿Puedo quedarme un minuto aquí?

—Todo lo que quieras.

—¿Pero contigo?

—Mejor todavía.

En silencio, ambos se miraron. Las pantallas de sus respectivas computadoras parecieron quedar estáticas. La joven noche procuró brindarles la luz justa y necesaria para verse entre sí en medio de lo primaveral del área circundante, y el servidor pareció ser clemente y notar la cita que ocurría pues no envió una horda ni nada semejante, nada más les dejó estar y ser, juntos.

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