El tiempo.

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"Tac" "Tac" suenan los taconcitos en el hierro.

"Pum" "Pum" los guantes de las manos sobre los muslos de la pequeña.

Mira impaciente hacia el cielo con diferentes tonos entre el rojo y el naranja. Unos pájaros se posan en un árbol cercano y cantan.

—    Mami.

—    ¿Qué ocurre Carolina?

—    ¿Por qué tengo que llevar siempre estos guantes?

La madre no responde y se limita a mirar a su hija. Es castaña y su cabello rizado cae hasta la mitad de su espalda. Posee una mirada nublosa de ojos grises y pestañas largas. Las  comisuras de su boca siempre están tornadas hacia arriba y, junto con los labios carnosos y grandes y los dientes ligeramente desalineados de su boca, crean una tierna sonrisa de una niña de 6 años. Lleva puesto un pequeño vestido rojo ceñido a su tronco y más suelto a partir de la cintura. También lleva encima una rebeca gris. La pequeña Carolina mira a su madre y le dedica una sonrisa tan amplia que sus mejillas se sonrojan y achina un poco los ojos.

—    Nadie puede saber de lo que eres capaz y cuando llevas los guantes me siento más tranquila.

La niña deja de sonreír, pero sus comisuras no bajan de donde suelen estar.

"Tac" "Pum "Pum" vuelve a sonar en el vagón del tren.

—    Mami.

—    ¿Si, Carolina?

—    ¿Podré tener una vida normal?

La madre retira la mirada de la niña y mira al frente. Un señor de unos 40 años la está mirando fijamente. La mujer cierra los ojos y desea que la respuesta a la pregunta de su hija fuese un simple: "Sí."

—    No lo sé, hija mía.

Carolina fantasea con que la tendrá. Sabe que conocerá a su alma gemela, que irá a la universidad, asistirá a fiestas con sus amigas, trabajará en lo que más le guste, se casará, creará una familia y cuando ya haya satisfecho todos sus caprichos, podrá morir a gusto sabiendo que ha vivido una vida plena.

—    Mami.

—    Cariño, no hace falta que me llames cada vez que preguntes.

—    ¿Papi era igual que yo?

—    Papá fue un buen hombre.

La niña dirigió su mirada hacia el asiento del hombre que las miraba fijamente. Tenía las cuencas de los ojos más ocurras de lo normal, y poseía una piel aceitunada y bronceada. Sus ojos eran de un azul gélido y sus manos estaban llenas de hollín.

—    Mami, ¿quién es?

—    No le mires Carolina.

El tren paró en la estación de Cercedilla. La niña se extrañó. Era la primera parada que hacían, y desde luego, era la primera vez que se montaba en un tren de verdad. Ella se agarró todo lo que pudo al asiento, porque era demasiado bajita y pequeña para poder agarrarse al asa para minusválidos que había al lado. Se agarraba todo lo fuerte que podía y debido a eso, uno de los guantes se le estaba empezando a escurrir. Para los demás pasajeros apenas era un sencillo movimiento rutinario, mientras que para Carolina era un terremoto de grado 7.

—    Cielo, ¿estás bien?

—    Sí, señor.

—    Espera, deja que te ayude.

El señor agarró la mano que ya no tenía el guante y la levantó. Cuando la muchachita miró su cara, se dio cuenta de que era el mismo al que minutos antes había estado mirando. No podía dejar de mirarlo a los ojos. Era como si estuviera hipnotizada. Parpadeó unas cuantas veces y vio que ya no era el señor. Ahora era un chico alto, rubio y de ojos verdes mucho más joven que el anterior. Era corpulento y poseía una fuerza desmesurada.

—    ¿Quién eres?

—    Debería de preguntarte lo mismo.

—    Yo soy Carolina García y tengo 6 años.

La chica estaba en el suelo, sentada sobre las rodillas y con una de las manos seguía agarrando al muchacho. Hizo un movimiento espasmódico y apartó su mano rápidamente.

—    No tienes 6 años, niñita.

—    ¡Mami! —miraba desesperada hacia todos lados— ¡Mami!

Se dio cuenta de que su voz no era la misma que la de hace unos minutos. Miró sus manos y vio unos dedos más largos y finos que los que tenía antes. Su vestido se había convertido en unas mayas negras y una camiseta de tirantes negra. Ahora llevaba sostén, a diferencia de antes. Lo único que no había cambiado era el guante marrón de su mano izquierda, el cual era idéntico al de hace poco tiempo, pero más grande.

—    Estamos solos, cielo.

—    Apártate de mí.

—    Sal conmigo. Rápido.

La agarró del guante y tiró con fuerza.

—    ¡Suéltame bruto! —dijo pataleando y sacudiéndose a más no poder.

La sacó fuera del tren, donde no había nadie y la dejó en el asfalto de la estación. Se acuclilló a su lado y la miró fijamente. A continuación arrancó el único guante que seguía en posesión de la muchacha y tocó su mano, estrujándola con energía.

—    A ver qué es lo que tiene tu poder para mí.

—    ¡Ayuda! —gritaba desesperada. Peleó, pero después de un rato se rindió— ¿qué poder?

—    Tu poder sobre el tiempo.

N/A: ~Espero que os guste~

PasajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora